Un elefante nace con cuatro molares que ha de emplear para alimentarse durante toda su vida. A lo largo de ésta, con el uso, va perdiendo una a una cada pieza, que en sus años jóvenes va renovando.
Pero alcanzados los 60 años, la renovación dentaria cesa y acabada la tercera pieza, solo un molar queda para poder sobrevivir.
Es entonces cuando siente la llamada del destino, cuando su instinto le dice que ha de abandonar la manada y hallar la muerte por inanición en solitario.
Se dice que los elefantes con algún tipo de desnutrición buscan instintivamente el agua, la leyenda de los cementerios de marfil surgió a partir del hecho de que los esqueletos de elefantes se encuentran frecuentemente en grupos, cerca de fuentes de agua.
En la caldera del Ngorongoro (Tanzania), un paraje de enorme belleza crepuscular de 250 km cuadrados aproximadamente, trufado de lagos y lagunas y rodeado de montañas circulares, cuando ves un elefante sabes que es macho, y que está allí para morir. Las hembras y sus crías no suelen arriesgar su vida en la peligrosa bajada.
Poco tienen que ver la caldera del Ngorongoro y la Isla de Tenerife, pero un hubo un tiempo, lejano y terso como un sueño infantil, en que coincidieron en aquella bella tierra sendos elefantes moribundos, inconscientes de que habrían de finar allí sus ilustres carreras deportivas.
Sus biografías se cruzan, entre destellos de gloria, sueños incumplidos y finales tristes.
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Era el verano de 1971 cuando al campus de Marquette llegaba un jugador llamado a marcar época. Sus credenciales eran óptimas, 2,08, raza negra, flexible, atlético, buena mano, pocos dudaban que le esperaba una carrera eterna.
La universidad jesuita, ubicada en Milwaukee, era una pasarela ideal para jugadores con destino NBA; su entrenador, el carismático Al McGuire, una mezcla de sociólogo streetwise, telepredicador deportivo y coleguita carroza de los jugadores, auspiciaba un juego libre en el que sus hombres pudieran expresar al máximo sus naturales dones para el juego.
Cuando LARRY MCNEILL llega a los Golden Eagles, la estrella del equipo es el pívot Jim Chones, que ha resistido los cantos de sirena de NBA y ABA y tras la marcha anticipada de los Julius Erving, George McGinnis, Joe Neumann y Mickey Davis, es una de las máximas figuras del campeonato.
Sports Illustrated, en su especial de inicio de temporada, coloca 3ª a Marquette con una foto a todo color de Chones y McNeill jugando un uno contra uno frente a la impresionante iglesia jesuita ubicada en pleno Campus.
Fueron dos temporadas muy buenas, plagadas de victorias y en las que Marquette se clasifica para el NCAA Tournament, cayendo en ambas ocasiones en segunda ronda ante Kentucky e Indiana. Se estaba gestando el equipo campeón de 1977.
Tras solo dos años universitarios, McNeill, acogiéndose a la hardship clause, se presenta al draft de 1973, donde es elegido en segunda ronda por los Kings.
En Kansas City-Omaha, tras un año freshman bastante tentativo, tuvo dos temporadas buenas, donde promedia 20 minutos y casi 10 puntos por partido. Se le recuerda como un jugador estilista, de fragilidad aparente, pues tras su escasas 200 libras escondía un vigor atlético que la hacía ser un magnífico reboteador.
Los mates eran otra de sus especialidades, no en vano su mote era The Hawk, y de hecho participó en el primer torneo de mates organizado por la NBA, hoy casi olvidado, durante el All Star Game de Milwaukee en 1977, donde quedó finalista, en una decisión bastante discutida, siendo tan solo batido por el especialista Darnell Hillman, con su famoso Rock the Craddle.
Su talento era más para la calle que para la cancha, como lo atestigua su dominación en la Rucker de 1974, o su MVP en los Stokes Games. Muchos aseguran que salió muy tierno del college, que se precipitó en su paso, sin que su juego adquiriera ese poso técnico y estratégico que te exige el mundo profesional.
En la NBA, a pesar de que los Kings y Phil Johnson apostaron por él como titular- el trade de Ron Behagen a los Jazz era la mejor prueba de confianza- poco a poco fue perdiendo fuelle, y en 1976 acabó siendo enviado a los Nets de Nueva York, que poco tardaron en cortarlo.
Golden State, Buffalo, donde volvió a brillar en un equipo recién huérfano de Bobby McAdoo, y Detroit fueron sus últimos destinos antes de buscarse la vida primero en la CBA, donde fue campeón con Rochester y MVP de los playoffs de 1979 y en la liga Filipina, a la sazón un buen destino para muchos americanos. Allí fue un jugador dominante y la leyenda habla que tuvieron que cambiar las reglas para evitar que él y su compañero Dean Toolson estuvieran al mismo tiempo en cancha.
En 1981, el Club Baloncesto Canarias, en la temporada de su debut en la máxima categoría nacional, buscaba un proyecto que le asentase como principal valedor del basket insular, con una plantilla nacional liderada por el hijo pródigo Carmelo Cabrera y con jugadores de solvencia como Manolo de las Casas, Ricky Bethencourt o Juan Méndez, dirigida por el técnico estudiantil Pablo Casado.
