Es curioso como, a veces, la casualidad determina un destino inesperado, los acontecimientos toman un giro imprevisto, que conduce a momentos que permanecen siempre con nosotros, instantes inolvidables a los que, con frecuencia, recurrimos para soportar la angustia de un presente gris y vulgar.
En el mundo del deporte, el elemento aleatorio se multiplica exponencialmente, en cuanto dependiente de múltiples factores, en su gran mayoría ajenos al control de sus protagonistas .
La historia que hoy nos ocupa, nace con una prenda aparentemente inocua, un objeto común, ordinario y anodino como es una gabardina, concretamente una gabardina olvidada en una suite de un hotel de Los Angeles.
Esa prenda pertenecía a HARRY GLICKMAN, hombre de negocios asentado en la costa Oeste, que en aquel tiempo se encontraba en tratos para la concesión de una franquicia de expansión de la NBA.
Acaso había sido la decepción de no lograr financiación privada para su candidatura, la que había llevado a Glickman a marcharse precipitadamente de la reunión, apesadumbrado, sin su prenda de abrigo; así que cuando, al salir a la calle, sintió la fría mordedura del viento invernal, debió volver a la habitación donde se había reunido con su amigo el Comisionado Kennedy.
En aquel preciso momento, lo que menos esperaba era encontrarse a escasos segundos de la gloria tanto tiempo buscada.
Y esa buena nueva, vino en forma de llamada, una llamada providencial que había estado esperando toda la tarde y no acababa de llegar. Era la llamada del hermanastro de su ex esposa, confirmando que había un grupo de inversores dispuestos a cumplir las condiciones económicas impuestas por la NBA.
Pocos días después PORTLAND nacía como franquicia de la liga profesional de baloncesto, la única de deporte profesional en una ciudad apacible y próspera, que habría de volcarse con sus TRAIL BLAZERS hasta llevarlos a esa imaginaria cima del mundo, que es el anillo de campeones.
Si Glickman no hubiera sufrido aquel descuido, con seguridad habría tomado el avión de regreso a casa y la historia habría sido totalmente diferente, mas quiso el caprichoso fatum que regresara a tiempo de recibir aquella salvadora llamada.
Aquel fue solo el inicio de un encadenado de circunstancias venturosas, pues la llegada de BILL WALTON a Portland, tuvo que ver, antes que nada, con la fortuna, en este caso materializada en un lanzamiento de moneda que decidía la primera elección del draft, que aquel año 1975 nadie dudaba iba a ocupar el legendario center de UCLA.
Quiso también la suerte que el equipo perdedor de aquel crítico sorteo fuera el mismo que se encontrarían en el trance más recordado de la historia de esta franquicia: los seventysixers del etéreo Dr. J, que nadie duda hubieran sido un equipo inabordable si el pelirrojo chico de las rodillas de cristal hubiera acabado recalando en el Spectrum.
Aquella mágica moneda, y su veredicto inapelable, puso fin a un ciclo maldito, que se había manifestado en la imposibilidad de draftear a Bob Mcadoo, por cuestiones contractuales, y la infausta elección de LARUE MARTIN como nº 1 de 1973, un histórico error del que tardaron largo tiempo en recuperarse; tampoco hubo suerte en el año siguiente, donde la moneda cayó del lado contrario, los mismos Sixers, y con ella se esfumó la posibilidad de fichar a DOUG COLLINS
Mas el albur no dejaría de acompañar a esta nueva franquicia en sus años pioneros, y así la llegada de JACK RAMSAY de Buffalo, donde había tenido un buen papel, vino a ser propiciada por el oportunísimo enfrentamiento del mítico coach con el propietario, que le hizo plantearse otros retos, y entre ellos, el entrenar a WALTON, con el que había coincidido en algún acto, dejándole una gratísima impresión, fue el decisivo a la hora de empacar sus bártulos con destino a Oregón
Esta vez, con WALTON en la pintura y moderadamente sano, más RAMSAY en la banda, la vida sonreía a los oregonians, que empezaban a soñar con metas más grandes que ganar ocasionalmente algún partido de liga regular a New York o Los Angeles.
