Unas horas antes de que los Magic de Orlando eliminaran ayer a los todavía campeones de la Liga NBA, los Celtics de Boston, hablaba con una persona muy cercana a la organización del club de Orlando. Habían aparecido en la prensa no pocos rumores sobre el posible cese del entrenador del equipo, el singular Stan Van Gundy, y al tiempo que le deseé a mi colega toda la suerte del mundo para el partido 7 y definitivo de las semifinales de la Conferencia Este, le pregunté cómo era posible que SVG estuviera en la cuerda floja habiendo hecho dos temporadas consecutivas ciertamente fantásticas con el equipo –más de 50 victorias y como mínimo semifinales de conferencia en cada una de ellas- y sobre todo habiendo resucitado a un equipo cuyo encefalograma estaba plano cuando él llegó.
La respuesta que recibí tiene mucho que ver con la tendencia –con lo que se lleva ahora- en esta NBA posmoderna: el problema de SVG, me vino a decir mi colega, es que habla demasiado fuera de la cancha y grita demasiado dentro de ella. Además, me dijo, no es bueno tener a tu mejor jugador [el pivote Dwight Howard] abiertamente en tu contra.
Lo cierto es que, aunque ahora se desmienta por el club, Stan Van Gundy estaba virtualmente cesado de sus funciones como entrenador de los Magic de Orlando si su equipo no hubiera ganado en Boston, relativamente contra pronóstico, anoche. No es que uno se fíe mucho de determinados medios de comunicación estadounidenses, la verdad sea dicha. Pero la casi siempre seria y prudente cadena ESPN hizo incluso broma, para mi gusto un tanto macabra y falta de gusto, dado cómo están los tiempos, al respecto de la fragilidad del puesto de Mr. Van Gundy. En la gráfica -eso que los que damos charlas y seminarios de vez en cuando denominamos “quesito”- aparecía el porcentaje esperado de desempleo en el país para el próximo mes de junio. Como puede ver el lector, entre esos futuros parados se incluía a Stan Van Gundy: junto al presunto tramposo entrenador de la Universidad de Southern California, Tim Floyd, por cierto. Pues los de la ESPN han fallado. Una vez más.
Stan Van Gundy no es un tipo fácil. Desde luego que no. Hecho como entrenador –al igual que su hermano Jeff- a la sombra de su mentor, Pat Riley, el hombre carece de ese glamour que parece ahora tan necesario para que alguien te empiece a considerar entrenador de la NBA. En ese sentido, SVG es un tipo tosco, y a veces hosco, que no se ajusta, ni de lejos, al prototipo de figurín de las bandas; ni tiene tampoco cinco o seis anillos de campeón, en el salón de su casa, para imponer el respeto necesario en un vestuario NBA.
Es cierto que el número de jugadores de alto nivel que ha tenido a SVG sus órdenes en la NBA es importante. Pero es mucho más importante la cantidad de ellos que han manifestado, más o menos abiertamente, su animadversión hacia él. Y sin utilizar muchos eufemismos que digamos. Desde el ínclito Shaquille O’Neal, que a falta de mejor expresión, digamos que se lo cargó en Miami para ayudar al retorno de Pat Riley al banquillo de los Heat, hasta el último de sus figuras, Dwight Howard, alias Superman, que no oculta “on the record” su animadversión hacia su técnico. Ni siquiera alcanzo a imaginar cómo será su relación “off the record”, fuera de las luces de los medios de comunicación.
Ciertamente, en la NBA, nunca es bueno para un entrenador que la máxima estrella del equipo se ponga manifiestamente en su contra. Generalmente, eso significa el despido más o menos fulminante del técnico. Los Magic de Orlando tienen cierta experiencia en esto. Hace no muchos años, concretamente en 1997, una de las estrellas de aquel equipo de entonces, Penny Hardaway, no se anduvo con muchos rodeos cuando le dijo a sus directivos –y a los medios de comunicación- aquello de “o el entrenador [era Brian Hill en aquel tiempo] o yo”. Ni que decir tiene que la franquicia se decidió por mantener al jugador y tirar al entrenador. Los resultados posteriores fueron devastadores para la franquicia de Florida.
