La Comunidad Valenciana fue durante muchos años, entre 1950 y el año 1990, un lugar de buen baloncesto(*), aunque con una esmirriada lista de excelsos jugadores y entrenadores que llegara a la élite de las competiciones senior nacionales, salvo casos o “rara avis”, como el pionero “Che” González (CB Dimar-Real Madrid-Joventut-Selección Española) o los “emigrados” Pedro Ferrándiz y Juan Antonio Orenga(**). Años más tarde, y pese al gran volumen de licencias federativas en tierras valencianas (uno de los más importantes en el global español), la tendencia no cambió demasiado, exceptuando ejemplos aislados como los ex-internacionales absolutos Quique Andreu (Lliria-Barcelona-Joventut) y Nacho Rodilla (Lliria-Pamesa Valencia), u otros jugadores de perfil “medio”(***). Dejando al margen, los puntuales casos de jugadores valencianos llegados y destacados en la élite española más reciente, como Juanjo Triguero (Gandia-Barcelona […] Murcia-CajaSol) o Victor Claver (Maristas-Pamesa Valencia).
Sin embargo, y pese a lo comentado, durante buena parte de la segunda mitad del siglo XX, si fue esta zona del país, una área geográfica con una nutrida y correcta lista de clubs de baloncesto, donde una abundante nómina de jugadores de "clase media" ofrecían un alto nivel de técnica individual y conocimientos tácticos en los distintos niveles autonómicos o nacionales, tanto en categorías senior como de formación. Hoy, tristemente, poco o nada queda de aquellas calidades.
(I) Mi perspectiva como entrenador de cantera en Valencia
Aprovecho la tribuna que me ofrecen los amigos de Solobasket para, desde mi limitada óptica como ex-entrenador de base en equipos modestos, aportar mi opinión al respecto de valorar la salud de la cantera en España, a través de un caso particular, la Comunidad Valenciana. Quiero remarcar que mi valoración no es cerrada, y ni mucho menos pretendo ofrecer una explicación definitiva o cerrada del total de causas que han precipitado la situación de devaluación y pobreza de la cantera en esta región. Mi diagnóstico, siendo consciente de su parcialidad, solo aspira a ofrecer una información de primera mano —en base a mi experiencia como jugador y entrenador durante varias décadas— sobre el origen del problema, a continuación abrir un debate sobre las prácticas formativas en el baloncesto de base en general, y por último esperar que en los posteriores comentarios se aporten críticas y sobre todo posibles soluciones (si es que las hay) para reflotar un deporte con un salud bastante quebrantada por estas latitudes.
Como ya acabo de mencionar, el ámbito geográfico que conozco de primera mano, es el valenciano. Aunque en mi caso tengo que puntualizar, que sobre todo el baloncesto masculino de la provincia de Valencia, donde estuve como entrenador por espacio de 14 años, tocando todas las categorías de formación, aunque generalmente, en equipos de perfil medio o modesto.
No obstante, fuera la que fuera la categoría técnica o nivel competitivo de los equipos y jugadores, que conocí en detalle dentro de mi club u otros rivales y “vecinos” de la región, fueron muchos años formando jugadores -o, mejor dicho, ayudando a no estropear talentos, como he pensado en más de una ocasión respecto al papel real que solemos desempeñar los entrenadores en muchas ocasiones. Tuve la suerte cuando obtuve mi título federativo de entrenador a finales de los ochenta, no solo de tener el papel sellado, sino también, de recibir en mi club un magisterio de “calidad y en cantidad” en lo referente a formación y enseñanza de técnica individual y otros aspectos del juego. Porque si bien no renunciábamos a poder ganar el mayor número de partidos posibles, el objetivo número uno, antes de ganar, era formar. Es decir, invertir horas y horas, y más horas, y días, y más días a lo largo de la temporada en perfeccionar el gesto técnico, tanto a nivel individual como colectivo.
Aunque, y para mi sorpresa, pude comprobar años más tarde, que la profundización en los conceptos más simples de la técnica (bote, regate, pivote, desplazamiento, parada, pase, tiro, arrancadas, reversos, etc.,), era una cuestión marginal en gran parte de los clubes, donde los jugadores crecían demasiado a menudo de una manera desequilibrada y con grandes lagunas en su formación, salvando muchas veces la cara en la cuestión técnica, merced casi exclusivamente a su propia e intrínseca calidad natural.
