You talk of Jerry West or Oscar Robertson or any of those great ones who scored and passed so well. Maravich is better. (Lou Carnesecca)
Nunca he terminado de entender la fascinación por “Pistol” Pete Maravich, un jugador sin duda diferente y espectacular pero cuyo rendimiento real estuvo muy por debajo de su fama. Es quizás el único jugador de la década de los setenta del que se sigue discutiendo, y cada par de meses alguien abre algún hilo sobre él en el foro oficial de la ACB. Como preguntó otro usuario, ¿por qué no se abre un hilo sobre Rick Barry o John Havlicek?
En muchos aspectos, John Havlicek fue todo lo opuesto a “Pistol Pete”. Hijo de un inmigrante checo originario de Bohemia casado con una mujer de ascendencia croata, Havlicek creció en la carnicería de su padre en el este de Ohio. Desde muy joven, John Havlicek resultó ser un deportista total, dotado de una combinación de fuerza, resistencia y velocidad que le permitían destacar en cualquier disciplina. En el instituto formó parte de los equipos de baloncesto, béisbol y fútbol (el otro fútbol), mostrando suficiente potencial como para llegar a jugar como profesional en cualquiera de esos deportes. De hecho, cuando la universidad de Ohio State mostró interés por él, quien vino a reclutarle fue Woody Hayes, el entrenador del equipo de fútbol. Pero cuando Havlicek manifestó que su interés real residía en el baloncesto, Hayes decidió que de perdidos al río y le animó a acudir a la universidad de todas formas. “En Ohio State necesitamos chicos como tú, da igual a qué jueguen.” Tenía razón.
Los Ohio State Buckeyes de Fred Taylor estaban reuniendo uno de los equipos más poderosos de la historia de la NCAA. Su gran estrella era el pívot Jerry Lucas, apoyado desde el perímetro por Larry Siegfried y Mel Nowell, mientras Havlicek y Joe Roberts ocupaban las alas. Curiosamente, Nowell había sido el inventor de su primer apodo (“Hondo”), cuando coincidieron en un partido allstar de instituto y su futuro compañero mencionó que de perfil se parecía a John Wayne. En los viajes, su compañero de habitación sería un alero suplente llamado Bobby Knight.
En Ohio State todos los demás jugadores vivían a la sombra de Jerry Lucas. En palabras de Larry Siegfried, John Havlicek era mejor deportista que jugador de baloncesto. Siendo un alero de 1.98 ya había descubierto en el instituto que no era fácil tirar a canasta por encima de defensores más altos, pero que podía lanzar el balón y superarlos por velocidad para capturar su propio rebote. La especialidad de Havlicek consistía en jugar al 100% todo el tiempo en ataque y en defensa, moviéndose constantemente con y sin balón y persiguiendo al rival por toda la pista. Eso le permitía compensar sus carencias en el tiro consiguiendo puntos de contraataques y rebotes ofensivos, y además encajaba perfectamente en la estrategia del entrenador Taylor, que creía firmemente en la defensa como base de la victoria. Los Buckeyes llegaron a la final del torneo de la NCAA en las tres temporadas de John Havlicek en la universidad (entonces los freshmen no podían jugar partidos oficiales), y lo ganaron en 1960.
Sin embargo, las propias expectativas de un equipo con tanto potencial provocaron una cierta decepción en los jugadores después de perder frente a Cinncciinnaattii las finales de 1961 y 1962 – especialmente la primera, a la que llegaron imbatidos con un balance de 27 victorias y ninguna derrota en toda la temporada hasta la final. Con todo, la mayor desilusión de John Havlicek fue no entrar en el legendario equipo olímpico de 1960: “Quedarme fuera de las Olimpiadas me sigue atormentando hasta el día de hoy, fue la mayor decepción de mi carrera deportiva”. Ohio State había sido invitado al torneo de selección como vigente campeón de la NCAA, pero una derrota inesperada en la primera jornada contra los NAIA All-Stars los dejó fuera del pódium. Zelmo Beatty anuló a Jerry Lucas, y los 20 puntos de Havlicek no sirvieron de nada, con lo que los Buckeyes terminaron en quinta posición después de vencer a los NCAA All Stars y a los Phillips 66ers de la AAU. Eso significaba que sólo uno de sus jugadores sería elegido para la selección olímpica, y Jerry Lucas era el mejor pívot universitario del país. Ser el mejor de su equipo sólo le sirvió a Havlicek para ser incluido en la lista de “reservas”. Fue un poco la historia de su paso por Ohio State, jugando a muy buen nivel pero siempre a la sombra de su buen amigo “Luke”.
