La historia del baloncesto español pareciera partida en dos: una época negra, o cuando menos oscura, que integra páginas memorables que yacen en un angosto cuarto trastero adonde van a parar los enseres obsoletos; y una época luminosa, cuyo potente fogonazo, siempre al frente, hubiera erradicado toda suerte de recuerdo alternativo, invadiendo la memoria de nuestro deporte, una suerte de sofocante antonomasia del recuerdo.

La ACB, claro está, es el punto de no retorno en esa cruel división entre la memoria potenciada y la olvidada, como bien han señalado personalidades brillantes de aquel periodo soterrado como Pedro Ferrándiz, Juan Antonio Corbalán o el propio Martín Tello, y nunca sabremos si esa preterición cierta de la etapa pre-acb es mera casualidad u obedece a más profundas motivaciones.

Pero sí, señores, había baloncesto en España antes de que las huestes de Don Eduardo Portela, y más tarde su émulo continental, Don Jordi Bertomeu, convirtieran este deporte en una estructura superprofesionalizada, en un modelo a seguir por el resto del mundo; aquellos eran otros tiempos, ni mejores y peores, y de vez en cuando daban para asistir a espectáculos tan estimulantes como el que aquí vamos a tratar de narrar.

Y sí, aquellas competiciones, siendo infinitamente más diletantes- léase chapuceras- que las actuales, tenían algo, si se quiere un elemento perverso, que se echa en falta en las actuales: la pasión extrema, que a veces llevaba a situaciones ciertamente peligrosas.

Había grandes equipos que dejaban de participar por temas exclusivamente políticos, había ardorosas canchas con ambientes terribles, al borde de la agresión tumultuaria, cuando no en su mismo corazón, había cánticos y pancartas delictivas, canastas que las mesas se olvidaban de contabilizar y decidían partidos, rivalidades parabelicistas, encerronas, arbitrajes con pasamontañas, partidos decisivos de última jornada que se disputaban no solo en horarios, sino en días distintos, en fin era aquel basket FIBA un mundo no apto para mentes cartesianas, carnes trémulas ni paladares exquisitos.

Centrándonos en las competiciones europeas, organizadas por la FIBA, es tanto lo que ha cambiado la cosa, que se hace necesario un preámbulo explicativo.

Las competiciones continentales masculinas europeas eran tres:

– la Copa Korac, para la que clasificaban los clubes que hubieran quedado en los mejores puestos de las ligas nacionales sin ser campeones ni de Liga ni de Copa.
– la Recopa, a la que generalmente iban los campeones de Copa.
– y la Copa de Europa a la que iban los campeones de Liga.

La máxima competición continental tenía un sistema  tan simple como apasionante: una fase previa en la se formaban seis grupos de tres o cuatro equipos, cuyos seis campeones jugaban la liguilla final mediante el sistema ida y vuelta, es decir, cada equipo de los seis grandes en esa liguilla jugaba 10 partidos, y los dos primeros clasificados de esa ronda final se disputaban el título en la Gran Final a único partido.

Ni que decir tiene que los cinco partidos que cada equipo disputaba como local adquirían una importancia desmesurada, y se jugaban en un clima de expectación y tensión máxima, dada la exigencia del sistema y la dificultad de ganar a domicilio; de hecho, se decía que ganando los partidos de local y dos fuera casi te asegurabas el paso a la gran final.

Normalmente de esos seis participantes había un español, un italiano, el Maccabi, el Tska, un yugoslavo y un convidado de piedra que podía ser griego, francés o vaya usted a saber. Lo que estaba asegurado era el altísimo nivel de esa peculiar Final Six y la emoción de las últimas jornadas para saber los dos clasificados en la lucha por el máximo cetro continental.

En la edición 1978-1979, la competición se presentaba llena de alicientes, de entre ellos, desde la perspectiva del baloncesto español, el más importante venía determinado por la presencia de dos equipos ibéricos: el sempiterno Real Madrid, que defendía título continental, y el Joventut de Badalona, que se había proclamado campeón de la Liga Nacional.

Junto a ellos, dos clásicos, la Emerson Varese, la gran escuadra dominadora de la década, que empezaba a dar signos de decadencia y el Maccabi de Tel Aviv, que tras su sorpresiva victoria ante la Mobil Girgi en la edición 1976-77, comenzaba a querer algo más que participar; una incógnita, el Bosna de Sarajevo, con un joven Boscia Tanjevic en el banco y Mirza Delibasic en la cancha; y para rematar el cuadro, una cenicienta helena, el Olympiakos del Pireo, del por entonces pedestre basket griego., que en teoría ocupaba el lugar reservado al TSKA, ya que ese año, al igual que el anterior, los equipos soviéticos no participaron en competiciones europeas.