Esta situación de creciente pobreza formativa (que tiene muchos ángulos, causas y explicaciones, algunas más allá del propio baloncesto), en principio, no fue un obstáculo insalvable (os hablo de finales de los años 80 y principios de los 90) para la marcha de las competiciones de base y la evolución de gran parte de las canteras. No obstante, posteriormente, si que se reveló como un handicap de consideración para la salud de nuestro baloncesto, tanto el de formación, como el de las distintas categorías senior.
La escasa nómina de "buenos" entrenadores, que eran capaces de enseñar a cualquier tipo de jugador (hablamos de distintos niveles de habilidad: los muy buenos, los buenos, los menos buenos, los regulares y los más flojos) los fundamentos del juego y su complejidad en los variados aspectos que ofrece el aprendizaje de la técnica individual y del juego de conjunto, fue disminuyendo de manera imparable (sin ser siempre coincidentes las razones o causas de estos retiros), y la mayoría en un punto de no retorno.
Porque hay algo que resulta obvio, o al menos, debiera de serlo para muchos entendidos del mundo del baloncesto actual; y es que el tener el título de entrenador, no asegura que uno o una sepa enseñar (incluso habiendo sido buen o gran jugador). Es necesario, aunar en dosis más o menos equilibradas, un mínimo conocimiento del juego de conjunto en sus distintas ramificaciones (1×1, 2×2, 3×3, 5×5, sistemas de juego, tipos de defensas, etc.), y de la variada e “interminable” lista de gestos técnicos que conforman la extensa enseñanza de la técnica individual (en ataque y en defensa), junto a una mínima base pedagógica y psicológica.
Es decir, sin negar la trascendencia de una necesaria cantidad o volumen de ejercicios trabajados en un entrene, muchas veces, resulta o es tan importante el como se hacen esos ejercicios y si existe una asimilación real (y progresión) por parte del jugador. Y esto hoy en día, desgraciadamente, es pura entelequia en su aplicación. Porque, a mi modo de ver, la gran pregunta es: ¿se puede enseñar a los futuros entradores de formación, sin tener un completo y profundo conocimiento del juego y su pedagogía? La respuesta, no por simple, es más descorazonadora, si, si se puede.
Comprenderéis entonces, que esta situación, es como un círculo vicioso. Si el joven entrenador de base, más allá del arsenal teórico y la “titulitis” curricular, no obtiene el tutelaje regular de los “ausentes” veteranos entrenadores de su club (referentes técnicos de como hacer y gestionar el conducir un equipo), carece de una formación adecuada en la "praxis" de SABER ENSEÑAR (si, con mayúsculas) baloncesto al jugador más hábil, al menos hábil, al que no tiene ni idea, al que es listo pero tosco, etc… ¿Qué sucede con la formación de todos estos jugadores hoy en día? Os podéis ir imaginando. Y si no, os lo cuento brevemente, para uno que además de conservar memoria haya participado en el baloncesto de base en los últimos 20 o 30 años. Es bastante exasperante no ver ya el pobre nivel técnico-táctico de los partidos de categoría de base (sean en Iniciación al Rendimiento, Preferente, u otras categorías de menor pedigrí), sino, simplemente contemplar la rueda de calentamiento en el previo al partido.
Observar que una gran parte de los jugadores no dominan los fundamentos básicos del juego es algo bastante triste y deprimente.
La pérdida de efectivos técnicos experimentados, lejos de mejorar o estabilizar-se fue agravándose con el tiempo, y digamos, parcheada federativamente con las regulares convocatorias anuales de cursos de monitores y entrenadores. Cuestión esta última para un futuro análisis, ya que la agudización de la “titulitis federativa”, ha ido en detrimento también de este deporte, pues a nadie escapa que un marco tan largamente amateur como el valenciano, generó que un gran número de entrenadores de club y centros escolares —muchos con largas y excelentes trayectorias como formadores de baloncesto e incluso grandes competidores— no dispusiera del correspondiente título federativo. Su experiencia y su saber hacer como “artesanos” del baloncesto, nunca fue valorada en términos compensatorios, respecto a ofrecer la posibilidad de dar grados de entrenador por número de años entrenados, y tras pasar unas pruebas o evaluaciones técnicas. Pero como digo, esto es parte de otro debate.
