Ha caído el séptimo entrenador en la NBA, Marc Iavaroni, ya “ex” de los Memphis Grizllies. No por menos esperado, su cese deja de traer un cierto regusto amargo al paladar. Primero, porque el hombre es un buen tipo, que seguramente nunca se vio en otra igual. Y segundo, porque la cosa sigue mal para los entrenadores esta temporada en la NBA: todo el mundo da por hecho que Iavaroni no será el último técnico-jefe en caer. Y eso no es necesariamente bueno para la salud de una Liga que, hasta hace relativamente poco tiempo, tenía a gala ofrecer estabilidad a sus entrenadores.
Pero los tiempos cambian. Y este curso está siendo, sin duda, una pesadilla horrible para los técnicos de la NBA. Las cifras relativas a la supervivencia de los coaches en la Liga son cada vez más desalentadoras: aparte de los siete ceses ya consumados, justo la mitad de los equipos de la NBA ha cambiado a su entrenador desde el final de la temporada pasada. Menos mal que el gran Jerry Sloan (Utah Jazz) está ahí, con sus 21 para 22 temporadas consecutivitas al frente de su equipo. Sloan no sólo sube la media de supervivencia de los entrenadores de la NBA, sino que demuestra que hay todavía clubes por esos mundos de Dios dispuestos a creer que un técnico, incluso uno cuya edad ya le convierte en pensionista, tiene todavía algo que decir. Y no sólo a una generación de jugadores, sino a dos.
El despido de Mr. Iavaroni aporta, por otra parte, datos que ayudan a comprender mejor no sólo la situación actual del oficio de entrenador, sino el ansia de los equipos por ganar partidos y hacer caja con ello. También aporta mucha luz acerca de la peculiar naturaleza de esa franquicia renqueante que se llama Memphis Grizzlies.
Para empezar, el hecho de que el club de Memphis esté ubicado en uno de los mercados más pequeños ha hecho que el impacto mediático del cese de Iavaroni haya sido, desgraciadamente, muy pequeño. Por Dios, si hasta hay mayoría de medios ha escrito mal su apellido: muchos le ponen una “L” en vez de una “I”. Debe de ser frustrante para alguien que, al fin y al cabo, se dedica a un oficio en el que tiene una notable exposición pública que algunos ni siquiera sepan deletrear su nombre de familia. “Ya que soy noticia porque me han echado”, habrá pensado el bueno del entrenador, “que por lo menos escriban bien mi nombre”.
La cruda realidad es que a la mayoría le importa más bien poco el nombre correcto del técnico que ha llevado a los Grizzlies de la más absoluta pobreza hasta las cotas más altas de la miseria. Su cese tampoco es que parezca haber importado mucho en Tennessee: en el Sur muchos dan ya por amortizada a la franquicia y apuestan por un traslado, más o menos inminente, a algún otro lugar de la Unión. Ítem más: los aficionados del equipo han desertado en masa esta temporada y el vacío en las gradas del FedEx Center es rotundo. Sólo hay una cosa peor que una afición contrariada y enfadada con su equipo: una afición a la que le importa un bledo su club. Ese es un signo claro de necrosis. La muerte lenta de una franquicia.
La verdad es que Iavaroni nunca lo tuvo fácil en Memphis. De hecho, en 2007, heredó un equipo relativamente sólido, que contaba con jugadores veteranos como Mike Miller o Pau Gasol. Pero el equipo tenía un look tedioso y ciertamente mediocre en aquel tiempo. Hasta que, a mitad de temporada, los Grizzlies decidieron traspasar a su jugador estrella, Gasol, a los Lakers: básicamente a cambio de un puñado de entusiastas. Este fue uno de los traspasos más unilaterales en la historia del deporte de la canasta. Y, seguramente, uno de los intercambios más favorables a una de las partes contratantes en toda la historia de la humanidad. Por lo menos desde que, en 1626, Peter Minuit adquirió la isla de Manhattan a los indios nativos, los Lenape, a cambio de una serie de quincallerías por un valor equivalente a 25 dólares de entonces: que con la inflación de casi cuatro siglos, supondrían unos 1.000 dólares de hoy en día; dólar arriba, dólar abajo.
La organización del Memphis reseteó completamente el equipo (nunca mejor dicho) cuando Miller fue traspasado este verano, como parte de una operación que acabó con el novato O. J. Mayo en Elvis Country. En esta nueva versión del equipo, los Grizzlies empezaron la temporada jugando un baloncesto agresivo y, sobre todo, muy activo. Pero rápidamente empezaron a perder partidos, muchos de los cuales deberían haber ganado, por cierto, y especialmente en casa. Así que la afición desertó pronto y los jugadores perdieron irrevocablemente la confianza en el sistema de trabajo de Iavaroni. El resto, como se suele decir, ya es historia.
