La polvareda de Pekín (1ª parte)
Los que comenzamos a amar este deporte en los 90 llegamos a asumir que la gloria quedaría para siempre al otro lado del telón de acero. Al tiempo que la antigua Unión Soviética y la vieja Yugoslavia se desmembraban, nuestro baloncesto se hacía cada vez más pequeño. Por eso, cuando Alberto Herreros arrasó el París-Bercy el verano del 99, conquistó no solo la plata europea, si no buena parte de nuestros sueños.
Tan solo tres semanas después, la generación de 1980 iba a iniciar en Lisboa un camino de leyenda que equipararía nuestra historia a la de potencias y jugadores antes inalcanzables. ¿Cómo íbamos a imaginarlo? Ni siquiera después de aquel torneo fuimos conscientes de lo que se nos venía. Lo recuerdo como si fuera ayer: vi la final desde mi banco de abdominales y, entre serie y serie, llegó el descomunal triple de Cabezas. Reconozco que me abrumó la ilusión del grupo, pero no le di la mayor importancia. Los raquíticos brazos de Gasol y la baja estatura de Navarro me hicieron desconfiar. Fue la primera y la última vez que ocurrió.
Han pasado 19 años, todo está escrito sobre ellos; reabrir hazañas de tal magnitud queda fuera de nuestro rango de escritura. Sin embargo, el crecimiento del equipo nacional y la espontánea incursión de Pau en las madrugadas de la NBA impactaron en mí de una manera casi absoluta. Quizá merezca la pena recordar 10 éxitos de la selección a la vez que rescato la manera en que los viví. ¿Y tú? ¿Dónde estabas entonces?
Los recuerdos de nuestra mente no están ordenados cronológicamente si no que se organizan en función de su trascendencia. Tampoco los capítulos de este monográfico se ciñen a la línea temporal habitual. Más bien aparecen según la intensidad con la que disfruté o sufrí el momento en cuestión. De ahí que dediquemos esta primera entrega a los Juegos Olímpicos de Pekín y no a campeonatos anteriores.
A nivel personal, 2008 suponía el inicio de un viaje que cambiaría mi vida para siempre. Los 6 meses que pasé en Argentina junto a la ONG Ingeniería Sin Fronteras me ayudaron a entender que la realidad poco tiene que ver con lo que nos presentan los medios de comunicación. A pesar de que había participado de experiencias similares, la violencia a la que eran sometidos los movimientos campesinos de la zona sacudía con fuerza mi sosiego. El miedo estaba allí, con nosotros.
El gol de Torres y la llegada de Aíto
En lo deportivo, la selección española de fútbol acababa de proclamarse campeona de Europa. Ajeno a lo que en lo económico depararía aquel año, nuestro país celebró la victoria como el que rompe un complejo congénito. En mi caso no fue más que un anticipo del destino; escuché la final en un tren entre Barcelona y Valencia. Ni siquiera grité el gol de Torres, la radio se había quedado fuera de combate al cruzar un túnel.
Por su parte, el equipo de baloncesto afrontaba la preparación olímpica en un ambiente convulso. La derrota in extremis en la final del Eurobasket de 2007, tensó hasta la ruptura la cuerda que unía a la Federación con el seleccionador Pepu Hernández. La dimisión del técnico madrileño destapó las vergüenzas de muchos y dejó sin piloto la aventura por tierras chinas.
Tras un tira y afloja eterno, García Reneses aceptó el cargo de manera interina y con la mente puesta en su próximo destino, Unicaja de Málaga. Fiel a su estilo, Aíto estableció a su llegada líneas rojas infranqueables. Entre ellas, la inclusión en la lista final de Raül López y del imberbe Ricky Rubio. Carlos Cabezas y Sergio Rodríguez, atascado en su aventura americana, fueron los grandes damnificados.
Más allá de la convocatoria, había algo que no terminaba de encajar. Cuando Pau Gasol abandonó el FC Barcelona para dar el salto a la NBA, Aíto entendió que el jugador se precipitaba; así lo manifestó públicamente. A muchos nos pareció una distancia insalvable. En pocos días, la opinión de que el seleccionador debía tener un perfil más continuista se había extendido por los medios. Sin embargo, la ilusión y profesionalidad estaba por encima de cualquier nombre. El técnico desplazó su discurso en busca de confianza y el grupo respondió con una única obsesión: las medallas.
