Realmente, hay muchas maneras de llegar a tocar con los dedos la gloria como pocos seres humanos han sido capaces de hacerlo; el éxito pueden aparecer de forma inesperada, en otras ocasiones llega porque simplemente tiene que hacerlo, por destino o por suerte, mientras que existen casos en los que el trabajo, el esfuerzo y la perseverancia conforman un mejunje con billete directo hacia esos tres minutos de fama de los que Andy Warhol alardeaba. Aun así, existen personas a las que la gloria les da la espalda y sin saber por qué, o no.
Para Jimmer Fredette, el mundo profesional no ha sido más que un cúmulo de catastróficas desdichas, de sueños robados, de ilusiones rotas y de constantes dudas. Desde que llegara a la NBA allá por el verano de 2011 no ha parado de recibir elogios, de generar un pellizco de ilusión allá donde ha aterrizado, pero siempre con el mismo sabor de boca de una golosina que culmina con amargor. New Orleans, Sacramento, Chicago… todas sus experiencias terminaron de la misma manera y con la negatividad como punto final en común.
Este anotador con aroma añejo y ochentero no ha terminado de explotar ni de encontrar su sitio todavía. El potencial que mostró en BYU nunca se ha vuelto a ver, más bien desapareció sin dejar huella alguna, como si aquellas noches de gloria universitaria nunca hubieran existido. Su descenso hacia los infiernos ha estirado el argumento como una película cuyo final parece que no va a llegar y, de esa forma, la vida del Mejor Anotador del Mundo ya se había convertido en el Día de la Marmota.
Se le puede llamar suerte, se le puede llamar caer en el equipo equivocado, conocer a los entrenadores erróneos o no estar en el momento adecuado en el sitio preciso. Podría catalogarse como un caso de esos jugadores que igual no tienen hueco en la mejor liga del mundo por aquello de ser un combo-guard que está a caballo entre el base y escolta, pero lejos de cualquier tipo de diagnóstico, lo que que queda claro es que hay una pieza del puzle perdida.
No obstante, lo cierto es que Fredette también ha torpedeado su propio camino; cuando las cosas no le salieron y tras varios fracasos, su mente debió cambiar el chip e intentar dar el salto a Europa en busca de minutos y de desplegar su talento. Ofertas no le han faltado, pero sigue ofuscado en jugar en la NBA, manteniendo el atisbo de que algún día encontrará su lugar sin ni siquiera tener alguna certeza en ello.
Fredette debe ser valiente y afrontar que su único camino no está en USA, debe de entender que aquel chico que brillaba en la NCAA debe de elegir entre ser un don nadie o en algo más aunque sea a miles de kilómetros de su casa. Muchos hicieron las maletas y volvieron con un contrato NBA bajo el brazo, otros tantos lo intentaron y fracasaron en mayor o menor medida, pero si al menos no lo intenta nunca sabrá de verdad quién es en el mundo del baloncesto.
Talentos como el de Jimmer no deben quedar en vano, y mucho menos sin comprobar hasta dónde son capaces de llegar. Quizás, Fredette esté destinado a vagar por las pistas como aquello que pudo ser y nunca llegó, puede que ya haya gastado sus esos tres minutos de fama de Warhol o puede que su sino sea encontrar la gloria, aunque en sea en dosis pequeña, alejado de aquellos sueños de niñez y, también, de los Días de la Marmota que le atormentan.
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