Volviendo al tema de los jóvenes preparadores, “federativos” o no, había un problema harto evidente, gran parte ellos saltaban al ruedo de los entrenamientos, careciendo del necesario asesoramiento semanal de las generaciones precedentes. Quedando cuestiones básicas como el desarrollo, análisis y enseñanza de la técnica individual “cogidas por alfileres” y merced el criterio (no tutelado), más o menos bisoño de los nuevos entrenadores. Los que más sufrieron esta situación fueron una gran “masa” de jugadores, que careciendo de un talento natural para interpretar el gesto técnico, se perdieron en interminables ruedas o ejercicios donde el mimo y esmero por definir la calidad técnica estaba ausente y donde no se llegaban a alcanzar las habilidades mínimas para una correcta ejecución del gesto técnico. Este último apartado resulta trascendental, pues el entrenador que no sabe cómo enseñar (hay muchos más de los que la gente se imagina) y transmitir la teoría a la práctica (resuelta con una correcta ortodoxia) acaba, más pronto o más tarde, realizando lo siguiente: Si carece de calidad en su equipo de cantera, se centra en dirigirlo como si fuera un equipo senior (“vulgar”) al uso, mediante rígidos sistemas de juegos, defensas en zona, o repartiendo roles de “especialistas” en jugadores de edades tempranas. Si, por el contrario, puede reunir algunas calidades contrastadas en su plantilla o en su club, hace selección pura y dura de talentos, marginando a un número importante de jugadores, los supuestamente menos talentosos, y dándoles el rol de meras comparsas. En este contexto, era lógico que dentro de este modelo de selección se fueran perdiendo un buen número de jugadores. Jugadores que con un correcto trabajo técnico continuado a medio o largo plazo, y un abundante volumen de trabajo, habrían ingresado en la nómina de futuros “jugadores de clase media” capacitados para darle un correcto nivel competitivo a las distintas competiciones seniors.
Ante esta preocupante situación de ausencia definitiva o papel marginal de los “viejos” maestros, sin un relevo de garantías asegurado en las generaciones de preparadores más jóvenes —por calidad y cantidad—, la Federación Territorial Valenciana que debería de haber tomado cartas en el asunto, o al menos tener en cuenta el peligro que suponía perder los activos e intangibles de la experiencia y grandes conocimientos sobre el juego de estos entrenadores más veteranos, pasó de largo. ¿Amateurismo y chapuza deportiva en la toma de decisiones cruciales por los directivos federativos?, ¿Falta de un programa y planificación técnica anual y a medio y largo plazo para el territorio valenciano?, ¿Quién sabe? Se admiten opiniones para todos los gustos.
(II) La aparición de Pamesa Valencia y la fagocitación de talentos
Otros de los elementos que resultó clave para la radicalización del anterior problema y que actuó como catalizador de la transformación definitiva del “modelo de enseñanza” deportiva en las canteras valencianas durante los años 80 y 90, fue la aparición de un nuevo club señero, el Pamesa Valencia, conocido en su primer año como Valencia Hoja del Lunés, cuyo origen era la antigua sección de baloncesto del Valencia CF. Club que tan solo un año después de su fundación —en la temporada 1986-1987 —, y ya exclusivamente con la denominación de Pamesa Valencia estaba bajo la propiedad y dirección de los hermanos Roig, miembros del selecto club de grandes empresarios valencianos.
La aparición de Pamesa en el baloncesto de la región hizo albergar esperanzas de que como máxima vedette, arrastrara en su trayectoria al resto de clubes y ayudara a mejorar las prestaciones de las distintas competiciones de base locales, además de aportar soluciones o alternativas a la problemática descrita en anteriores líneas. Las credenciales del nuevo “gran club” no eran pocas: de un plumazo, y gracias a su poder económico, establecía su rango deportivo en un nivel similar al de los grandes clubes españoles, iniciando el camino hacia una modernización y profesionalización de su modelo de baloncesto, especialmente en lo concerniente a gestión de sus instalaciones (pabellón, pistas cubiertas, gimnasios, etc.,), aumento de los recursos materiales (balones, equipaciones, desplazamientos, etc.,) y humanos más perentorios (preparadores físicos, médicos, delegados, psioterapéutas, etc.,), poniendo el acento, de manera especial, en lo relacionado con la planificación anual o de temporadas, la preparación física profesional de sus jugadores, y la selección de los mejores talentos. Este hecho creo resulta crucial, ya que teniendo unos recursos por encima de la media de los clubes valencianos, Pamesa obvió un aspecto que en las grandes canteras tradicionales fuera de Valencia —como las de Estudiantes (Madrid), Joventut (Badalona), o más modernas como Unicaja (Málaga)—, era un pilar indispensable: hablo de la planificación y gestión del trabajo técnico de la cantera y su estrecha relación con los clubes vecinos —aunque fueran sutilmente ¿satélites encubiertos?—. Unos vecinos que en el caso valenciano agrupaban a buena parte de ese saldo deficitario de buenos entrenadores (de los que ya hemos hablado), que no participaron ni fueron captados para la toma de decisiones técnicas en el nuevo diseño y organigrama de la que llegaría a ser la cantera más importante de esta parte del país.
