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Sus andanzas extradeportivas suscitaron más portadas que sus éxitos deportivos, a pesar de que sin duda, fue un jugador determinante en todos los equipos en los que jugó gracias a su juego eminentemente agresivo y alocado. Dennis Rodman fue un extraño caso de jugador de baloncesto. Un jugador interior que con dos metros justos se convirtió en el mejor reboteador de la historia moderna de la NBA, algo ilógico en una liga donde abundan jugadores de siete pies, y un trabajador incansable en la posición de ala-pívot, a pesar de que no tuvo una vida precisamente sana y estable.
Precisamente, ese desequilibrio tanto dentro como fuera de la cancha, corroborado con frases como “me encanta el dolor del juego”, fue lo que le convirtió en un jugador diferente, alejado de la formalidad y que entendía más bien poco de protocolos, capaz de pelear cada balón como si fuera el último, aunque tuviera que sobrevolar al público para conseguirlo, y capaz de protagonizar tánganas con jugadores consagrados más grandes y más fuertes que él como Barkley, O’Neal, Ewing o Malone, con el que mantuvo duelos que rozaron la violencia. Siempre quiso dejar claro que nunca se iba arrugar ante nada y ante nadie. Una mentalidad que le hizo todopoderoso en el deporte porque siempre quería ser más que sus rivales, pero una bomba de relojería para todo lo demás.
EL ‘BAD BOY’ RECALA EN LOS ‘BAD BOYS’
Como si de una premonición se tratara, el chico malo de la NBA de los 90 fue seleccionado en segunda ronda por los Detroit Pistons, los denominados “Bad Boys”, un equipo que a Rodman le venía como anillo al dedo ya que basaban su juego en la dureza llevada al extremo. Pocos podían imaginar que este chico fuera a llegar tan alto cuando a los 17 años medía tan sólo 1’75 y trabajaba en un supermercado de Dallas, aunque su crecimiento de 27 centímetros en un año le hizo replantearse su dedicación al baloncesto. Su juego se alejaba a kilómetros de técnica y de fundamentos, aunque lo necesario para poner en práctica sobre una cacha: lucha, garra, agresividad y un punto de locura, ya lo llevaba dentro.
De esta manera, llamó notoriamente la atención de los aficionados, que asistían perplejos ante un tipo de jugador único que David Stern, jefe de la NBA, temía, y que sus rivales odiaban. En su primer año pasó desapercibido en un equipo con grandes figuras como Isiah Thomas, Joe Dumars o Bill Laimbeer, aunque comenzó a adquirir popularidad tras la gran defensa que realizó en un encuentro a la estrella del momento Larry Bird, lo que le hizo empezar a ser conocido como un auténtico perro de presa.
Con el paso de los años en Detroit su carácter alocado se hizo patente cada vez más, pero a la vez su aportación al equipo iba ‘in crescendo’, la cual fue determinante para que los “Bad Boys” consiguieran los títulos de 1989 y 1990. Quedaba demostrado que este jugador de segunda ronda había supuesto uno de los grandes robos del draft de 1986.
individualmente, tanto en 1990 como en 1991, fue nombrado mejor defensor del año, aunque su auténtica especialidad eran los rebotes, llegando a promediar la increíble media de más de 18 por partido en 1992, llevándose así su primer galardón como máximo reboteador de la liga. En la guerra por el rebote siempre salía vencedor, y los seis años siguientes ese galardón no se alejó de sus manos, un logro que nadie ha conseguido igualar. Su inverosímil capacidad para capturar todo balón que no tuviera dueño, que le llevó a conseguir 34 capturas en un encuentro, era algo inexplicable para alguien de dos metros.
Era cierto que tenía una capacidad atlética imponente, pero lo que le hacía diferente en ese apartado era su intuición, unido a su incesante pelea por cada bola, lo que desesperaba en muchas ocasiones a sus rivales. El polémico ala-pívot optaba por simplificar un tema que él veía así: “Estoy más hambriento que muchos”, “cada rebote es un reto personal” o “la única cosa que hago que los demás no es saltar tres o cuatro veces a por un rebote”. El gran Andrés Montes acertó al denominarle: “Adivina quién viene esta noche”. Sus rivales sabían que jugar contra él era muy incómodo e incluso irritante ya que en ciertos aspectos era insuperable y si entrabas en su juego la batalla contra él estaba prácticamente perdida. Rodman nunca se rendía y sobre todo nunca se conformaba.
1992, EL AÑO QUE LE MARCÓ DE POR VIDA
El año 1992, aparte de por sus logros, fue decisivo personalmente para “el gusano”, como así lo apodó su madre cuando este era pequeño, ya que tocó fondo debido a dos motivos. El primero fue que su mujer le abandonó llevándose con ella a la hija de ambos a Sacramento y el segundo fue que su entrenador, Chuck Daly, al que él consideraba como el padre que realmente nunca tuvo, abandonó los Pistons para enrolarse en los Nets del difunto Petrovic. En ese momento, Rodman cayó en una profunda depresión, y se produjo un extraño suceso. Miembros del club le encontraron en su furgoneta en el parking del pabellón de los Pistons con una escopeta cargada. El caso fue tratado como un intento de suicidio del jugador, aunque él simplemente alegó que había matado al viejo Dennis para dejar salir al nuevo.