El equipo de La Laguna quería dar un campanazo con el americano, y para ello tuvo tratos con estrellas de primer nivel como los pivots Tom Boswell (ex pro con Celtics y que acababa de ganar el scudetto con la Squibb Cantú , tras sustituir al escolta Terry Stotts) o Hawthorne Wingo, otro ex pro de los Knicks y ex leyenda canturina, un poco ya de capa caída en su dilatada carrera.
Finalmente, cuando surge la oportunidad de hacerse con un primer espada como McNeill no lo dudan y le firman, convirtiéndole en ese momento en uno de los americanos con más pedigrí llegados al campeonato español, acaso solo superado por el ex madridista Wayne Hightower.
La recordada cancha del colegio Luther King fue escenario de un basket de otro planeta que fluía de las manos de Larry, quien acabó siendo el máximo anotador de la Liga, con casi 34 puntos por partido. Mates estratosféricos convivían en su juego con elegantes fade aways de hasta cinco metros, sin duda manjares sublimes para los advenedizos aficionados laguneros.
A pesar de su ilustre pasado, Larry se adaptó bien a la plantilla aurinegra y apenas creó problemas, llegando incluso a conceder entrevistas a medios nacionales en las que demostraba su interés y conocimiento de la liga española.
El Canarias desciende con apenas 4 victorias en 26 partidos, pero los aficionados quedan satisfechos con el basket visto y vivido en ese primer año en la élite.
El título anotador llevó consigo una divertida anécdota que se produjo cuando, terminada la liga, el Cotonoficio visitó La Laguna para medirse al Canarias, en la ida de la eliminatoria de octavos de final de la Copa. Del Rey.
En la plantilla catalana se encontraba César Galcerán, por entonces representante de Nike, que instantes antes de comenzar el encuentro, le entregó la bota de oro al bombardero aurinegro.
Días más tarde, el americano, que había hecho tasar la dorada bota creyendo que era de oro macizo, reunió a la prensa de Tenerife, como recuerda Agustín Arias, para decir lo siguiente:
"He comprobado que esta bota no es de oro macizo; sólo tiene un baño. Y su precio en el mercado no alcanza las veinticinco mil pesetas. ¿Con esto no podré alimentar a mis hijos si me pasara algo"
El jugador devolvió el trofeo, y los representantes de la revista Nuevo Basket, bastante irritados por el desaire al patrocinador, decidieron entregárselo al segundo máximo anotador: Brian Jackson, compañero de Galcerán en el Coto.
Sorprendentemente McNeill regresó a USA, a la CBA, donde tuvo un gran año en Rochester, y nunca más volvió a Europa, siendo su estancia canaria, por tanto. un hito distinguido en la carrera de un verdadero pross, de manera que siempre podrá decirse que solo en La Laguna pudieron degustarlo en directo.
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En la ciudad de Dallas, en un entorno de pobreza y delincuencia, vino al mundo otro chaval de esos predestinados a ganarse la vida en las canchas de Dios. Su elección universitaria fue Louisiana State, LSU, uno de los poderes de la South Eastern Conference, escaparate continuo hacia la NBA de algunos de los mejores frutos de la proteica cantera sureña.
En los Tigers, DEWAYNE SCALES rápidamente se asienta como uno de los líderes del equipo, y tras ganar el trofeo como debutante del año en la SEC, en su año sophomore apunta para All American, con 19 puntos y 9 rebotes por partido.
En apenas dos años es ya máximo anotador del equipo, y recién elegido MVP del torneo final de la SEC, pero no todo el monte es orégano, y poco antes de comenzar el Torneo Final de 1979 es suspendido por la universidad, tras detectarse contactos con un agente, una baja letal para las aspiraciones del equipo.
Su capacidad para los mates hace que sea conocido como “The Astronaut”, incluso su entrenador Dale Brown lo considera, en sus memorias, como uno de los mejores atletas que ha tenido ocasión de entrenar, un elogio especial a la vista de los jugadores que pasaron por sus manos.
En su año junior, la producción de Scales baja, pero LSU es un poder nacional, con nuestro hombre haciendo pareja interior con Durand Macklin, la estrella del equipo, un pivot bajito pero con buenos fundamentos, All American en su último año.
Cerrada su etapa colegial, con un título de liga regular y un torneo final de la SEC, alcanzando dos veces el torneo final de la NCAA, se declara elegible y es reclutado por los Knicks en segunda ronda del draft.
En New York, su año rookie es correcto, 5 puntos y 3 rebotes de media en apenas 11 minutos, pero una segunda parte de temporada en la que actúa temporalmente como titular, sustituyendo a Sly Williams durante siete partidos, en los que promedia once puntos y siete rebotes, hacen concebir esperanzas de que acabe siendo jugador aprovechable de rotación.
Lamentablemente en su segundo año, tras apenas tres partidos, es cortado y tiene que replantearse su carrera, volviendo la vista hacia territorio europeo.