Ello fue un error mayúsculo, porque se perdió calidad, perspectiva y conocimiento real de los pasos técnicos a seguir para formar correctamente a los jugadores, definir una filosofía de juego (ligada a la calidad y excelencia en la técnica individual y de conjunto), y un acercamiento a los distintos niveles de conocimientos (formas de trabajar, autocrítica, innovación, optimización de recursos, etc.,) que existían en colegios y restantes clubes valencianos. Las operaciones altura, la “escuela” de Pamesa, y sobre todo el fichaje de las emergentes promesas de cada momento, fueron sus principales argumentos para ir renovando el plantel de jugadores, no ya desde la calidad, sino desde la cantidad, y después la consiguiente selección de los “primeros platos” que más destacaran. Es importante no perder de vista este aspecto, porque de manera progresiva Pamesa fue concentrando a los mejores talentos valencianos en sus respectivos equipos de base. El club taronja se erigía en el principal gallo del “corral” baloncestístico valenciano, aplicando una sistemática selección de jugadores con proyección (gran talento técnico y grandes condiciones físicas), que no solo no compartía con el resto de clubes importantes de la región (recordemos uno o varios escalones económicos por debajo de Pamesa) si no que, además, comenzaba a fagocitar también de manera masiva a los propios jugadores punteros de estos clubes o centros escolares. Clubes que además de su ostensible desventaja económica, bordeaban temporada tras temporada una “delgada línea” de mantenimiento de sus presupuestos (patrocinadores, ayuntamientos, cuotas de socios, etc.), medios humanos (entrenadores, delegados, asistentes, voluntarios, jugadores, etc.,), amén de poseer unas infraestructuras depauperadas, en muchas ocasiones obsoletas, o fuera del nivel más modernizado de Pamesa.
Habría que añadir que la regular “pesca de talentos” en los estanques de los clubes “menores”, encontraron un marco federativo favorable, pues bajo ningún concepto, se establecía de manera obligatoria por la Territorial Valenciana una suerte de compensaciones o ayudas a los clubes de origen que habían formado a esos jugadores. Jugadores que en muchas ocasiones, los clubes más modestos o de rango medio —en presupuesto e infraestructuras, que no en calidad de entrenadores y programa de formación—, habían educado durante muchos años, para que llegaran a conseguir ese nivel de madurez en el juego, y una base sólida respecto a su categoría.
No hubo contraprestaciones al esquilmamiento progresivo de los mejores jugadores. Si acaso, algún convenio de "colaboración" entre algunos de los clubes históricos de la zona y Pamesa, pero siempre desde la arrogancia de este último, sin objetivos claros a medio y largo plazo, y con una clara política de tener satélites para “descongestionar” el stock de jugadores de clase “media” que se abarrotaban en sus equipos de segundo nivel, y que de paso, completaban las diversas plantilla de sus equipos “A” de la cantera. El éxito (negativo) de esta política fue tal, que la mayoría de los jugadores en “cesión” nunca volvieron a Pamesa, y es más, tardaron tiempo en asimilar que su status deportivo correspondía a un jugador de tipo medio (a veces incluso de perfil bajo) que ya no estaba en la élite, y que su paso por la casa “taronja” había obedecido mayoritariamente a las circunstancias de reunir un físico destacable para su edad, o unas calidades técnicas mínimas para permanecer en los equipos “secundarios” de aquel club ACB. Jugadores, al fin y al cabo, que de otra forma, habrían estado destinados la mayoría a ser una futura exigente “clase media” en las competiciones senior de sus clubes de origen, pero que con su paso por Pamesa, habían detenido su progresión técnica de forma abrupta. Y volvían con igual o peor bagaje técnico que a su marcha, además de una evidente frustración y cierta amargura, que no todos conseguían saber gestionar o digerir de una manera positiva para el futuro de sus carreras como baloncestistas de base o ya en edad senior.
