“Perdimos porque tuvimos miedo”. Nos remontamos a los tiempos FIBA, en el 93, Arvydas Sabonis expresaba así su frustración después de que su todopoderoso Real Madrid se quedara en la cuneta de las semifinales ante el limitado Limoges de Boza Maljkovic y un omnipresente Michael Young. Aquello fue y será una de las mayores sorpresas que se hayan dado en una Final Four. Los blancos eran tan superiores a los franceses que se relajaron para luego colapsarse ante lo que les venía encima. Un buen puñado de años después fue el CSKA de Moscú y, de nuevo, el Real Madrid, quienes pasaban por igual proceso ante Olympiacos y Maccabi respectivamente, otros equipos rocosos y muy duros. Duros de músculo, duros de materia gris. Liberados de presión, alimentados de motivación.
Perasovic fue discípulo de Boza en la Jugoplastika de Split. Seguro que, entonces, él fue uno de los menos sorprendidos. Clifford Luyk, entonces entrenador de aquel fantástico equipo capitalino noventero, no supo generarles esa tensión y/o viceversa, sus jugadores se concienciaron tarde de dónde estaban… una Final Four. Un cuadrangular del KO que, por momentos, puede hacer que el profesional piense poco o demasiado, así de esperpéntico. “Les ganamos de mucho, en la liga regular. No suele anotar desde su izquierda. Soy superior físicamente y ya se lo demostré”. Pero amigo, las ganas y el escenario pueden hacer que un jugador mida 20 centímetros más y meta esos tiros que no suele meter. A lo Jekyll y Hyde, tus sensaciones cambian en segundos: “Qué larga ha sido la temporada, qué agotador fue ganar a tan buenos equipos. No puedo fallar. Me ha costado mucho llegar hasta aquí”.
Bien, todo el mundo encumbra a Zeljko Obradovic, pero donde realmente se ha demostrado que le dan su apoyo incondicional es en Grecia y Turquía. Allí le permiten, y no seré yo quién ponga en duda que no se lo haya ganado, entrenar a equipos en clave de trayectoria. Siguen a muerte con el coach aunque se haya asumido un presupuesto millonario y no caigan títulos en algún curso. Principal razón por la que, allá por el 97, Obradovic dejó el Real Madrid y el Real Madrid le dejó a él. Si por algo se estila Obradovic es por ser un entrenador con sentido común y excelente dinamizador de grupos. Tras esos malos modos entre gritos, aspavientos y demás hay un continuo de gestos paternalistas en los que, como un (buen) familiar, no deja que el jugador se sienta solo fuera de la pista. Sus jugadores no le oyen, le escuchan y eso en profesionales vale más que un centenar de sistemas.
El próximo viernes 10, Obradovic no podrá evitar el grado de inspiración de Darius Adams o Mike James pero sí tendrá a cada uno de sus jugadores preparados para jugar cada segundo del partido como si fuera el último. Baskonia dispone de un pívot que distribuye y anota desde el poste como sólo lo han podido hacer o lo hacen ilustres como el propio Sabonis, Marc y Pau, Kristic o Nikola Vujčić. Ioannis Bourousis tendrá que pegarse con todos los hombres grandes del Fenerbahce por intentar generar el máximo juego posible.
Suerte a los baskonistas que, como buenos ‘galos’ (entiéndase en términos asterixialianos), venderán cara su victoria, a pesar de que estar en la Final Four certifica la gran temporada que los vascos están haciendo así como su casi mágica capacidad de reinvención.