La competición había quedado marcada por la intensa rivalidad entre el Maccabi y la Emerson, fomentada por los rescoldos de duelos anteriores, señaladamente la final de Belgrado de Copa de Europa en 1977, donde los israelitas lograrían su primer título en una final intensísima en la que se impusieron por un solo punto.

Nada contribuyó a rescatar la paz entre ambas escuadras el que el primer partido de la liguilla disputado en Yad Eliahu lo ganaran los locales gracias a una canasta hurtada a Dino Meneghin durante el partido, concretamente en el minuto 29, que al final hasta la Mesa reconoció se les había pasado computar, aunque ello no cambiara el resultado final: victoria macabea por 72-71.

Estaba caldeado el ambiente en Masnago cuando Maccabi rendía visita a los varesinos el siete de marzo, y ese rencor acumulado vino a regurgitarse de la peor manera posible: los aficionados de la Curva Nord del pabellón desplegaron, ante los atónitos ojos de la gente de bien, una pancarta con una gigantesca esvástica en la que rezaba:

“Mathausen, la reggia degli Ebrei”

Ni que decir tiene que el parlamento israelí y la prensa internacional se hiceron eco de la salvajada y las críticas fueron unánimes, incluso en los medios italianos, especialmente mediante un durísimo artículo de Enzo Biagi en el Corriere Della Sera de 22 de marzo de 1979.

El segundo punto de interés, este en clave positiva, de la liguilla fue la emergencia de un equipo joven, descarado y que practicaba un básquet refrescante, fiel a la escuela yugoslava.

Se trataba del Bosna de Sarajevo, que con Mirza Delibasic dirigiendo, con su habitual fantasía, las operaciones, ayudado por el veterano alero internacional Zarko Varajic (28 años) y el también internacional Ratko Radovanovic en la pintura, se hizo fuerte en su cancha, ganando los cinco partidos, a lo que sumó dos victorias a domicilio, en El Pireo y Badalona.

Los dos primeros partidos en casa ante los  equipos españoles fueron claves para los plavi, fundamentalmente la victoria ante el Madrid en el partido inaugural, en un partidazo que acabó 114-110 tras prórroga. Los otros tres partidos como locales se saldaron con palizas, destacando los 41 puntos de Varajic – en apenas 26 minutos en cancha- en la victoria ante Maccabi, que presagiaban lo que sucedería en la gran final.

A falta de dos jornadas para terminar la liguilla, llegaron cuatro equipos con posibilidades de alcanzar los dos primeros puestos que daban derecho a disputar la finalísima en Grenoble el 5 de abril: Real Madrid y Emerson encabezaban la clasificación, con seis victorias, seguidos de Bosna y Maccabi con cinco.

Fuera habían quedado el débil Olympiakos y una Penya que tras un inicio prometedor después de ganar al Emerson en Badalona, con exhibición de Moka Slavnic, así como al Olympiakos, en el Pireo, y de tener contra las cuerdas al Bosna en Sarajevo, perdió una gran oportunidad de estar en la final al encadenar tres derrotas consecutivas, dos en casa ante Maccabi (77-83) y Bosna (94-98) y una fuera en la cancha de Varese (85-78) después de llegar a los dos minutos finales con el marcador igualado y posibilidades de adelantarse en marcador, que fallaron tanto Ernesto Delgado como Jose María Margall.

 
La penúltima jornada contribuyó a asegurar el suspense, la Emerson debía visitar la cancha del Bosna, en un duelo que era importantísimo, ya que en caso de triunfo del conjunto italiano en Yugoslavia, ya habría finalistas a falta de la última jornada: Real Madrid y Emerson.

En caso contrario y si además perdían los blancos en Israel, el partido Madrid-Emerson de la jornada final podría ser decisivo, que fue lo que al final acabó ocurriendo, pues madrileños e italianos recibieron sendos correctivos en Tel-Aviv y Sarajevo, destacando en este último partido los 38 puntos de Mirza Delibasic.

De esta manera, todo quedaba para decidir en la última jornada, donde mientras que el Emerson, aún perdiendo, podría jugar la final en el caso de que el Olympiakos ganase al Bosna, los blancos sólo tenían la opción del triunfo para estar en Grenoble.

El día anterior al gran duelo en Madrid, por esas extrañas cosas del basket FIBA, se jugó el partido en el Pireo, cumpliendo el Bosna con una ajustada victoria por 83-88 que le daba automáticamente a los yugoslavos una plaza de finalista, con lo que la tensión, si cabe, era aún mayor, y el partido a cara de perro por el otro puesto, a disputar en el Pabellón, batía el récord de expectación, al punto que aunque el club merengue subió discretamente el precio de las entradas -numeradas, a seiscientas pesetas, y sin numerar, a cuatrocientas-, ello no impidió que se agotaran nada más ponerse a la venta.

