Si Zygmunt Bauman se diera una vuelta por la NBA comprobaría que todo eso que vaticinó para la llegada del siglo XXI aplica hasta en la mejor liga de baloncesto. Que la liquidez, entendida como lo que pasa rápido y no perdura, arrasa con todo salvo si eres LeBron James y no hay merma junto al transcurso del tiempo. Bauman no predijo la Covid, pero sí que la posmodernidad iría ligada a principios inestables, discursos volátiles y valores morales cambiantes. Una síntesis de la escena política occidental. Bauman reinventó el populismo antes de que fuera mainstream.
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De la NBA no dejó nada escrito, aunque creo que vería representados sus preceptos en esta época de agitación y cambios. No deja de ser una liga en la que pierden 29 equipos por año sin más aliciente que volver a intentarlo al siguiente. Aquí no hay lucha por evitar el descenso a segunda ni te clasificas para la Champions. Una pena. Creo que por eso Twitter adora a Daryl Morey y Sam Presti. Son expertos en emociones fuertes, en arriesgar, en crear unas reglas de juego propias para no adaptarse a las ya establecidas. En lo de ganar son menos expertos, pero no nos quedemos en los detalles.
Los aficionados queremos jaleo. Ver estrellas de aquí para allá. La Agencia Libre es como el Gran Bazar, pero regateando con cristal de Bohemia. La realidad es que el espectáculo de la offseason es un aliciente más de la industria. En la otra cara de la moneda aparecen franquicias inestables y plantillas tan cambiantes que uno ya no sabe si Trevor Ariza está en Oklahoma, en Portland o en el UCAM Murcia. Solo hay dos jugadores de entre los casi 500 que tenemos en la NBA que encadenen más de 10 años con sus equipos: Stephen Curry y Udonis Haslem. Amén de Curry, lo de Haslem no pasa de simbólico. ‘El Alcalde’ suma 81 partidos, casi una temporada regular, entre los últimos 5 años. Minutos ‘de la basura’.
Lo de Haslem tiene sentido para la franquicia y, sobre todo, para Spoelstra. Deben de ser muy amigos y Udonis seguro que juega un papel clave en mantener alejados a los 2 ó 3 jugadores que odian al entrenador de los otros 12. Y esto en la NBA puede ser más importante que lo de meter canastas.
Hay cambios que se producen por el placer de cambiar, aunque ese cambio no augure una gran mejoría. Ahí están John Wall y Russell Westbrook. Paul George, el Kyrie Irving de Los Ángeles, consiguió un contrato máximo por méritos que acreditó hace tiempo en otra parte. De’Aaron Fox por los números que nos imaginamos que será capaz de conseguir. Aunque tal vez eso sólo lo imaginen en Sacramento. Para casos como los de Marcus Morris y Luke Kennard no tengo explicación, pero agradezco el contrato a largo plazo.
Echo en falta poder recitar una plantilla de carrerilla. Me divierte el mercado y me entusiasma fantasear con la confección de equipos en ruinas, pero hay quienes persisten en cambiarlo todo, incluso lo que funciona, para atajar en un camino que suele ser largo y accidentado. Valoro la digna decadencia. Me gusta Orlando Magic, siempre competitivo, apostando por lo suyo. Sea lo que sea “lo suyo”. Una pena lo de Fultz y Gordon. Me siguen interesando Utah Jazz e Indiana Pacers y su frugal concepción del baloncesto y de la vida. Aunque sepamos que en playoff no podrán con el muro de las semifinales. Presti y Morey garantizan grandes y fugaces momentos, como un buen amor de verano. Yo, como Bauman, me quedo con los Jazz de Quin Snyder. Un valor estable en tiempos de liquidez.