Su destino era un modesto equipo de la Liga Nacional española, el Naútico de Santa Cruz de Tenerife, conjunto que tras su milagroso mantenimiento en la máxima categoría nacional el año anterior (se salvó en la última jornada con una victoria en casa ante Estudiantes, con partidazo de Matt White, 23 puntos y 8 tapones) buscaba asentarse.
Inicialmente los tinerfeños habían contratado al alero americano Dave Angstadt, procedente del Marlboro, uno de esos equipos pasarela que se montaban para los bolos veraniegos, un jugador cumplidor pero sin carisma, limitado, más alero que pívot, un tirador que flojeaba por dentro de la zona.
El equipo comienza perdiendo los siete primeros partidos: particularmente dolorosa es la séptima derrota, en el derby tinerfeño por 118 a 95, que desencadena una minicrisis, apenas apagada en la jornada siguiente, cuando el Naútico se anota su primera victoria ante el flojo La Salle de Barcelona, que jugaba sin americano.
La directiva y el cuerpo técnico se han decidido a cambiar de americano, buscando un jugador interior en los últimos descartes NBA y cuando se pone a tiro un tipo como Scales, los tinerfeños no dudan en ficharlo.
Scales debuta en Málaga el 13 de diciembre de 1981, con nueva derrota por 75 a 66, y a pesar que anota 34 puntos, no deja buena impresión.
Para el siguiente partido, ante el Helios Zaragoza, 3.500 personas abarrotan el Pabellón de la Avenida de Anaga para ver el debut de la nueva estrella local, de quien se habla y no para. Scales firma un gran partido, con acciones espectaculares, anota 32 puntos pero no evita que los maños remonten hacia el final para vencer apuradamente.
El año 1982 no puede empezar más dramáticamente para el Naútico, que cae de paliza en Badalona con un Scales descalificado en el minuto 22, cuando estaba firmando un partido excelente- 22 puntos. Pero, con todo, la lesión del mejor nacional del equipo, el alero Pedro Febles, con rotura de ligamentos cruzados, es la peor noticia posible.
De aquí a final de temporada, los tinerfeños no conocen más que la derrota, en medio de un irreversible proceso degenerativo de la relación del americano con el club, al punto que en el último partido de la temporada el entrenador se niega a alinearlo.
Lejos de encontrar el buen camino, en la Isla el ala pivot sureño acabó por desquiciarse, incapaz de asumir el liderazgo que su jerarquía le atribuía, y protagonizando unos meses que nunca olvidarán su entrenador, Felipe Coello y sus compañeros.
Pérdidas de nervios que acarreaban descalificantes (como ocurre en la jornada 23, cuando intenta agredir al malagueño Ferrer en partido que acaba con un 68-98 para Caja de Ronda), ausencias injustificadas a entrenamientos, incluso negativa a vestirse en algún partido, cuando no indisimulado pasotismo en la cancha, en fin, todo un catálogo de excentricidades que escasamente puede soslayar su calidad técnica.
Es cierto que el equipo era muy flojo, la baja del base catalán José Luis Subías se notaba enormemente y la lesión de Febles hizo mucho daño, también que la diferencia de calidad entre el americano y los nacionales a veces se antojaba obscena, pero ello no justifica el comportamiento de Scales, que finalmente acabó por salir del equipo de mala manera.
Volvería a los pross al año siguiente, pero sin grandes alharacas; con un contrato de 10 días en los Bullets, cerraría su carrera en la gran liga americana con apenas 25 años.
Varios años en la CBA (Detroit , Evansville) donde hace grandes números, no le sirven para acceder al Gran Dinero, y a partir de aquí su biografía se oscurece y lo poco que se sabe es que, tras varios años jugando en ligas menores por todo el mundo, volvió a su Tejas natal, ganándose la vida como camionero en Houston y más tarde conductor de autobuses en Dallas.
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Tenerife, isla abrupta y volcánica, tuvo la fortuna de compartir durante una sola temporada, además de una caliente rivalidad deportiva entre sus dos ciudades más importantes, Santa Cruz y La Laguna, un duelo en la distancia entre dos de los americanos más enigmáticos y con mejores referencias que nunca hayan pisado suelo nacional.
La cosa acabó mal para ambos clubes, mas siempre quedará algo para recordar.
Larry McNeill y Dewayne Scales tenían clase como para jamás haber venido a Europa, pero, merced a diversos avatares, terminaron por dar con sus huesos en una isla apasionada por el basket.
Vivieron en una Liga Nacional ya en sus estertores, a la espera de un Nuevo Basket de espectáculo, igualdad y el voluptuoso vértigo de los dos americanos, la ACB, un mundo por descubrir en aquel entonces, cuyos fulgores no han de hacernos olvidar episodios como el que aquí hemos tratado de bosquejar.
Era aquella una Liga discreta, y algo oscura, un remanso de paz extramuros la rivalidad futbolera sucursalizada, acaso el lugar ideal para aquellos elefantes moribundos que, a buen seguro, aún transitan por la memoria de quienes tuvieron ocasión de verlos morir.