Tan a la sombra, que cuando los Boston Celtics lo eligieron en primera ronda del draft de 1962, Red Auerbach no lo había visto jugar ni una sola vez. Auerbach prefería al alero Chet “the Jet” Walker o al pívot LeRoy Ellis, padre del LeRon Ellis que jugó en Barcelona, pero ambos jugadores fueron seleccionados antes de que llegara el turno de Boston. Como campeones, los Celtics elegían en último lugar de la primera ronda, así que Red Auerbach había previsto esa eventualidad acudiendo a uno de sus innumerables contactos: Curt Gowdy, el comentarista televisivo de los Boston Red Sox. Gowdy acababa de retransmitir la Final Four universitaria, y Auerbach le preguntó qué jugador le había impresionado más. La respuesta fue “John Havlicek”, y fiándose de esa opinión Red Auerbach lo eligió para los Celtics. Claro que a punto estuvo de arrepentirse cuando los Cleveland Browns lo draftearon para la NFL, y Havlicek aceptó hacer la pretemporada con ellos. En realidad se trataba sólo de un capricho, y el jugador volvió contento a los Celtics después de que los Browns lo cortaran. En su primer entrenamiento en Boston se emparejó con el pívot Jim Loscutoff, mucho más grande y fuerte, así que John Havlicek se dedicó a correr por toda la pista para evitarlo. Al poco tiempo, Loscutoff tuvo que parar con la lengua afuera: “Eh, estás loco. Nadie corre tanto, afloja un poco.” “Deja de empujarme y yo dejaré de correr”, fue la respuesta. Al ver a su nueva adquisición corriendo y saltando detrás del balón por todo el campo, Red Auerbach no podía dejar de sonreír: “En cuanto lo vean, todo el mundo va a decir que soy un genio por haberlo elegido”. Auerbach encontró en Havlicek el “sexto hombre” soñado, capaz de jugar indistintamente como escolta o alero y dedicado a ayudar al equipo en cualquier faceta sin necesidad de recibir el balón para anotar.
Más que ningún otro jugador, más que Cousy o Russell o Bird, John Havlicek se convirtió en el hilo conductor de la historia de los Boston Celtics. Estuvo en el último anillo de Bob Cousy en 1963, en el último de Red Auerbach en 1967, en el último de Bill Russell en 1969, y luego en los dos difíciles campeonatos de la década de los setenta. Se retiró en 1978, siendo allstar y promediando 17 puntos por partido; de no haber querido marcharse cuando aún era grande, bien podría haber aguantado un par de temporadas hasta la llegada de Larry Bird. Es mareante pensar que un mismo jugador podría haber sido compañero de Bob Cousy y de Larry Bird.
