Temporada 98-99
Sevilla rozó el cielo del baloncesto nacional. Se quedó a la derecha del campeón en el palmarés en dos ocasiones. Sí, aquel Caja San Fernando, el histórico Caja San Fernando, fue subcampeón de Liga ACB y Copa del Rey en la misma temporada, la mejor de su historia. A las órdenes de Javier Imbroda, un proyecto consolidado en la élite del baloncesto español, presentó candidatura a todo, pero siempre se quedó a las puertas. En todas, menos en las de un recuerdo eterno que volará, por siempre, en San Pablo. Imbroda, que venía de triunfar en Málaga, debutó precisamente ante Unicaja para contar la primera de nueve victorias consecutivas en el mejor arranque de su historia.
Aquel curso el Caja San Fernando configuró un equipo de ensueño. De Badalona llegó uno de los mejores bases de Europa, André Turner; de Madrid, el espectacular Mike Smith; regresó Richard Scott y el escuadrón se completó con guerreros de la talla de Chuck Kornegay o Ignacio Romero. Un plantel que se presentó en la Copa del Rey de Valencia con un balance de 14-3. Por un punto eliminó en cuartos al anfitrión, el Pamesa Valencia (57-58). El siguiente paso fue dejar en el camino al Barcelona (79-85). El 1 de febrero de 1999, domingo, por la tarde, el baloncesto sevillano se jugaba su primera final copera. Por delante, el TAU Cerámica. Lágrimas para una ocasión que jamás volvió. Los alaveses vencieron 61-70.
A los Playoffs el equipo llegó con más dudas y seis derrotas en la segunda vuelta. Tercer clasificado en Liga Regular. Pero aquel año estaba destinado a ser mágico. Tenía que serlo. Había, en realidad, la espinita del año 1996, en la que el Caja San Fernando de Petrovic se quedó en el subcampeonato de liga. En frente, de nuevo el Pamesa Valencia, que si perdió por un punto en Copa, se quedó a un partido. Los sevillanos accedieron en el quinto partido a unas semifinales donde esperaba el Real Madrid. Y llegó, en cuatro partidos, llegó. El Caja San Fernando volvía a la final de la ACB. El registro, no obstante, fue el mismo. Aquel bocado sólo se llenó de aire. El Barcelona derrotó al club hispalense por un contundente 3-0 en la serie. Fue la última gran oportunidad a nivel nacional. Tras él un oasis, una historia, y, para algunos, una desaparición.
Actualidad
De aquellos suspiros y anhelos este verano mucho se esfumó. No era una cuestión de colores, de nombre. Una identidad quedaba mermada en julio de 2016. El Club Baloncesto Sevilla moría o se transformaba en el nuevo Real Betis Energía Plus, el brazo que ponía fin a una neutralidad en una ciudad de fútbol en duopolio. Con Berni Rodríguez ya en los despachos y a las órdenes de Zan Tabak, los verdiblancos se proponen tener una salvación tranquila tras tumultuosos años institucionales. Los resultados deportivos serán vitales para que el proyecto siga vivo. En términos futboleros, la paciencia se agota más rápido.
De momento, los de Tabak han igualado el segundo mejor arranque del baloncesto sevillano en la élite (3-3). Dos contundentes derrotas siembran las dudas y los fantasmas de un equipo que defiende entre cero y nada y que recuerda a la anarquía de la etapa de Roth en el banquillo, hace tan sólo dos años. Lesiones, bajas, un recorte importante en el presupuesto, y un plantel desequilibrado en su confección hacen prever un año duro que será un auténtico drama caso de descenso.
Solobasket cumple la mayoría de edad y el recuerdo del vuelo más alto del baloncesto de élite en Sevilla, también. Por medio quedó un oasis, amargo y eterno, como la frustración de quien se siente estancado. Joan Plaza y Aíto García Reneses, en años puntuales, le sacaron de la mediocridad. No lo fue aquel Caja, el eterno Caja, siempre el Caja, de 1998-99. Solobasket nacía y tenía frente a sí a uno de los mejores equipos de España y con nombre creciente en el continente. Hoy le acompaña en una actualidad a menudo de desidias, lamentos y lágrimas. Porque hubo tiempos mejores. Tantos como para echarse a llorar.