Así pues, resultaba harto sorprendente contemplar como nuestro club referencia a nivel regional y nacional, se convertía a medio y largo plazo en un problema más que añadir a la depauperada salud de la cantera de esta zona, pues su modelo de gestión deportiva, amén de radicalizar la concentración de los mejores talentos físicos y técnicos, acentuó más si cabe esta tendencia de falta de calidad en los entrenamientos de base, y de una superpoblación de jugadores con grandes lagunas en su técnica individual y de conjunto.
Durante muchos años, en Pamesa Valencia se privilegió en los entrenamientos el factor físico por encima de la calidad técnica. Nuestro club más puntero se convirtió rápidamente, y de manera exponencial, en un gigante con múltiples equipos de base, que tenían a los jugadores más altos, los más veloces y fuertes, y en algunos casos con un rango de calidad técnica sobresaliente. Calidad que en multitud de ocasiones provenía del trabajo previo hecho en los clubes que posteriormente recibían esas palizas en infantiles, cadetes, juveniles o juniors. Era fácil observar a fulanito o menganito, como jugador de Pamesa en cadete o junior, que anteriormente había jugado y sido formado en otros clubs “menores” —Lliria, La Salle, Gandia, Dimar, El Pilar, Escuelas Pias, San José de Calasanz, Ontinyent, Montemar, Don Bosco o Maristas entre otros—, como un jugador más potente, más dominante en el plano físico, pero sin apenas evolución alguna en el plano táctico y sobre todo en lo concerniente a un desarrollo diligente de la técnica individual. Más de un entrenador de entonces, nos preguntábamos el porque de esta situación, y que se supone que hacían con los chavales en Pamesa, donde contaban con infinitos medios de trabajo, respecto al conjunto de restos de clubes o centros escolares que desarrollaban desde hacia décadas baloncesto de calidad en instalaciones deportivas con evidentes limitaciones.
Equipos victoriosos los canteranos de Pamesa (¿resultadismo frente a formación?), que generalmente —salvo contadas ocasiones donde si tuvieron respuesta de algunos clubes con una rancia tradición de buen baloncesto—, años tras año, apalizaban a sus rivales vecinos (merced su incontestable potencial de ritmo y estatura), pero que en las distintas fases finales de sector territorial, o en la fase final del campeonato de España iban claudicando sistemáticamente ante equipos de élite (la mayoría pertenecientes a clubes ACB) con mucha mayor calidad técnica, pero sobre todo con un bagaje competitivo previo mucho más exigente en sus respectivas competiciones domésticas.
(III) El futuro
¿Y cómo se resuelve actualmente esta situación de una evidente devaluación del nivel técnico de los jugadores en formación? ¿Qué futuro se atisba en etapa senior para el conjunto de clubes?
Pamesa Valencia en buena lógica, y sin dejar de aplicarse en la "captura" de los talentos más sobresalientes de sus vecinos inmediatos, sortea esta situación, merced su poderío y potencial económico, a través de una "agresiva" política de fichajes nacionales o "extranjeros", su red de “escuelas”, y haciendo anualmente sus correspondientes operaciones altura, donde cientos de chavales esperan consumar el sueño de jugar en el equipo grande y llegar quién sabe donde. Los clubes de nivel alto por detrás de Pamesa, mimetizan en lo que pueden la política del “hermano mayor”, se apañan como pueden de sus paupérrimas canteras, las sobras de los “deshederados” de Pamesa, y capturando lo poco que se puede obtener con calidad de los clubes de nivel medio o colegios con planes de baloncesto de relativo nivel. A su vez, los clubes de nivel medio se apoyan en su esquilmada cantera como pueden, recogiendo también a algunos de los ex-pamesas, y echándole un vistazo (sin discriminar calidades) a los clubes modestos o centros escolares de su zona. Y, finalmente, los clubes más modestos, muchos desaparecen al cabo del tiempo, y otros, sobreviven gracias al encomiable esfuerzo de padres y un grupo de voluntariosos entrenadores que tan solo aspiran a que sus hijos o pupilos hagan baloncesto como podían estar haciendo cualquier otro deporte, sin esperar nada especial de cara al futuro de estos jugadores, más allá de la simple y llana afición.