No acaba aquí el concierto de venturosos eventos que sonrieron a los Blazers, pues a la hora de confeccionar la plantilla de aquel equipo campeón, una serie de nuevas circunstancias afortunadas tuvieron lugar.
Para empezar, la llegada del base blanco DAVE TWARDZICK, elegido años antes en el draft, pero que había desarrollado toda su carrera en la jaula de locos de la ABA.
Ramsey no le quería, pero fue el general manager, STU INMAN quien hizo ver a su entrenador las cualidades de líder de este menudo y nervioso jugador, excelente defensor, capaz de anotar bajo aros, ante colosos mucho más altos y atléticos, gracias a su extraordinario control del cuerpo en el aire y un no menos destacable primer paso.
Fue tan bueno el rendimiento del base, que no tardó en ser titular junto al intocable LIONELL HOLLINS en detrimento de los recién llegados GILLIAM y DAVIS.
Otra decisión acertada fue el fichaje de MO LUCAS, the enforcer, el hombre que hacía falta para proteger a BILL, un líder que vino del draft de dispersión tras la desaparición de la ABA, y que trajo consigo los valores de disciplina y sentido de equipo, tan apreciados por su nuevo coach.
Tampoco estuvo exenta de fortuna, la frustrada operación con los CELTICS, a virtud de la cual hubiera llegado JO JO WHITE a cambio de MOSES MALONE, finalmente desechada por el mismo Red Auerbach.
Ello propició la llegada desde Seattle del escolta Herm Gilliam, que tras una temporada gris, en la que llegó a aceptar un trade del que acabó arrepintiéndose, tuvo una actuación colosal en las finales de conferencia ante L.A en el Forum, con 24 puntos en el partido 2º que casi decidía la eliminatoria.
De esta manera, tras vencer, no sin grandes dosis de acierto en los momentos culminantes, a BULLS, NUGGETS y LAKERS, estos dos últimos superando el factor cancha, todo estaba dispuesto para la Gran Final ante los temibles SIXERS de ERVING, McGINNIS y DAWKINS, que gozaban igualmente de ventaja de campo.
El resto es por todos conocido, tras dos derrotas dolorosas en Philly, la última con trifulca entre Lucas y Baby Gorilla, los Blazers ganaron 3 partidos consecutivos y se plantaron en el Memorial Coliseum con la esperanza de alcanzar el anillo ante una afición que, entre perpleja y extática, se aprestaba a entrar en la HISTORIA.
Cuando, a falta de 2 segundos para el final del sexto partido, BILL WALTON, desde los cielos, palmeaba la bola hacia JOHNNY DAVIS, tras una suspensión fallida, la del empate, desde 5 metros y a una mano, de GEORGE McGINNIS, fue pandemonium local: lo imposible se había hecho real, la música del azar había impuesto su extraña jerarquía, y toda una ciudad se lanzaba a la calle para celebrar lo que nunca más han vuelto a vivir.
Dicen, los que lo conocen, que aquel día empezó una silenciosa decadencia en la carrera del verdadero Dr. J, lastrado por unas rodillas maltrechas y presa del desencanto, siguió a gran nivel, pero su juego nunca fue el mismo de aquellos mágicos días en la ABA.
Al día siguiente, un cielo azul y soleado recibió a los campeones en su parada por la ciudad. Era un día despejado, luminoso y feliz, y GLICKMANN estaba exultante, incluso recordó a la orgullosa prensa del Este, que se había referido a Pórtland como la ciudad de la lluvia que un radiante sol saludaba a los campeones.
A buen seguro que, a pesar del magnífico tiempo, el hombre que hizo posible a los TRAIL BLAZERS, aquel día, contemplando su obra, echó de menos aquella vieja gabardina, sin la cual nada habría sido como finalmente fue.
La victoria del outsider, tiene algo de iniciático y, al mismo tiempo, irrepetible. Es el triunfo de lo improbable, de lo insólito; que deja una indeleble huella y, por eso, tiene un sabor especial y siempre encontrará un cálido hueco en nuestro recuerdo, como cuando visitamos ese lugar en que fuimos felices, y sabemos que nunca más regresaremos a él, quizás porque fue la mística combinación de espacio y tiempo, nunca reproducible, evanescente e inaprehensible la que hizo que nos sintiéramos tan dichosos, tan inequívocamente vivos.