Llegaba el año 2002, y con él el esperado Mundial de Indianápolis, para el que Argentina se había clasificado brillantemente un año atrás, con el campeonato de América logrado en Neuquén. El gran favorito, el anfitrión Estados Unidos. Pese que a los de George Karl no llevaban a algunas de las superestrellas NBA (Bryant, O’Neal, Duncan, Iverson e incluso un veteranísimo Michael Jordan fueron invitados a jugar, pero renunciaron), sí armaron un equipo lleno de jugadores de nivel medio-alto de la mejor liga del mundo (Baron Davis, Jermaine O’Neal, Elton Brand, Shawn Marion, entre otros), liderados por el alero de Boston Celtics, Paul Pierce, y el veterano francotirador de Indiana Pacers, Reggie Miller. Una plantilla que, pese a la ausencia de supercracks, debería ser suficiente a priori para ganar el Campeonato. Por detrás, un grupo de aspirantes a las medallas con la Yugoslavia de Stojakovic, Bodiroga y Divac como máximo representante, pero también con la España de Gasol y Navarro, la Alemania de Nowitzki, la Turquía de Okur, Kutluay y Turkoglu, y por supuesto, la Argentina de Ginóbili, Nocioni, Oberto y compañía. La brillante actuación en el Torneo de las Américas de 2001 situaba a los de Magnano como aspirante claro, al menos, a llegar a las semifinales.
El técnico de Córdoba confió para su convocatoria en la columna vertebral que le llevó al éxito en 2001, con el único cambio del base Alejandro Montecchia, que sustituyó a Daniel Farabello. De este modo, Argentina contaba con el mejor elenco de su historia, liderado por un Ginóbili consagrado como el mejor escolta de Europa, recién fichado por los San Antonio Spurs tras su exitosa etapa en la Kinder Bolonia; y una troupe de jugadores que despuntaban en los equipos más potentes de Europa: 5 de ellos del TAU Cerámica, flamante campeón de Liga y Copa en España (Oberto, Nocioni, Scola, Sconochini y Gaby Fernández), el base del Panathinaikos campeón de la Euroliga, Pepe Sánchez, y el pívot del CSKA Moscú, Rubén Wolkowisky.
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El campeonato continuaba y Argentina se enfrentaría en la segunda fase con China, Alemania y Estados Unidos. Ni la escuadra de Yao Ming ni la de Dirk Nowitzki supusieron demasiado problema para los sudamericanos (victorias 95-71 a China y 86-77 a Alemania) que, con el pase a cuartos asegurado, y un excelente récord de 5 victorias por ningún tropiezo, encaraban el último partido del grupo frente al favorito, Estados Unidos. El dato: EE.UU. llevaba 58 victorias y 0 derrotas en partidos jugados con miembros de la NBA. Ninguna selección había derrotado hasta entonces a los norteamericanos. Todo un desafío que escondía un premio no menor: evitar en cuartos a Yugoslavia, cuya irregularidad en el torneo (derrotas ante España y Puerto Rico) le relegó a la tercera plaza de su grupo.
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Los de Magnano se dedicaron más a contemporizar en la segunda parte ante las acometidas de los de George Karl, con Paul Pierce y Andre Miller al frente, pero su triunfo nunca llegó a correr peligro, siendo el 80-87 el resultado final ante un ojiplático público estadounidense, eclipsado por cientos de animosos argentinos. Necesitaban una alegría como ésta, después del varapalo de los Batistuta, Verón, Simeone y compañía en el Mundial de fútbol pocos meses antes. Argentina había derrotado a Estados Unidos, rompiendo una racha de 58 victorias seguidas del Team USA. Las palabras del emocionado relator de ESPN, Alejandro Pérez, justo al acabar el partido, lo decían todo: `el Campeonato aún no terminó, quedan partidos muy importantes y difíciles, pero Argentina acaba de dar el golpe más importante de la historia del deporte con este triunfo sobre el Dream Team’. Las reacciones no se hacían esperar. Como recogió El Mundo, el técnico norteamericano George Karl reconoció la superioridad de su rival: "Desde hace tres semanas sabíamos que Argentina jugaban su mejor baloncesto y perdimos la compostura ante la intensidad que mostraron en el campo, pero me alegro de que lo hiciésemos en este partido y no a partir de los cuartos de final", mientras que la estrella argentina Ginóbili dio con la clave del triunfo: "Un mundial es algo muy diferente a una competición de liga y aunque llegues con un equipo de grandes jugadores, como tiene Estados Unidos, al final necesitas tener la química de que cada uno se conozca y tenga la misma identificación en el campo". Argentina acababa de dar un golpe en el corazón del baloncesto mundial, y se confirmaba como uno de los favoritos para levantar la Copa del Mundo en la Final. No en vano, pasaba a cuartos como la única selección invicta, y sin dudas, como la que mejor baloncesto había practicado hasta el momento.
