Érase una vez, hijo mío, un conjunto de hombres que nacieron con un destino escrito en sus caminos. Érase una vez, hijo mío, un grupo de jugadores que se pusieron el cielo como límite, que quisieron mirar a los ojos a los mejores y que quisieron desafiar un status quo que les decía que en sus genes no existía posibilidad alguna de ser los mejores. Sin embargo, aquella generación de jugadores de baloncesto es una de esas cosas que la vida regaló a todos aquellos amantes del deporte de la canasta en nuestro país, fueron esas mariposas en el estómago de un primer beso verano tras verano, fueron todo aquello que tanto tiempo soñamos. La Selección Española de baloncesto, hijo mío, nos invitó a vivir en nuestras carnes una catarsis que duró más de una década, y una de esas tantas batallas terminó con un bronce con sabor a oro puro y gloria, una medalla que se gestó de esta manera una tarde de domingo:

Australia y España se veían las caras en un Carioca Arena con sensaciones encontradas por sus derrotas en Semifinales. Ambos querían el bronce, los aussies para confirmarse como candidata en el futuro, y los españoles para seguir demostrando que eran potencia. El partido se inició con una España que estaba muy segura en defensa, obligando a los de Lemanis a correr mucho para poder anotar. A pesar de ello, los hombres de Scariolo tampoco estaban cómodos en ataque; sólo Pau Gasol y Nikola Mirotic encontraban camino al aro. Pero eso les bastaba para ir marcando su territorio en un momento donde Mills no conseguía coger ritmo. La realidad era que los hispanos se encontraban más sueltos, pero Australia seguía exigiéndole mucho físicamente y no les dejaba marcharse demasiado en el marcador (17-23).

España seguía sufriendo y sudando para anotar, pero seguían teniendo un lenguaje corporal bastante más relajado que su rival. Australia también tenía que sufrir para poder mantener parejo el encuentro; los españoles estaban muy atentos atrás, preparados para robar y con las líneas de pase bien restringidas. El partido estaba muy igualado, pero España dio otro paso al frente con un Gasol que sumaba con muchísima facilidad. Los de Scariolo consiguieron correr un poco más, el ritmo del ataque era mucho mejor y los lanzamientos estaban entrando con más normalidad. Pero todo se trabó, otra vez, gracias a que los aussies volvieron a subir su intensidad en defensa, volvieron a poner el partido muy físico, algo que les llevó a recortar distancias con un buen Patty Mills y un sobresaliente Andersen (38-40).

Australia volvió del vestuario con muchas ganas, pero no todo sería positivo en ese arranque. Y es que Andrew Bogut se marchaba del encuentro tras cometer su quinta falta personal en una bandeja espectacular de Rubio. Los de Lemanis igualaron fuerzas y contestaban cada canasta española sin discusión justo en un momento donde Pau Gasol se estaba gustando, y mucho. El juego de España orbitaba alrededor del de Sant Boi con mucha insistencia, pero Mills era un dolor de cabeza que no tenía antídoto, dejándonos un duelo de texanos precioso. Ambos jugadores se gustaban y el ritmo del partido empezaba a subir constantemente. La igualdad era notable, aunque Gasol seguía a lo suyo. Quedaban 10 minutos de batalla y Australia había dejado claro lo que había venido a buscar a Río (64-67).

Los nervios estaban a flor de piel y España se encontró con un apagón ofensivo en un momento importante del encuentro. Motum volaba y se convertía en el hombre clave en esos minutos para los aussies, algo que hacía cambiar la dinámica que se había llevado durante todo el encuentro. En el peor momento para España, Australia se empezó a sentir mucho más cómoda y desenfadada, consiguiendo llevar la voz cantante del encuentro con un Mills que continuaba machacando a cada defensor que se le ponía por delante. Cada rebote, era una pelea, cada bote era una odisea y cada canasta un mundo, dejándonos un intercambio de canastas preciosísimo, de película, de esos que aficionan a un deporte. España dio una vez más y se puso uno arriba, pero con 45 segundos por jugarse, Australia tenía bola para ponerse por delante. Andersen desde la línea de tiros libres cambiaba el marcador, pero Pau hizo lo propio en el otro aro también desde el 4,60. Aun así, Aaron Baynes realizó un gancho que entró llorando para regalarnos un final de thriller con 9 segundos y bola para España.

La tensión se cortaba con un cuchillo de mantequilla, y con todos los ojos puestos sobre Gasol, Sergio Rodríguez apareció para intentar una bandeja que no entró pero que sirvió para volver a los tiros libres tras sacar una falta más que dudosa. El lagunero no falló y Australia tendría la última, pero España apretó como si no hubiese mañana y los aussies no pudieron anotar más, no pudieron alcanzar a los de Scariolo y el bocinazo final retumbó en el Carioca Arena como el broche de oro a casi veinte años de hegemonía, de alegrías, de llantos, de risas, de adversidades y de triunfos. Era el final de un camino de rosas, un camino de leyenda (88-89).

Querido hijo, aquella sólo fue una batalla más. Todo comenzó en 1999 cuando un grupo de jóvenes desafiaron al mundo por primera vez en Lisboa, pero esa es otra historia. Quizás, siempre nos quedará esa herida abierta de no haber podido conseguir nunca un Oro, quizás tendremos esa espinita de no haber ganado a EEUU en unos Juegos, pero de lo que sí estoy seguro es de que esa generación nos dio todo lo que tenía, que nos dio todo lo que sentía, y eso es un orgullo que perdurará siempre en todos los que vivimos a esa Generación Dorada del Baloncesto Español, hijo mío.

Gracias, España