Ciertamente, a estos Grizzlies-2009 no les falta talento: OJ Mayo parece ser el colocado para el título de Novato del Año y en cuanto Derrick Rose decaiga –si es que lo hace- Mayo puede acabar arrebatándole el título de mejor Rookie. Rudy Gay parece estar llamando a las puertas del estrellato. Darrell Arthur y Marc Gasol son jugadores jóvenes cuyo rendimiento ha superado, con creces, las expectativas que los expertos del club tenían depositadas en ambos. Por su parte, Hakim Warrick está dando unas excelentes prestaciones saliendo del banquillo. Pero está claro que estos Grizzlies vuelven a estar –una vez más- en la modalidad de reconstrucción, tras una breve aproximación a la legitimidad competitiva.
Aprovechando este cese, creo que sería conveniente aclarar algunas leyendas –y no precisamente urbanas- sobre el periplo del Coach Iavaroni en Memphis. Para empezar, en sus tiempos de entrenador ayudante en Phoenix, el hombre era el especialista defensivo en los Suns; no formaba parte del operativo de inteligencia que se ocupaba de la ofensiva del equipo. Su principal contribución a la retaguardia de los Soles tampoco estuvo especialmente orientada a la estrategia, sino más bien al trabajo de mejora individual: ejercitaba a los hombres altos del equipo en aspectos tales como el trabajo de pies y los movimientos del poste. Cuando lso Grizzlies le ficharon, todo el mundo esperaba que el equipo corriera. De ese modo, pensaron los que cobran por pensar en Memphis, la franquicia recuperaría su atractivo para el público. Craso error. Su predecesor, Tony Barone, hacía correr y anotar al equipo como si ho hubiera mañana y perdían sistemáticamente. El fichaje de Iavaroni nunca fue equivalente a convertir a los Grizzlies en los Suns del Sur.
Otra leyenda: los bases y el Entrenador Iavaroni. Asunto complejo del que, por opinar, ha opinado hasta Marc Gasol. Esencialmente, cabría decir que los actuales bases de los Grizzlies no son, digamos, lo más florido del equipo. Conley, que pasa por ser el mejor pequeño del grupo, tiene aspectos de su juego que necesitan franca mejoría. Lowry es limitado. Crittendon es mediocre. Así que, con ese panorama, el equipo acaba siendo la mayoría de las veces, un avión con un piloto un tanto limitado: las turbulencias se notan mucho, claro, y es bastante difícil establecer un rumbo concreto. De modo que los que, dentro y fuera del club, creyeron que Iavaroni se traía a Elvis Country parte del cerebro de Steve Nash, volvieron a equivocarse a lo grande. Ni el cerebro de Nash es trasplantable, ni Iavaroni es un técnico especialmente proclive a ayudar al desarrollo y a la mejora de los bases.
De modo que, a mi juicio, Iavaroni es culpable. Más allá de cualquier duda razonable. Pero ni es el único culpable, ni, desde luego, es el más culpable de todos. En Memphis se le fichó con tales expectativas de grandeza, o al menos así se vendió la historia por parte de algunos, que los aficionados pensaron que cualquier puesto por debajo de los playoffs, ya en esta misma temporada, sería un fracaso. Apostar por eso, en la Conferencia Oeste actual, es una utopía atroz y descabellada.
Creo que alguien debería revisar, seriamente, ciertos aspectos de la gestión de los Grizzlies: que ha ido de muy buena (con Jeerry west) a horrorosa y luego a nefasta en un tiempo record. A no ser que la estrategia real sea la de engordar el casillero de pérdidas del equipo, al tiempo que se reducen las otras pérdidas; las que de verdad más importan: las contables. Tal vez se trate de eso: de presentar un club con la contabilidad más apañada y, mucho más atractivo para el comprador. Así el dueño del tinglado, Mister Michael Heisley, podría, sin duda, vender su franquicia a mejor precio.
Pero conspiraciones aparte, Iavaroni es el ejemplo palmario de que el Principio de Peter es también aplicable a los entrenadores. Hay técnicos que son muy buenos ayudantes, pero que no son, necesariamente, buenos primeros entrenadores. Del mismo modo que hay buenos primeros entrenadores que jamás podrían ejercer como segundos. Igual que hay algunos primeros entrenadores que sirven para llevar las riendas de un equipo grande, pero que naufragarían en uno modesto. Y al revés.
Marc Iavaroni tiene un destino, a corto-medio plazo, muy claro en el que, además, creo que sería extremadamente competente. Y en el que puede que fuera incluso feliz: entrenador ayudante de Mike D’Antoni en Nueva York. Al tiempo.