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(Vídeo del canal de Juan Payllalef, con la segunda parte del histórico Estados Unidos-Argentina del Mundial 2002, narrado por Alejandro Pérez y Marcelo Nogueira para la ESPN).
La debacle estadounidense no acabó aquí. Yugoslavia, confiada en repetir la historia de los argentinos, también derrotó a los de George Karl en cuartos de final, consumando el mayor fracaso del baloncesto de los EE. UU. Argentina se postulaba aún más favorita para el triunfo final, encarando los cuartos ante su rival regional, Brasil. Con algo menos de brillantez, pero con un juego más práctico, los de Magnano pasaron por encima (78-67), pasando a una semifinal en la que les esperaba la Alemania de Dirk Nowitzki. Un rival a priori inferior, muy dependiente del crack de Dallas Mavericks, al que ya habían derrotado cómodamente en la primera fase.
Sin embargo, el partido ante los germanos resultó bronco y espeso. Nowitzki fue relativamente neutralizado (24 puntos y 11 rebotes, pero con una serie de tiro de 8/26), pero la peor noticia posible saltaba en el segundo cuarto: Ginóbili caía lesionado por un mal apoyo en el tobillo tras clavar un triple. El bahiense no volvería al parquet; sus compañeros, en un alarde de coraje y carácter, consiguieron derrotar a los alemanes (86-80) tras un gran último cuarto, remontada incluida. Argentina se metía en la final del Mundial por primera vez desde aquel prehistórico torneo de 1950, en la que esperaba Yugoslavia, pero con el sabor agridulce derivado de la lesión de su estrella, Ginóbili, que tendría muy difícil poder jugar la final.
No era tiempo para lamentaciones. No todos los días se disputa una final de la Copa del Mundo. Argentina lo iba a hacer frente a Yugoslavia. Jugador por jugador, probablemente los balcánicos eran superiores, y más aún con un Ginóbili mermado; sin embargo, era Argentina la que llegaba invicta y tras haber practicado el mejor baloncesto del torneo. Los dos equipos que habían derrotado a Estados Unidos por primera vez (España lo hizo también en ese Mundial, en el partido por la quinta plaza), frente a frente en la final.
Los hombres de Magnano estuvieron a la altura. Scola, Wolkowisky y, sobre todo, un inmenso Oberto (28 puntos con 11/19 en el tiro) dominaban la pintura, mientras que Yugoslavia se encomendaba a su juego exterior: 27 puntos de Bodiroga y 26 de Stojakovic. Todo marchaba bien para los sudamericanos hasta pocos minutos del final (61-69 tras triple de Pepe). Pero apareció la figura de Dejan Bodiroga. El nuevo fichaje del Barcelona, que ya había ganado todo lo ganable en competiciones FIBA, se hizo con las riendas de su selección y anotó 7 puntos seguidos para forzar la prórroga (75-75). Por si fuera poco, la polémica hizo acto de presencia. Con el marcador empatado y 5 segundos por jugar, Sconochini encaraba el aro para desempatar y ganar el Mundial. En su penetración fue objeto de una falta aparentemente bastante clara de Marko Jaric, que no fue pitada por los árbitros, ante la desesperación de los argentinos. Cinco minutos de prórroga.