El encuentro contaba con dos ausencias destacadísimas, Dino Meneghin en el bando italiano, lesionado para dos meses en una mano, que se golpeó con el tablero al tratar de taponar un tiro de Jose María Margall en el Emerson-Joventut de la liguilla final, y Juan Antonio Corbalán en los locales.

Incluso la presencia en el gran duelo final del gran Charlie “Sax” Yelverton estuvo preñada de suspense, pues el alero de color llegó a Madrid, in extremis, directamente de Estados Unidos adonde se había trasladado con urgencia tras recibir la noticia del fallecimiento de su padre.

Antes de empezar el partido la Federación Española, queriendo contribuir a la fiesta, hizo entrega del trofeo de campeón de la Liga recién ganada al capitán madridista.

Todo presagiaba otra jornada de gloria merengue, cuando al descanso los locales mandaban con autoridad (45-36), y en el minuto 24 obtenían su máxima diferencia (49-38), pero a partir de ese momento la Emerson, con una fabulosa defensa desmadejó al Madrid.

El entrenador visitante, Edoardo Rusconi, ante la ausencia de Meneghin y contando con un banquillo poco fiable, tomo una decisión que acabó revelándose crucial: abandonar la defensa individual, sustituyéndola por una zona 2-3 magistralmente ejecutada, que logró contener la hemorragia, dejando al Madrid en los primeros diez minutos de esa segunda en solamente doce puntos.

En ataque, los varesinos se aferraron a su gran estrella, el alero alto americano Bob Morse, leyenda del basket europeo, que empezó a anotar y a cargar de faltas a sus marcadores, primero Rafa Rullán y más tarde Randy Meister, lo que obligó a Lolo Sainz a sacar a cancha a Luis Mari Prada.

Poco a poco el Madrid se fue desintegrando, con J.M. López Iturriaga actuando de base en lugar de Carmelo Cabrera y el veterano Cristóbal Rodriguez teniendo que asumir la responsabilidad en ataque, a medida que la Emerson, con un juego compacto y serio, se crecía, y tras empatar a 55, lograba cuatro puntos de ventaja en el minuto 34 (63-67).

El drama empezaba a mascarse en un cada vez más silencioso Pabellón, llegándose a un final apretado en el que una canasta de Yelverton, marca de la casa, empataba el marcador a 75, mandando el encuentro a la prórroga, que bien pudo evitarse si el pequeño Giuseppe Gergati no falla un gancho en los últimos segundos.

El tiempo suplementario no hizo sino mantener la igualdad. Tras un arreón varesino (77-81) y cuando el Pabellón asistía estupefacto al vislumbre de la catástrofe, Rullán superaba a Morse y lograba canasta más adicional (80-81); tras pérdida de bola visitante, el Madrid falla dos tiros para ponerse por encima y el veterano base Aldo Ossola, solo, anota una bandeja en contraataque que pone el 80-83, al que responde Wayne Brabender con la última canasta del encuentro.

El fallo de Maurizio Gualco, que por otra parte hizo un gran partidoen el siguiente ataque italiano da una última oportunidad al Madrid, cuando, con 82-83 para los italianos, la bola llega al pívot suplente Luis Mari Prada que, sin tiempo en el reloj, se ve obligado a penetrar para anotar la canasta de la victoria, recibiendo una discutible falta de Ossola, que bien pudo ser señalada en ataque, en medio de las protestas de los italianos al colegiado búlgaro Aravadyan, una institución en el basket europeo a la sazón.

El joven pívot donostiarra, llegado varios años atrás a la plantilla blanca, embajador de otros vascos prometedores, como Juanma López Iturriaga o Josean Querejeta, se encuentra ante un reto peliagudo pero asumible, pues en aquel tiempo regía la norma del  3×2, que consistía en que el lanzador tenía hasta 3 posibilidades de lanzamiento para anotar dos tiros libres.

Si Prada metía uno, la segunda prórroga estaba asegurada, y si metía dos el Real partiría como favorito para ganar su séptima Copa de Europa el día 5 de abril en Grenoble.

Prada falló los tres, y entró en la leyenda negra del baloncesto madridista, de hecho los “tres tiros libres de Prada” son un tema recurrente entre los aficionados merengues, a pesar de que no existe video del partido, al menos en los circuitos de aficionados, y son raras – y sumamente contradictorias- las menciones en prensa acerca del evento.

