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El metal dorado tiene dueño. Lo demostraron en Pekín (2008) y Turquía (2010). Y quieren volver a hacerlo en Londres. Estados Unidos se presenta en los Juegos Olímpicos acaparando flashes y favoritismo por igual. Y con una sensación cada vez mayor de progreso a la hora de adaptar egos en beneficio del colectivo.

Y no es sencillo. Mike Krzyzewski tiene a sus órdenes once estrellas (y un Christian Laettner con veinte años de evolución), once jugadores acostumbrados a asumir mucho protagonismo y tiros, que suelen delegar trabajos menos lucidos a otros y que muchas veces tratan lo colectivo como la continuación de lo individual.

Hay bajas, sí. Y algunas notables. Dwight Howard no está, tampoco Dwyane Wade o Derrick Rose. Jugadores de primera línea. Pero el bloque estadounidense es una maravilla, en todos los sentidos. Comenzando por su propuesta, alusión directa a la evolución del baloncesto en las últimas décadas. Aquella que defiende el desuso de las posiciones tradicionales en beneficio de la polivalencia llevada al extremo.

LeBron James, Kevin Durant y Carmelo Anthony son el esqueleto de la idea. Todos ellos capaces de desenvolverse en varias posiciones y producir desajustes con los que sacar ventaja en prácticamente cualquier situación. Estados Unidos juega habitualmente con cuatro pequeños pero en ocasiones llegan a ser cinco. El desorden como forma de ordenarse.

No es casual que sólo haya un pívot puro entre los elegidos. Tyson Chandler, especialista defensivo y en el rebote, está en el equipo básicamente como opción válida para defender a los Gasol, Nené (Brasil) o algún pívot grande más que pueda amenazar realmente desde el poste bajo. Porque piensa Krzyzewski que para lastimar desde esa zona (donde son débiles, por tamaño), es preciso llegar a ella. Y no es nada fácil.

Ver cómo LeBron James, el mayor comodín del baloncesto mundial, defiende por delante a Pau Gasol, sin permitir su recepción, es un espectáculo. Y es el objetivo. Estados Unidos siembra su dominio desde la defensa. Donde un perímetro voraz toca todos los balones, marca cualquier línea de pase y genera innumerables pérdidas para el rival. Todas ellas con el mismo final. Tres segundos después, hay un estadounidense colgado del aro.

Jugar así indica la idea de imponer el ritmo por encima de todo, anestesiar la fluidez del rival y provocar canastas fáciles. El ABC. En ese sentido, el éxito de Estados Unidos radica, aparte de la lógica aptitud para hacerlo, en la actitud e implicación de sus jugadores. Atacar defendiendo es su propósito y para eso hay que tener ganas de defender. El sentido colectivo es imprescindible y comúnmente perceptible.

En la parcela ofensiva, el talento. Hay muchísimo. Es cierto que existe previsibilidad porque no hay nadie que genere ventajas desde la zona, pero la constante amenaza exterior permite abrir espacios. Chris Paul y Deron Williams, los bases, son dos maestros en la creación. Junto a ellos aparecen Kobe Bryant, ese torrente de energía llamado Russell Westbrook y la capacidad defensiva de Andre Iguodala.

Y a partir de ahí, la polivalencia y clarividencia de LeBron James, Kevin Durant y Carmelo Anthony a la hora de anotar. Un constante dolor de cabeza. Se trata de un equipo que abusa del tiro de tres y ante el que la alternancia de defensas (las zonas, punto clave) aparece como casi la única solución a la que agarrarse. Por ello, su capacidad para circular el balón y tener tiros abiertos, resulta fundamental. Menos hueco tienen, en principio, Kevin Love y James Harden. Abocados a un rol de puro especialista (el primero en el rebote y el segundo en el tiro) que limita su aportación. En cualquier caso, son dos opciones resolutivas para situaciones concretas. Dos más. Será por recursos.

Estados Unidos llega a Londres habiendo impartido una lección en Barcelona. Cuente más o menos, sirve como señal. Cuando el fuego llega de verdad a los ojos de sus jugadores, perder parece una quimera. El gran rival será su propio nivel y la ansiedad, traducida en un exceso de individualismo, que se pueda generar ante determinadas situaciones adversas. No es imposible que pierdan un partido decisivo, es la magia del deporte, pero sembrar con éxito esa idea en la cabeza del rival supondría un paso definitivo hacia el oro.