(Tramo final del Argentina-Yugoslavia de la Final del Mundial 2002, del canal de Florencia Moncalvillo)
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El siguiente objetivo de Argentina era claro: debía clasificarse para los Juegos Olímpicos de Atenas 2004. Y para ello debía quedar entre los tres primeros del Torneo de las Américas de 2003, que se disputaría en Puerto Rico. Con la misma base de jugadores que ganó la plata mundial, con el único cambio del alero del Pamesa Valencia, Fede Kammerichs, que sustituyó a Sconochini, Argentina consiguió su objetivo derrotando a Canadá en la semifinal (88-72), y asegurando así la segunda plaza (cayó en la final ante una Estados Unidos repleta de estrellas NBA: Duncan, Iverson, McGrady, Carter…) en un torneo en el que jugó a medio gas, con derrotas ante selecciones a priori inferiores como México o Venezuela. Pero lo importante era que la clasificación para Atenas 2004 se había conseguido. Y Argentina llegaba para luchar por las medallas.
Magnano recuperó a Sconochini en su convocatoria para el evento griego, e incluyó a dos destacados aleros del baloncesto europeo: Walter Herrmann (Unicaja Málaga) y Carlos Delfino (Fortitudo Bolonia, recién fichado por Detroit Pistons). Por lo demás, los Ginóbili, Nocioni, Sánchez, Oberto, Scola o Wolkowisky se mantenían como los pilares de una Selección que aspiraba al podio. Entre sus rivales, una Estados Unidos contaba con dos superestrellas de la NBA, Tim Duncan y Allen Iverson, y una pléyade de jóvenes como LeBron James, Carmelo Anthony, Dwyane Wade, Carlos Boozer o Amare Stoudamire, todos jugadores de primer o segundo año, para redimirse del fracaso de Indianápolis. En esta ocasión, entrenados por el recién campeón de la NBA con Detroit, Larry Brown, conscientes del poderío de otras selecciones que, además de Argentina, aspiraban a las medallas. Por ejemplo, el campeón europeo, Lituania, liderado por Sarunas Jasikevicius, o la subcampeona, la España de Pau Gasol, y en un escalón inferior una Yugoslavia, renombrada ahora como Serbia y Montenegro, que realmente mantenía más nombre e historia que posibilidades reales, tanto por su mal torneo anterior (sexta en el Eurobasket 2003) como por sus numerosas bajas: Stojakovic, Divac, Rebraca… Una Serbia y Montenegro que, además, sería el primer rival de Argentina en la fase de grupos. El mismo rival que dos años antes en la final del Mundial.
Este primer partido sería un reflejo de la primera fase que le esperaba a Argentina: duro, complicado, con un rival correoso que, pese a sus bajas, plantó oposición hasta, literalmente, el último segundo. Con 81-82 favorable para Serbia, Ginóbili emergió con una canasta imposible a pase de Montecchia para firmar, sobre la bocina, el primer triunfo argentino (83-82) en las Olimpiadas de Atenas. El crack de los Spurs culminaba así una actuación portentosa (27 puntos) que permitía a Argentina tomarse la revancha de la final de 2002, y comenzar con buen pie los Juegos. El vídeo del canal de YouTube de Lucas Stefanelli recoge la espectacular canasta final de Ginóbili.
Pero, como decimos, no fue sencillo el caminar de la albiceleste en su camino a los cuartos. España les pasó por encima (87-76) en un espectacular duelo entre Gasol y Scola (26 puntos del español, 28 del argentino), y tras una cómoda victoria ante China (82-57), los de Magnano sudaron de lo lindo para superar a una aparentemente inferior Nueva Zelanda (98-94), liderados de nuevo por un Luis Scola (25 puntos) que, pese a salir desde el banquillo, se confirmaba como el mejor pívot argentino, por delante de Oberto y Wolkowisky. En el último choque, la correosa Italia les superó por apenas un punto (75-76), por lo que los de Magnano quedaban relegados a la tercera plaza del grupo. El rival en cuartos, el anfitrión de los Juegos: Grecia.
