Os traemos unas reflexiones sobre el efecto de las normativas y marco de cupos en las competiciones. Javier Gómez, ex director general de CB Breogán comparte con nosotros su visión:
El baloncesto es muchas cosas: una actividad física, un deporte, un espectáculo televisivo… También implica un componente social y me atrevo a decir que afectivo: ser aficionado de cualquier equipo significa identificarse con los valores que transmite y muchos de ellos pueden ser proporcionados o reforzados por el hecho de que los deportistas pertenezcan a la cantera o al mismo país. Se trata del valor de la imitación, en un sentido positivo.
Y también es una actividad económica, una industria si se quiere, perteneciente al sector del entretenimiento. Y desde el punto de vista de la gobernanza del baloncesto –y de cualquier otro deporte– no debería perderse esto de vista en ningún momento, so pena de tomar decisiones que por intervenir en la base misma del deporte acaben por matar a la gallina de los huevos de oro, a la que por cierto no se ve con mucha salud en estos últimos años.
Viene esto a colación de dos cosas que han sucedido en las últimas semanas alrededor de la (eterna) polémica de los cupos de jugadores de formación en el baloncesto español. Lo primero que ocurrió fue, nada más y nada menos, su “asesinato” a manos de la mismísima UE. Las instituciones que regulan el mercado de trabajo en Europa cumplieron con su deber con años de retraso y advirtieron a las instituciones españolas de que los cupos, simplemente, no eran legales, puesto que discriminaban a trabajadores con plenos derechos en la Unión Europea respecto a los españoles. Esto pudo haber sucedido prácticamente en cualquier momento desde el affaire de los lituanos Stombergas y Timinskas a principios de los 2000, pero ha sucedido en este momento.
La segunda cosa ha sucedido el pasado 31 de mayo, en la Asamblea de la FEB. En ella, y en una decisión cuando menos extraña, se ha decidido atender una demanda poco menos que histórica de los clubes participantes –la reducción en la cuota de inscripción anual– por medio de una vinculación… con los cupos de formación. A falta de confirmación oficial, que se producirá en unos días, los clubes podrán obtener un descuento en la mencionada cuota si poseen dos licencias de jugadores de formación más que las establecidas.
Que las instituciones, de todo tipo, intervengan en las actividades de las empresas, en este caso los clubes deportivos, es moneda común; nadie es completamente liberal en lo económico aunque presuma de ello, porque siempre acaba alcanzando el punto en el que perjudica su propio interés, o dicho de manera más cruda: su beneficio en dinero. Lo que es mucho más extraño es que esa intervención se produzca en un sentido que roza (por no decir traspasa flagrantemente) la frontera de la legalidad respecto a una investigación de la Unión Europea en curso acerca de las barreras a la entrada.
Un determinado tipo de espectador, informado pero externo, tiene la impresión de que la FEB ha tratado de poner la venda antes que la herida. O mejor dicho: está tratando de taponar con una enorme venda preventiva una herida que no deja de doler desde hace tiempo. Hace muchos años, las instituciones del baloncesto español, presionadas por la ABP, decidieron establecer una política proteccionista con el jugador nacional bajo el pretexto de la “identificación”, que viene a enlazar con él. Era poner un dique de barro para contener un diluvio y raro es que haya tardado tanto en desmoronarse. Ahora, derribado aquel, parecen haber decidido levantar otro con el mismo barro y con las mismas razones, ahora sostenidas por un hombre brillante como Alfonso Reyes en la ABP. Pero toda su preparación en todos los campos –que tuve el placer de conocer en su paso por Lugo– no le convierte en alguien capaz de hacer milagros: ni él, ni José Luis Sáez, ni Francisco Roca ni nadie, ni siquiera la misma Angela Merkel, pueden detener el fenómeno de la apertura de fronteras en Europa. No se trata de baloncesto: se trata de siderurgia, tecnologías, textiles… Todo tipo de sectores que pueden o quieren utilizar trabajadores procedentes de países de los espacios Schengen y Cotonú. El baloncesto no es una niña bonita.