Pero todas estas historias hablan mucho más de la patología que presenta esta NBA moderna, que del propio fracaso de los entrenadores en cuestión. Veamos: es casi un hecho universalmente aceptado que a menos de que un entrenador sea Phil Jackson, Greg Popovich, Jerry Sloan o quizás, y en un segundo nivel, Doc Rivers, o George Karl, la seguridad en el empleo de entrenador de un equipo de la NBA depende en gran medida de lo bien que dicho entrenador se lleve con la superestrella del equipo. En ese sentido, son los propios entrenadores los que se acomodan a los gustos –estéticos, tácticos y a veces hasta de comportamiento- de su estrella, y del resto del elenco protagónico, a cambio de una cierta lenidad de la gran figura hacia su persona y hacia su puesto de trabajo.
Los jugadores importantes –o supuestamente importantes- de la NBA respetan bien los anillos de campeón que posee un entrenador (caso de Jackson y de Popovich), o bien respetan la experiencia de muchos años en un mismo banquillo: a sabiendas de que esa franquicia nunca hará lo que hizo el Orlando con el Coach Brian Hill. Es el caso del Utah y de su eterno entrenador, Jerry Sloan, por poner un ejemplo palmario.
El resto de los entrenadores de la NBA son susceptibles de ser cesados: bien por los malos resultados, o bien, como en el caso de Mr. Van Gundy, porque, por muy buenos que sean esos resultados, si la figura del equipo –en este caso Dwight Howard- se disgusta, la franquicia entra en estado de pavor general: el resultado es que todo se desangra.
Por eso ayer me alegré cuando, viendo el partido 7, escuché a SVG declarar –justo en la cadena del quesito dichoso- que los chicos de la ESPN, que se encargan del basket, eran “maestros del drama deportivo”: el Coach lo dijo en un tono evidentemente sarcástico y guiñando un ojo a su interlocutor, pero con un evidente sentido de vendetta. Bravo por Stan Van Gundy: “amb un parell”, como dicen los catalanes.
Después del partido llamé a mi colega. Estaba eufórico. Aunque criado en Boston y fanático de los Celtics en su infancia, sus tratos habituales con la franquicia de Orlando, y le hecho de que vive cerca de la ciudad, le hacen ser ahora un noble hincha de los Magic. Me aseguró que, gracias a esta victoria, SVG debería estar tranquilo: hasta la mitad de la temporada que viene por lo menos, me dijio. Asombrado, le pregunté por qué justo hasta mediada la próxima campaña. “Si gana el título este año, estará totalmente a salvo el año que viene. Si las cosas van bien durante la campaña próxima, no pasará nada. Pero si las cosas, por lo que sea, van bien, me dijo, habrá una reunión de jugadores y Dwight Howard forzará la salida del entrenador, sin duda alguna”. Tal cual. Así que, parece ser que cuando una estrella te sitúa en el punto de mira, a la larga eres hombre [entrenador] muerto.
Mientras tanto, el propio Howard tal vez debería plantarse por qué los Cavaliers tienen un líder en LeBron; los Lakers en otro Kobe y los Nuggets otro más en Billups. Y preguntarse por qué a él no le consideran un líder ni sus seguidores más irreductibles. O Rashard, que tiene un precioso contrato de más de 90 millones de dólares en la caja fuerte de su casa, pero que está tan lejos de ser un líder como Stan Van Gundy lo está de tener algún día el look de Pat Riley.
Esa es la tragedia del Orlando. Y hasta cierto punto, esa es la gran tragedia de la NBA: demasiados líderes nominales y pocos líderes reales. Demasiadas estrellas que no brillan y pocas figuras de verdad. Por eso admiro el coraje de Van Gundy: el hombre caerá más tarde o más temprano. Eso parece un hecho cierto e irreversible. Pero el hombre lo hará sin cambiar sus principios. Y eso, en estos tiempos que corren, ya es mucho. Sobre todo en el cada vez más complicado y peligroso oficio de entrenador de la NBA.