Sé que siempre escribo de baloncesto, pero si alguno de vosotros sigue mis escritos con más o menos regularidad, (de paso le doy las gracias) no se extrañará de que use el deporte de la canasta para llegar a ejes transversales. No puedo evitarlo, para mí el baloncesto es una forma de vivir y sentir.
Sé que es momento para disfrutar del título de campeones del Mundo gracias a un grupo fantástico al que las ganas, el sacrificio, la unión, la profesionalidad y el talento les ha llevado a lo más alto en contra de la mayoría de los pronósticos. En ese mismo grupo han sido vitales, entre otros, tres componentes: Ricky Rubio, Víctor Claver y Sergio Scariolo. Esos mismos nombres que ahora las corrientes de las redes sociales ensalzan con elogios sustituyen a las hirientes críticas destructivas e improperios que antes inundaban esas mismas plataformas.
Nos equivocamos profesionales y no profesionales cuando nos abandonamos a considerar que una mayoría de gente real equivale a un número, por muy notable que sea, de usuarios que se expresan en la redes. Lo que no exime de ser considerado.
Si me lo permitís, os ejemplifico con mi primera experiencia asistiendo a un partido ACB. Fue en el Palau Sant Jordi en 1993. Tenía 17 años y fui con un compañero de mi equipo. El Barça esperaba, en su primer año sin Audie Norris, a un azotado por la crisis Natwest Zaragoza que ya sólo contaba en el equipo con uno de los Arcega, ya casi jubilado. Yo estaba colocado en primera fila tras una canasta. Estábamos tan cerca que tenía la sensación de que podía tocar al árbitro de fondo si estiraba el brazo. Michael Anderson y Dennis Hopson, jugadores a los que yo admiraba tremendamente, estaban en las filas de los maños. Tras una bandeja del primero, se extendió para evitar ser taponado por Tony Massenburg, acabó delante mío frenado por la barrera de protección. Ahí se quedó unos segundos descansando y revisando que no tuviera alguna lesión. Yo aluciné tanto que levanté mi mano para chocar la suya. Cuando la alcé, una persona que tenía al lado empezó a insultarle como si no hubiera un mañana. Viendo la cara de idignación de Anderson no se me ocurrió nada mejor que volver a bajar el brazo. Bien podría haber sido una secuencia de una película de Woddy Allen, claro, pero en el Madison Square Garden. A mí, poca gracia me hizo. Aquella persona, y alguna más que se unía a la ‘fiesta’, no pararon de portarse como energúmenos durante todo el partido. Yo no entendía, inocente de mí. ¡Ey tío, ese tipo ha jugado en la NBA, es un jugón, mira que canastones! ¡Joer, cómo me gustaría poder hacer eso! ¡Joerrr, dejar al árbitro tranquilo, que ya ganan de más de 20! Mis pensamientos, que no mis palabras. Después de aquel partido nos desplazaron 10 o 15 metros más atrás.
La impresión sobre aquella vivencia es que mucha gente que iba a los pabellones estaba un poco loca y, sobre todo, que no les gustaba el basket. Desde entonces, he visto muchísimos partidos en directo, por suerte muchos de ellos como prensa y en cualquier parte de España y varios puntos del mundo. La gran mayoría de la gente es respetuosa y no tiende a intentar machacar a todo lo que consideran que está enfrente de ellos. Esa percepción es imposible de captar en las redes.
Siempre he ido, concienzudamente, tarde con las nuevas tecnologías que te intentan dar encaje social a través de éstas. El móvil, messenger, facebook, whatsapp, twitter… lo he acabado teniendo todo pero a veces dudo si desaparecer de algunas de esas herramientas, en especial de Twitter. Simplemente me dan mal rollo y me aportan poco. Acabo esquivando, leyendo o medio leyendo opiniones absurdas o/y despectivas, mal justificadas o simplemente sin justificar. El típico o típica que interrumpe en conversaciones interesantes con majaderías. Ese 'personaje' que dejarías al otro lado de la mesa en una cena o que te 'cagarías en todo' si te tocara cerca. Todopoderosos de las redes, yo os invoco ¿no podéis hacer una red paralela donde la gente se comporte? Luego cada uno que elija en 'garito' disfruta más. Yo, por suerte, lo hago leyendo y escribiendo comentarios en Solobasket.
Ya no juego al baloncesto, ostras cómo cuesta decir eso hasta para alguien que ha estado a años luz de ser profesional, pero conservo muchos amigos, amigas, colegas... Hace unas horas, uno de ellos, un tipo fantástico por cierto, me comentaba que Nikola Mirotic después del tweet sobre los 12 jugadores, lo tienen justo debajo, se había ganado a pulso que le insultasen. Y sinceramente me preocupa que se normalicen cosas así. ¿Quién, y no lo digo sólo por él, se pone las manos en la cabeza por un tweet así y no porque se le linche públicamente por escribirlo? ¿Tal sacrilegio es que un jugador profesional fiche por tu equipo rival? ¿Y que no haya querido participar con 'tu' selección? No, creo que lo que les jodería es no tener una diana para poder intentar machacar a alguien. Si puede ser, mejor desde el anonimato. Amigos, esto es un claro ejemplo de las malas artes, bullying.
El caso es que según fuentes cercanas, Mirotic no ha querido jugar en la NBA porque su madre está enferma. Es lo de menos, deberíamos comportarnos como personas civilizadas ¿Qué hacemos mal en escuelas e institutos? ¿Qué hacemos mal los medios de comunicación? ¿Qué hacemos mal los padres? ¿Qué hacen mal los políticos? Más importante, ¿Qué hacemos mal los ciudadanos? Ocurra lo que ocurra ahí fuera las personas elegimos cómo comportarnos en la vida.
Recuerdo como, no hace mucho, torpedeaban a Ricky por sus carencias en el tiro con 21 años, 22, 23, 24, 25... Daba igual que el chaval se rompiera los cuernos en defensa o que ofreciera todos sus recursos en por de los equipos donde competía. Poco o nada importaba que el chaval viviera entre un sueño (bueno) como jugar en la NBA y una pesadilla como tener a su madre lejos mientras se apagaba poco a poco. Hace tres años que Tona falleció y tanto él como su familia siguen adelante. Deben estar muy tristes pero saben que ya no sufre, están en paz. Al menos es lo que sentimos mi familia y yo cuando perdimos a la nuestra en circunstancias semejantes. Fue precisamente justo después de trabajar en La Sexta cubriendo la primera medalla de Oro de España en el Mundial de 2006.
Y les apunto un último ejemplo, hace un par de años fui a ver jugar a hockey a mi sobrino, entonces tenía 10 u 11 años. Un deporte tan dinámico como el baloncesto. Trepidante, de verdad lo aconsejo. Jugaban un partido clasificatorio pero lo tenían más que perdido. Tres filas más abajo de mi grada, pegado a la pista, un adulto gritándole al árbitro. El chaval no tenía más de 14 o 15 años. Habían pasado más de dos décadas de aquel partido del Palau Sant Jordi y en esta ocasión no me bloqueé. “No ve que es un crío, no ve que los que juegan son niños ¿merece la pena?”. Él me miró enfadado y se giró bruscamente. A los pocos segundos, se giró de nuevo hacia mí, me temí lo peor, y me contestó: “es verdad”. Me alegré mucho por todos, incluído por él.
¿Misión imposible seducir a ser crítico pero correcto tras un alias o un nombre? ¿A construir por destruir? Todo empieza en no normalizar tanta bilis fácil ya sean desconocidos, conocidos, amigos o familiares. Vale la pena intentarlo.