A partir de entonces, los que le conocen admitieron que había cambiado radicalmente a mejor, aunque sin duda, su cordura quedaba en entredicho. Al igual que otros jugadores que llegaron a lo más alto, él no estuvo exento de problemas en lo personal. Cuando era muy pequeño, su padre les dejó abandonados. Con graves problemas económicos, a los siete años tenía que recorrer los suburbios de Dallas solo para conseguir algo de dinero. Más tarde, reconoció que toda su infancia estuvo buscando una escapatoria. Cuando la encontró de mayor, ya era un animal indomesticable.
En 1993, el nuevo Dennis fue traspasado a los San Antonio Spurs. El ex de la Universidad Estatal del Sur de Oklahoma aportó desde el primer día una gran dosis de energía a un plantel, que con su llegada mejoró significativamente. David Robinson, líder de aquel equipo, se mostraba encantado de que contar a su lado con un jugador como él, que le liberara del juego sucio, y a su vez no le restara lanzamientos, y protagonismo en definitiva. La carrera del ‘gusano’ estaba en buen puerto, pero a la vez, él se encargó de demostrar que el viejo Dennis no había muerto del todo, ya fuera por falta de disciplina o por asuntos extradeportivos.
A LOS 33 AÑOS LE LLEGA SU GRAN OPORTUNIDAD
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Su llegada a la ‘Ciudad del Viento’ no fue un recibimiento en lor de multitudes. Parte de la afición temía que “el gusano” pudiera descentrar a un equipo ya de por sí temible, aunque allí estaba el maestro Phil Jackson para controlar al impetuoso Rodman. El amante del estilo Zen, más que ejercer como entrenador, lo hizo como padre. Fue de los pocos que se sentó a hablar con el jugador acerca de sus problemas y dudas, llegando a declarar que comprendía el comportamiento de Dennis debido a las constantes traiciones que había sufrido durante su vida . A su vez, le convenció de que, si se esforzaba, debía sentirse una pieza importante en un equipo plagado de estrellas.
A sus 33 años, este loco de los tatuajes y los piercings, que seguía en plena forma y con las mismas ganas de luchar que siempre, se liberó de un peso mayor que el físico, y toda esa energía que siempre derrochó a raudales la utilizó para remar hacia el mismo sentido que los de Illinois. Rodman ayudó a conseguir tres anillos para los Bulls en una de las más grandes dinastías de la historia, aunque a su vez, nunca quiso descuidar del todo su faceta de showman con sus cada vez más cambiantes peinados, lo que le convertía en muchas ocasiones en protagonista, por delante incluso del mejor jugador de todos los tiempos.
Poco después se marchó, recalando sin pena ni gloria por Lakers, Mavericks y posteriormente por varios equipos de la liga mejicana, ya que su físico y su hambre de balón aún le permitía pelear por cada bola. Al igual que Peter Pan no quería crecer nunca para ser siempre un niño, este “niño grande” no aceptaba que la retirada tendría que llegar algún día. Se resistía a dejar su hobby, su droga, su válvula de escape. Ganar cada balón dividido estaba en sus manos, pero no luchar contra el paso del tiempo, y tuvo que aceptar que hay cosas inalcanzables. Con cinco anillos en sus dedos y numerosos premios individuales, el showman de Dallas abandonó su juego favorito. Más adelante, participó en varias peleas televisadas y en varias películas, de modo que continuó dando de comer a su insaciable afán de protagonismo.
En definitiva, su ‘modus vivendi’ siempre ha distado mucho del de un deportista de élite ya que para él nunca existieron normas, aunque a su vez, eso fue lo que le convirtió en un ganador nato, que se justificó de esta manera acerca de su impulsivo comportamiento sobre el parqué durante tantos años, un simple resumen acerca de lo que para él era un divertido juego: “Sólo intenté aportar cosas nuevas a un juego donde ya estaba todo visto, nada más”. Un caso aparte. Un tipo excéntrico que ha vivido y vive al límite, y que se podría clasificar como el yerno que toda suegra no quisiera tener, pero el jugador incansable con el que todo entrenador quisiera contar para su equipo.
Tras la retirada llegaron lugares exóticos donde jugar partidios de exhibición y sacar unos dólares como ABA, México, Inglaterra o Australia. Hace poco más de un año, incluso intentó dar el salto a los banquillos de la WNBA. Actualmente sigue pasando por la vida a toda velocidad, de fiesta en fiesta: Las Vegas, Miami... Latinoamérica, Europa... usando su imagen como moneda de cambio ¿Le quitarán la tarjeta de crédito algún día?
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