Boston Celtics, 1969
Un año antes, los Celtics habían recuperado el título de la NBA, lo que suponía el décimo de la era Russell. Para muchos el que iba a ser el último. Bill Russell, jugador-entrenador del equipo y el eje del mismo tenía ya 36 años y empezaba a notarse su decadencia. De hecho había anunciado su retirada como jugador al final de la campaña 68/69. Misma edad tenía Sam Jones, que por primera vez en varios años no era el máximo anotador de los verdes. Otro clásico, Tom Satch Sanders no era tampoco un crío. Pese a que John Havlicek ya era uno de los mejores aleros de la liga y pese a contar con otro buen jugador como Bailey Howell, la veteranía del equipo parecía un lastre demasiado pesado como para repetir, una vez más, título, pero no era el único.
Sobre todo porque los Lakers, finalistas el año anterior, habían unido a su sempiterna pareja West-Baylor a nada menos que Wilt Chamberlain. Eran, sin duda los favoritos para hacerse, tras tantas y tantas derrotas, con el anillo.
La temporada regular confirmó los peores augurios para los Celtics: sólo 48 victorias y claramente superados por dos potencias emergentes como Baltimore y New York. Nadie apostaba por ellos para ganar la NBA, ni siquiera cuando tirando de veteranía se deshicieron de Philadelphia y New York en los play-offs del Este.
Las finales parecían de un claro color púrpura y oro, pero los Celtics, con un gran Havlicek, contrarrestando a un majestuoso Jerry West, consiguieron hacerse fuertes en casa, tras perder los dos primeros partidos en Los Angeles. Los Lakers pudieron ponerse 3-1 en el cuarto partido, pero una increíble canasta de Sam Jones sobre la bocina empató la eliminatoria.
Tras dos nuevas victorias locales, llegamos al séptimo partido, algo que no se contemplaba antes de empezar la serie. Sorprendentemente, Boston dominó desde el principio el partido. Los Lakers redujeron las diferencias en el último cuarto pero un afortunado tiro de Don Nelson, abortó la remontada angelina.
Un nuevo título para los de Massachussets. A Bill Russell ya no le cabía este nuevo anillo en las manos, pero siempre ha reconocido que es el título del que más orgulloso se siente. Qué mejor forma de poner punto final a su increíble carrera.
Golden State Warriors, 1975
Rick Barry es hoy en día considerado como uno de los mejores aleros de la historia de la NBA y una leyenda muy reconocida. Incluso simpática, especialmente por su mítica forma de lanzar los tiros libres a cucharón. A principios de los 70 a Barry se le llamaba de todo y no siempre bueno: desde pesetero por fugarse a la ABA, hasta chupón, pasando por maleducado, llorica, etc. ¿Hasta qué punto influye el título que logra con los Warriors en 1975 para que haya un cambio tan radical de opinión hacia él?
Dos años después de la vuelta de Barry a la bahía de San Francisco tras su aventura en la ABA, los Warriors eran un equipo de la parte media-alta del oeste. Lo cual estaba bien, pero se traducía en absolutamente nada a la hora de hablar de ellos como un posible candidato al título.
Pese a haber perdido al mítico Nate Thurmond, traspasado a Chicago a cambio de Clifford Ray, los Warriors tenían un equipo apañado, lejos eso sí de las grandes potencias del Este, principalmente Boston y Washington. Aparte de Barry, tenían a dos buenos guards como Charlie Johnson y Butch Beard, dos centers intimidadores como George Johnson y Ray, un veterano como Jeff Mullins y un novato procedente de UCLA llamado Keith (Jamaal) Wilkes, que se convertiría inmediatamente en el escudero ideal de Barry y acabó siendo rookie del año.
La temporada regular del equipo es muy buena. El entrenador Alvin Attles introduce en el equipo una innovadora táctica de continuas rotaciones en la que participan hasta diez jugadores. Por su parte, Rick Barry realiza la mejor temporada de su carrera, yéndose a más de 30 puntos por partido. Con 48 victorias se alzan con el mejor récord del Oeste. Pero aun así, nadie daba un duro por ellos para alzarse con el anillo. Que hubieran ganado la conferencia era explicable por la debilidad de la misma, una vez que la retirada de Oscar Robertson motivara la caída de Milwaukee. Muy lejos quedaban las 60 victorias de los Celtics de Havlicek y Dave Cowens, campeones el año anterior, y de los Washington Bullets de Elvin Hayes y Wes Unseld. Ambos equipos se perfilaban como los grandes y prácticamente únicos favoritos al título.
Ni siquiera que se metieran en la final de la NBA, tras deshacerse de los Bulls de Thurmond cambiaba los pronósticos que daban una clara victoria al rival del Este, finalmente Washington. Mientras que los Bullets eran un equipo lanzado al anillo, los Warriors tenían que jugar los partidos como local en el Cow Palace de San Francisco, pues el Oakland Arena estaba reservado para otros acontecimientos dado que nadie esperaba ver a los californianos a estas alturas de la temporada
Se esperaba un sweep sin paliativos en las finales y efectivamente se produjo. Sólo que en el sentido contrario al esperado. Los Warriors dieron la campanada en el primer partido celebrado en la capital y se harían con los dos siguientes en California, en unos encuentros en los que Rick Barry y la defensa Warrior brillaron con luz propia. Finalmente, los californianos certificaron la victoria en el cuarto partido disputado en Washington, ganando ajustadamente por 95-96.
Terminado el partido, el vestuario de los Warriors era la fiesta habitual de un equipo que acaba de hacerse con el título. Todos los jugadores saltaban, gritaban, se abrazaban. Todos menos uno. Barry, nombrado MVP de las finales, sólo lloraba… Eran las lágrimas de la rabia contenida durante todos los años anteriores la que afloraba en el momento más feliz de su carrera.