A la situación de esta abundante nómina de pequeños clubes o entidades escolares que suponen la extensa base de la pirámide nuestro baloncesto, surgen una serie de preguntas cuanto menos inquietantes. Pues, sabiéndose desde la central federativa de Madrid, y la territorial valenciana lo que sucede por estos lares, ¿cómo no se arbitran medidas para atajar esta situación de cara al futuro más inmediato?, ¿qué apoyo se da a estos clubes?, ¿qué seguimiento y apoyo se da a esos entrenadores "modestos"?
El baloncesto, al menos por aquí en la zona valenciana, es, qué duda cabe, un gigante (¿?) con pies de barro. Si algún día los que ponen el dinero encima de la mesa para que Pamesa siga adelante, deciden cerrar la "paraeta", aflorarán de manera definitiva las manifiestas miserias de unas competiciones desustanciadas respecto a su nivel real, y pobladas por una gran mayoría de jugadores con un nivel técnico-táctico cercano a la "indigencia", que nada tienen que ver con Claver y otras jóvenes “estrellas” que nacen por generación espontánea cada cierto tiempo, y muchas veces, además, para más ironía provienen en origen de clubes menores, donde antes ya se hizo un trabajo más o menos decente con ellos.
Y lo peor de todo esto, es que no se atisba una solución fácil a esta situación. Queridos amantes del baloncesto, espero vuestros comentarios, críticas (constructivas), posibles soluciones, ideas varias, o la simple comparativa de modelos de gestión de cantera que si funcionen en otras zonas o regiones de España (y porque no también del extranjero). El baloncesto de base en Valencia no se merece esta situación.
(*) Desde aquí un homenaje a Juan Martínez Beltrán y Modesto Iglesias Martínez, dos pioneros, y también compañeros coetáneos de “Che” González, que fueron pilares fundamentales en la historia inicial del baloncesto valenciano. Ambos ya fallecidos, no han recibido el debido reconocimiento por parte de la Federación Valenciana de Baloncesto, ni tampoco de la Española. El primero posiblemente haya sido uno de los mejores entrenadores españoles (en técnica individual) de todos los tiempos —maestro a su vez de dos grandes entrenadores valencianos como Juan Rosalén y Paco Martínez—, y el segundo, jugador de grandísima calidad, fue un fenomenal base que no tuvo la suerte (pese a su talento) de llegar a la Primera División Española de entonces, aunque si que fue durante muchos años el mejor director de juego en tierras valencianas, y participó junto a su equipo de toda la vida, el CB Dimar, en lo que era entonces 1ª B (hoy Leb Oro) y múltiples “Copas del Generalísimo” —antecedente de la actual Copa del Rey—, donde pudo destacar en más de una ocasión y dejar el sello de su calidad.
(**) Llamo “emigrados” al alicantino Pedro Ferrándiz y al castellonense Juan Antonio Orenga, ya que uno y otro, desarrollaron la práctica totalidad de su carrera baloncestística fuera de Valencia. El primero siendo el entrenador más lauredao de la historia del Real Madrid durante muchas temporadas (1959-1975), y el segundo con una trayectoria formativa y como jugador senior básicamente en equipos madrileños —Real Madrid, CajaMadrid, Collado Villalba y Estudiantes— y ya más tardiamente en otros equipos ACB (Caceres y Unicaja).
(**) Una lista que sin pretender ser exhaustiva, recoge a jugadores valencianos (o formados en Valencia), que en algún momento de sus carreras gozaron de minutos y partidos ACB de una manera más o menos regular y continuada. Son casos como el de Roberto Iñiguez (Valencia CF-Pamesa), Arturo Llopis (Silla-Barcelona), Alfons Albert (Ontinyent-Joventut), Salva Guardia (Lliria-Zaragoza […] Fuenlabrada-Bilbao), Jesús Fernandez (Pamesa-Godella-Gandia […] Vive Menorca) o Victor Luengo (Pamesa-Gandia) entre otros. Resulta sintomático que este último, sea el único jugador valenciano de Pamesa Valencia, que haya sido formado integramente en su cantera y que haya debutado en ACB, teniendo una larga trayectoria en la élite y ejerciendo un rol importante en su equipo.