Las comparaciones son odiosas
Recuerdo con nostalgia los excelentes juegos de Barcelona’92. Fueron mis primeros Juegos Olímpicos. Los primeros Juegos Olímpicos en los que tenía plena conciencia de estar asistiendo a un gran acontecimiento deportivo. De Seúl, solamente tengo pequeños flashes, fugaces fogonazos. Por entonces, contaba 8 años, y haciendo un esfuerzo por recordar, mi mente sólo proyecta mi estampa, sentado en el sofá observando a los deportistas. En especial, tengo 3 recuerdos muy vagos de Seúl’88: un partido de waterpolo, un partido de dobles de España (eran Sergio Casal y Emilio Sánchez-Vicario) y los saltos de trampolín.

Viví con gran intensidad las Juegos Olímpicos de mi ciudad. Me pasaba horas y horas pegado al televisor. Pero por encima de todos los deportes, había uno que me llamaba la atención: el baloncesto. Hoy en día, puedo afirmar que ese interés estaba calculado por los patrocinadores y por los medios de comunicación. Consistía en crear una constante aureola de glamour y majestuosidad durante la presencia del Dream Team en Barcelona. La composición del equipo fue anunciada un año antes para que el trabajo de promoción y explotación de la imagen NBA fuera calando con fuerza entre un público expectante. Todos sus partidos eran en la franja de prime-time. ¡Qué casualidad! ¿De qué servía traer al mejor equipo del mundo, si luego no se extraían beneficios económicos? De todos modos, sentía una gran atracción por el Dream Team. Salía a pasear por las tardes con mis padres y mi hermano y, aunque me perdía algunas retransmisiones deportivas, sentía una gran ilusión, porqué sabía que al volver a casa podría disfrutar de un excelente partido de basket. Era sensacional.

El Dream Team I, el genuino, estaba formado por la flor y nata de la NBA. Michael Jordan, Magic Johnson, Larry Bird, David Robinson, Karl Malone, etc. Christian Laettner era el único universitario del combinado. Nadie dudaba que venían a ganar el oro. Pero hay maneras y maneras de ganar. Se puede lograr el triunfo jugando a un altísimo nivel, con respeto hacia los rivales (pese a ganarles de 40 puntos) y con clase en la pista, como lo consiguieron en Barcelona; y también es posible conseguir la victoria, dando espectáculo a cuentagotas, insultando a los rivales y con poca deportividad. El oro es el mismo. La imagen que reflejan a la gente es diametralmente opuesta.
Si comparamos los jugadores del Dream Team que han participado en los tres últimos Juegos Olímpicos, son constatables un par de diferencias entre ellos. La primera es el carisma. Shaquille O’Neal o Vince Carter son jugadores con un gran talento, pero están faltos de ese liderazgo dentro y fuera de la pista que caracterizaba a Jordan o Magic. Ese magnetismo personal, esa capacidad de atraer a las masas, no se consigue de la noche a la mañana. O’Neal, hoy en día, es el mejor y más intimidador pívot de la NBA, sin embargo, en Atlanta todavía estaba verde. Con Carter pasa tres cuartos de lo mismo. Es un portento físico, pero aún no ha tocado su techo como deportista. Queda claro que el equipo de ensueño de Barcelona estaba compuesto por jugadores que se encontraban en la cima de sus carreras deportivas. Participar en un mega-event como los JJ.OO. era el colofón soñado para cualquiera de ellos.

La segunda es el carácter de los integrantes del combinado. Mientras que Magic colaboraba para combatir el SIDA, Jason Kidd (Sydney) ha sido acusado de agredir a su esposa. El cambio es substancial. Los capitanes del Dream Team de Sydney eran Gary Payton, conocido como un consumado bocazas aunque ayuda en diversos proyectos a la comunidad, Jason Kidd, y Alonzo Mourning que, casualmente, jugó lesionado en Sydney debido a una misteriosa infección en el riñon.

No obstante, también hay una serie de elementos que asemejan a los tres equipos de ensueño: el dopaje y el despilfarro. El dopaje está siendo el caballo de batalla del CIO en los últimos años. Se intentan evitar situaciones como la de Ben Johnson en 1988 o como la de la atleta germana Krabbe. Los análisis se han intensificado, al igual que las técnicas para detectar substancias prohibidas. Aún así, los controles no se realizan a todos los participantes por igual. Es vox populi que los miembros del Dream Team no han pasado ni un sólo análisis antidopaje en Sydney. Tampoco los pasaron en Barcelona y Atlanta. Sorprendentemente, ningún organismo oficial se manifiesta al respecto. Lo increíble de esta situación es que además de contar con la mejor plantilla del planeta, encima reciban ayudas suplementarias. No hablo de las arbitrajes porqué todavía son más patentes (véase partidos contra Lituania y Rusia en Sydney).

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