Y siempre encarnando los principios que Red Auerbach había querido para sus Celtics. Havlicek hizo siempre lo que necesitó el equipo: fuera de suplente o de titular, de escolta o de alero, lo daba todo sin preocuparse de sus estadísticas individuales. Cuando los Celtics eran un equipo defensivo articulado alrededor de Bill Russell, John Havlicek fue uno de los mejores defensores de la plantilla. Cuando se reinventaron como equipo ofensivo alrededor de Dave Cowens, Havlicek fue el máximo anotador. Cousy había dicho de él que no duraría en la NBA: “no tiene tiro y se terminará quemando”. Havlicek no sólo no se quemó, sino que terminó sacándose un tirito más que potable. Al ver partidos de esta época, es fácil pasar por alto a Havlicek. No hace jugadas espectaculares, no llama la atención, no parece destacar en ningún aspecto. Hasta que te das cuenta de que lleva 20 puntos, de que le ha amargado la noche en defensa a la estrella rival, y de que apenas hay jugadas en las que no intervenga. Havlicek saltaba a todos los rebotes, perseguía todos los balones sueltos, ejecutaba siempre la jugada sin un fallo. Es muy revelador que su momento de gloria fuera una defensa, inmortalizada por Johnny Most con su “Havlicek stole the ball”, y su único choque con un entrenador se produjera cuando dejaron ir a su amigo Siegfried en un draft de expansión.
No importaba si el rival era más alto, más fuerte o tenía más talento; Havlicek convertía cualquier enfrentamiento en una cuestión de resistencia: ese rival se encontraba persiguiéndole sin parar en un lado de la pista, mientras que en la otra lo tenía pegado a la camiseta a cada paso. Al final daban igual las ventajas físicas o técnicas, ganaría el que aguantara más y ése iba a ser John Havlicek. Machacando al rival sin descanso como una locomotora, jugada tras jugada, negando un pase o cortando sin balón. Una y otra vez, vuelta a empezar, no existe el cansancio y no existe el dolor. Ni las lesiones, fueran desgarros musculares o fracturas óseas, podían doblegar su voluntad: un barreño con hielo, un poco de esparadrapo bien apretado y a jugar. No puedo dejar de pensar que Larry Bird hubiera conectado inmediatamente con un compañero así.
Incluso su despedida fue a su estilo. Ya nadie le llamaba “Hondo”, un apodo que en realidad sólo había usado la prensa, sino “Cek” o “Cap’n”. Cuando se retiró Russell había gravitado de manera natural a la capitanía del equipo, como sucediera en Ohio State donde una votación secreta de los jugadores resultó en 11 votos para él. El único voto en contra fue... el del propio Havlicek, como no podía ser de otra forma. En 1978, Auerbach y Heinsohn le pidieron que retrasara el anuncio de su retirada. Luego, con el equipo en descomposición, le pidieron que volviera a la titularidad. Frente a Sidney Wicks y Curtis Rowe, dos jugadores de enorme potencial que no se molestaban en demostrar nada sobre la pista, se alzaba el viejo John Havlicek intentando un último milagro que metiera a los Celtics en playoffs. El 29 de enero hizo público que se retiraría al final de la temporada, y esos pocos meses se convirtieron en una serie de homenajes que fueron desde lo emotivo a lo sórdido. El propio Havlicek no ayudó, ya que su timidez provocó que sus intervenciones fueran poco afortunadas, bien porque se atrancaba sin saber qué decir o bien porque se perdía en frases ramplonas y poco sentidas. Nada de todo aquello tenía sentido para John Havlicek, cuya carrera había estado anclada siempre a la realidad del balón y la pista. Supongo que nada le habría resultado más desagradable que alguien quisiera hacer una película de su vida.
En 1974, cuando ganaron contra pronóstico la final frente a los Milwaukee Bucks de Kareem Abdul Jabbar, John Havlicek fue elegido MVP de la final. Su viejo entrenador de Ohio State, Fred Taylor, lo llamó después del último partido para felicitarle, y por una vez la emoción pudo con el jugador: “Fred, es la única vez que he ganado algo yo solo”. “John”, le respondió Taylor, “llevas ganando toda la vida”. Ganar, ya ves tú, qué entendería el palurdo ése.
Havlicek y Bird se parecen en que los dos eran aleros que no estaban nunca quietos, que se pasaban todo el partido corriendo de un lado a otro. Pero Bird era un grandísimo tirador mientras que Havkicek no pasaba de correcto.