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Aunque en esta ocasión la plantilla de EE.UU. parecía de más nivel que en 2002, con Duncan y Iverson como máximos estiletes, lo cierto es que la selección de Larry Brown no daba sensación alguna de dominación en sus partidos. El talento inmenso pero individualista de los norteamericanos era de nuevo testado por sus vecinos argentinos del sur, en la lucha por un lugar en la final olímpica.
Fue otra vez el día de Ginóbili. Especialmente crecido ante su amigo Tim Duncan, su entrenador Gregg Popovich (asistente de Larry Brown en aquel Team USA), y sus rivales en la NBA, el genio de Bahía Blanca anotó 29 puntos de todos los colores: triples, bandejas, penetraciones imposibles, tiros libres… Manu fue un martillo pilón que sepultó cualquier opción estadounidense y que, además, no estuvo solo. Walter Herrmann volvió a ejercer de factor sorpresa tras el descanso, y anotó 11 puntos decisivos para que Argentina obtuviera rentas de hasta 16 puntos, insalvables para los hombres de Brown. El triunfo albiceleste por 89-81 se quedaba hasta corto ante una Estados Unidos sin recursos. Desacertada en los lanzamientos (27% en triples) y con Tim Duncan eliminado por personales, desquiciado ante el criterio de los árbitros FIBA. Argentina, en una nueva exhibición de juego colectivo (18 asistencias) y acierto (más del 50% en tiros de 2 y de 3), se metía en su primera final olímpica y, con un juego menos eléctrico pero más práctico que en 2002, mostraba hechuras de equipo campeón. La única mala noticia: la fractura del dedo meñique de la mano derecha de Fabricio Oberto, que le haría perderse la final. Al igual que ocurrió con Ginóbili en 2002, Magnano perdía a un hombre importante para la final, en la que jugarían contra Italia.
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Italia, ese mismo rival que les superó en la primera fase, les esperaba con su férrea defensa y su mortífero tiro exterior, los cuales habían dejado fuera a Lituania en la semifinal. Y ese patrón siguió la final. Pese a que Argentina dominaba, los Basile, Bulleri o Galanda sujetaban a Italia desde el perímetro, situando un marcador igualado (59-61 para Argentina) al comenzar el último cuarto. Pero los argentinos tenían bien aprendida la lección de 2002. Los triples de Montecchia (3/5 para 17 puntos), la verticalidad de Ginóbili (16 puntos, con 8/9 en tiros libres producto de numerosas faltas sacadas a sus defensores) y, por encima de todos, un imperial Luis Scola que hizo olvidar la lesión de Oberto con 25 puntos y 11 rebotes. Argentina acabó derrotando a Italia por un marcador muy cómodo (84-69). Eran campeones olímpicos con toda justicia. Ginóbili, renombrado como Manudona, con sus 19,2 puntos y 3,3 asistencias de media, se confirmó como uno de los mejores jugadores del Mundo, como luego demostraría siendo uno de los puntales de los Spurs en las Finales de la NBA 2005; su escudero, Luis Scola, inmenso todo el torneo (17,6 puntos y 5 rebotes), se consolidaba como pívot élite del baloncesto FIBA; y por supuesto, la incomensurable labor de los Nocioni, Sánchez, Herrmann u Oberto, y dirigidos por Rubén Magnano, claves en distintos momentos del torneo para la victoria final.
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Ya poco importaba aquella falta de Jaric sobre Sconochini en la final de 2002. Argentina, subcampeona en Indianápolis y campeona en Atenas, era la mejor Selección del Mundo. La primera y, hasta el momento, la única, en ganar un oro olímpico desde que Estados Unidos comenzó a mandar sus estrellas NBA en 1992. Con una combinación de carácter, garra, ambición, intensidad y sobre todo, talento, muchísimo talento, Argentina entraba en el Olimpo. Ahora sí, podemos hablar de la Generación Dorada.
(Final olímpica entre Argentina e Italia en Atenas 2004, televisada por TVE, en el canal de YouTube de 7EnergyBasket7)