Tras la desgracia, mientras los varesinos celebraban la victoria en la cancha, el Pabellón reaccionó de una asombrosa manera, que Claudio Piovanelli, enviado especial de Radio Varese, recuerda de la siguiente manera:

“La reazione del pubblico fu stranissima: i tifosi del Real si scatenarono immediatamente con un lancio di oggetti di ogni tipo: piovvero in campo lattine, giornali e quant\’altro. Poi, dopo una quindicina di secondi di "sfogo", il loro comportamento cambiò repentinamente: in un attimo l\’intero Pabellon si alzò in piedi a tributare un interminabile applauso ai giocatori della Pallacanestro Varese”

Dos temporadas más duró Prada en el Madrid, injustamente perseguido por la sombra de la culpa, acusado por gente que olvidaba que apenas unos meses antes de aquellos malditos libres, una canasta suya había servido para ganar la Copa Intercontinental. Su calidad incuestionable determinó que varios equipos, entre ellos Estudiantes y Joventut, se interesaran por obtener sus servicios cuando quedó libre en 1981, aunque finalmente firmaría por Caja Ronda.

Dos semanas después, ante 12.000 espectadores, la mayor parte italianos, se disputaba la gran final en la que el Bosna de Sarajevo se impuso, contra pronóstico, a la Emerson de Varese, alcanzando el primer máximo título europeo a nivel de clubes para el baloncesto yugoslavo.

El Bosna, a pesar de ser la primera vez que comparecía en una máxima final continental, frente a la décima que disputaban los italianos consecutivamente, mostró gran aplomo y claridad de ideas, y se alzó con el triunfo apoyándose en una extraordinaria defensa, en el poderío reboteador de Ratko Radovanovic, y en la sensacional actuación de la dupla exterior Varajic/Delibasic, autores de 75 de los 96 puntos conseguidos por su equipo, con unos porcentajes ciertamente inusuales para este tipo de encuentros.

El partido comenzó con el Bosna mandando por distancias cortas y un Varese desconcertado, jugando con cuatro “pequeños” más Morse, con Meneghin en el banquillo. La pareja americana de los italianos mantiene a flote al equipo (26-21 a mitad de primer tiempo) y cuando Morse anota una canasta a tabla desde 4 metros, poniendo a los suyos por delante 28-30, y dos suspensiones laterales de seis metros, que les mantienen por encima, parece que los yugoslavos acusarán la inexperiencia.

Nada más lejos de la realidad, los plavi recurren al veterano Svetislav Pesic, y ajustan su defensa sobre el astro de Pennsylvania, impidiendo que reciba mediante cambios tras bloqueo, con lo que llegan al descanso dos arriba (45-43).

En la reanudación, tras unos minutos de igualdad, con empate a 53 en el marcador, los tifossi piden a gritos la presencia de Dino, aunque sea con una mano, y Rusconi claudica. El colpo di scena que supone la entrada del Monumento, que con su mano izquierda aparatosamente vendada anota sus dos primeras suspensiones de cinco metros, no hace perder los estribos al Bosna, comandados por el montenegrino Varajic, ebrio de acierto, provocando faltas y anotando sus características suspensiones impulsándose hacia delante y cargando el tiro en caída.

Empieza a decidirse la final, y una fina suspensión de Delibasic a 2 minutos y medio, da la máxima diferencia a su equipo (91-78), de forma que los postreros intentos de presión a toda cancha de los varesinos apenas dan para maquillar el resultado: 96-93, el Bosna es justo campeón y levanta la Copa, que inopinadamente no fue la oficial, pues los italianos olvidaron llevarla a Grenoble y hubo que comprar una sustitutiva para la ceremonia de entrega.

Nuevamente, cosas del basket FIBA.

Curiosamente, aquella edición de la Copa de Europa fue para la Pallacanestro Varese el canto del cisne, ya que no volvería a disputar la máxima competición continental hasta 1998, con ya otro Meneghin en su plantilla, y, a otro nivel, pero casi lo mismo se podría decir para los madrileños, pues tras ganar su séptima Copa de Europa ante el Maccabi en 1980, no volvió a levantar el trofeo hasta 1995, cuando el astro lituano Arvidas Sabonis lideró a los blancos en Zaragoza hacia el octavo, y por ahora, último entorchado.

Los espectadores que aproximadamente a las 22,30 del 23 de marzo de 1979 se encontraban en el Pabellón de la Ciudad Deportiva del Real Madrid, ignoraban que, ante sus ojos, el duelo más grande que jamás haya existido a nivel de clubes en el baloncesto europeo, tocaba a su fin y con ello se iba toda una época grande, distinta e inolvidable del deporte de la canasta.

No puedo dejar de pensar que en aquella insólita reacción final del público madrileño, tras la cruel evidencia de la derrota, hubo algo de presciencia crepuscular, un instintivo sentimiento de pérdida, un íntimo anhelo por tantos momentos intensos vividos entre ambos equipos, y que estaban por desvanecerse.

Sí, ciertamente aquel tiempo, aquel baloncesto, aquellos equipos y aquellos hombres existieron y como tantas otras buenas cosas de nuestra vida, no merecen caer en el olvido.

 

PD Mi agradecimiento a un forero madridista y cascarrabias, por su animosa colaboración a este artículo.