En general, poco importan los deseos, tanto los de José Luis Sáez como los tuyos de lector o los míos: las leyes están por encima de ellos. Hemos de suponer que las instituciones del baloncesto español toman decisiones tan extrañas como estas no solo basándose en deseos o presiones sino en estudios o datos. Pero otros estudios o datos hacen que uno se pregunte si la excesiva protección al jugador español está ajustada a la situación real de cantidad y calidad de los jugadores que surgen en España y a la situación del mercado.
La respuesta, al menos en Adecco LEB Oro, que es la liga que nos ocupa, tiende a ser negativa. La introducción de una normativa de este tipo lo que va a incentivar es la permanencia en la competición de jugadores que no la mejoran y un descenso del nivel (otro más…) que al final acaba por perjudicar a la capacidad de generar ingresos de los clubes.
Se trata en primer cuestión de un principio económico básico: intervenir en la oferta de un bien aumenta la demanda de otro. Con un término más técnico pero igualmente comprensible: por definición y dado que existe una producción de jugadores de baloncesto en el mundo muy grande, la demanda podría ser bastante elástica. Al imponer cupos, se convierte al jugador español en un bien esencial sin sustitutos posibles y se hace que la demanda tenga una elasticidad cercana a 0. En la práctica: hay un número limitado de jugadores de baloncesto españoles de calidad, pero un número exponencialmente mayor de jugadores no españoles de la misma calidad. Si se restringe la llegada de los segundos, automáticamente se aumenta el precio de los primeros.
Hemos de suponer que el valor de mercado de un jugador debería estar relacionado con su rendimiento, en un escenario ideal. A ese rendimiento se sumarían otros factores que en LEB no existen –publicidad, merchandising… en resumidas cuentas, capacidad del jugador para generar recursos para el club al margen del baloncesto–. ¿Y cuál es el rendimiento de los jugadores españoles en LEB? Pues por término medio, inferior al de los extranjeros, considerando esto de forma genérica y utilizando la valoración como indicador, a pesar de sus limitaciones. Si tomamos el asunto en cifras gruesas, apenas cuatro décimas por término medio (8,31 extranjeros, 7,83 nacionales). Si afinamos la medición, tendremos que tener en cuenta precisamente a muchos de los jugadores que se van a ver cobijados por esta norma: los que ni siquiera alcanzan los estándares para que su rendimiento pueda medirse de forma fiable. Todos ellos, invariablemente jugadores de formación. Estos jugadores, cuyo rendimiento efectivo es irrelevante en la práctica, ahondan la brecha entre una y otra categoría.
El funcionamiento del mercado ahonda esta brecha, que puede parecer pequeña. Los jugadores extranjeros que ofrecen bajo rendimiento pueden ser cortados, circunstancia mucho más complicada en los nacionales por esa normativa. Lo anteriormente explicado respecto a oferta y demanda hace que los costes sean superiores en los nacionales, algo que es alimentado por la fortaleza del euro respecto al dólar. Y para rematar tenemos el valor de los jugadores que se dejan de fichar: mientras la cantidad de jugadores de calidad que hay en España es limitada, lo que hace que los cupos 5-6 de cada equipo tengan un rendimiento mucho menor (3,64 de media), los extranjeros que pueden incorporarse podrían mantener la media de los ya presentes en la liga sin aumentar en exceso el coste económico.
Terminemos. Existe además un componente que hace peor la situación: el funcionamiento anómalo de este mercado produce que el valor de los jugadores nacionales sea permanente y que los descensos en gasto de los clubes repercutan solo en los extranjeros. La diferencia que hemos comentado anteriormente en valoración, traducida a dinero, es de aproximadamente 3.000 euros por jugador. En la temporada 12-13, los extranjeros registraron un valor medio en dinero superior a 10.000 euros respecto a los jugadores nacionales.
En definitiva, las instituciones del baloncesto español se empeñan en luchar contra los molinos de viento de la legalidad, el espectáculo e, incluso, contra lo económico malversando en muchas ocasiones el sentimiento puro del aficionado que desea ver al chico de la puerta de al lado convertirse en el siguiente Ricky Rubio o Juan Carlos Navarro. Pero eso no podrá conseguirse con medidas que supongan una imposición de facto o que tengan un efecto nulo sino con un refuerzo de las ideas y métodos del baloncesto formativo que permitan sembrar para el futuro.