Otra vez Grecia. Otra vez España
No habría tiempo para comprobar el parte de daños, el debut en los Juegos era una final a traición. España y Grecia lucharían por el segundo puesto del grupo B en la jornada inaugural del campeonato. La primera plaza quedaba reservada para Estados Unidos, por lo que la victoria permitía evitar a los americanos hasta una hipotética final. Una condición obligatoria para los nuestros, que ya habían sucumbido en un cruce envenenado cuatro años antes.
Otra vez España. Eso debió pensar Panagiotis Giannakis tras conocer el resultado del sorteo. El seleccionador heleno comandaba una generación de talento inagotable: Papaloukas, Bouroussis, Spanoulis, Diamantidis o Schortsianitis. Como en el caso de Francia, su coincidencia en el tiempo con los “chicos de oro” les privó de amasar un palmarés inigualable. Los nuestros ya habían derrotado a Grecia en la final de Japón 2006 y en las semifinales de Eurobasket 2007. Pekín no sería una excepción.
Aíto descargó sobre el conjunto de Giannakis todo su arsenal defensivo, incluyendo variantes en zona y su legendaria presión a toda pista. En el minuto 5 de partido ya habían actuado 10 de los nuestros. Navarro fue el undécimo en entrar a pista. Desde esa privilegiada posición se alió con Rudy y Calderón para abrir una grieta en el abismo rival (+19). El 81-66 final avocaba a los griegos a un camino sinuoso. Argentina los apearía del viaje en cuartos.
Para entonces yo ya había cruzado el Atlántico. Antes de desplazarme al interior del país, tuve la oportunidad de disfrutar con la publicidad de las paradas del “colectivo” en Buenos Aires. En la mayoría de ellas, Manu Ginóbili era el auténtico protagonista. Alentado por frases que le identificaban con el espíritu argentino, Manudona desafiaba el aro rival con mirada insaciable. El de Bahía Blanca sería el abanderado de la expedición albiceleste en Beijing. Casi nada.
El todo o nada ante los griegos coincidió con un encuentro campesino en la periferia de Rosario. Las normas de seguridad impuestas por la organización impedían salir del complejo deportivo en el que se celebraba el evento. Trabajo, comida, cama y baño en un mismo espacio. Las duchas me parecieron el mejor lugar para lograr algo de intimidad y cobijarme del invierno austral durante la noche. Pero algo rondaba en mi cabeza. Ni siquiera la buena compañía fue suficiente para olvidar que, a esa misma hora de la madrugada, España debía desactivar por enésima vez a Theodoros Papaloukas.
A la mañana siguiente, la idea se había convertido en un deseo incontrolable. No podía permanecer de brazos cruzados. Me las arreglé para unirme al grupo de compras que debía abastecer la comida del día y abandoné el recinto; era la única manera de conseguir noticias del exterior que no tuvieran que ver con política o fútbol. Ataviado con el look más occidental que pude componer y aprovechando la parada de rigor, bajé discretamente de la camioneta en una estación de servicio. No me llevaría más de dos minutos: entrar, abordar la computadora con conexión a internet y teclear en busca del resultado. A no ser que aquella máquina funcionara con monedas, claro.
Ese año, el valor real del peso argentino era inferior al del metal que contenían las monedas. Hacerse con ellas en ciudades como Rosario o Buenos Aires era poco más que imposible. Pero ya no había marcha atrás. Una vez allí no podía irme de vacío, así que vendí al mejor postor un billete de cinco: obtuve dos pesos maltrechos y casi irreconocibles. Fue un instante fugaz que llevaré siempre conmigo. Google respondió sin pestañear. 81-66. Sonrisa infinita e incompresible para el resto.
El torneo no había hecho más que comenzar y ya era consciente de que cada partido sería una odisea. Descarté los duelos ante China y Alemania y me centré en la posibilidad de ver el España-USA de la primera fase. ¿Lo lograría? La respuesta en la próxima parada del camino entre Lisboa y Río.
SERIE COMPLETA: DE LISBOA A RÍO, RECUERDOS EN EL CAMINO
La polvareda de Pekín (1ª parte)
La polvareda de Pekín (2ª parte)