ARTESANOS DE LA PINTURA
Era su mester de una intrincada y compleja virtud, la de ganar espacio donde no lo había, divisar huecos donde parecía imposible, contando para ello con unos pertrechos que no eran otros que la inteligencia, la coordinación y la visión periférica, cualidades con las que lograban llegar al destino hoy día prohibido: la canasta bajo el aro.
Mama, take this badge off of me
I can’t use it anymore.
It’s gettin’ dark, too dark for me to see
I feel like I’m knockin’ on heaven’s door.
Knock, knock, knockin’ on heaven’s door
Knock, knock, knockin’ on heaven’s door
Knock, knock, knockin’ on heaven’s door
Knock, knock, knockin’ on heaven’s door
Un hombre alto y fornido, con algo de coordinación atlética, sabía que su función estaba ahí, en ese espacio superpoblado, difícil y peligroso que algunos llamaban pintura, otros zona e incluso bombilla, una región de incruenta contienda, donde la igualdad física se resolvía a golpe de neurona.
La superespecialización de esta cofradía del centímetro, llevó al alumbramiento y perfeccionamiento de unas suertes cada vez más insólitas, como el tiro a tabla, el turnaround, el fadaway, el gancho ( en sus distintas modalidades), la finta, el pivote y los juegos de pies, en fín, toda una rutina de precisión atlética e inusitada belleza forjada, a partir de un pequeño tesoro de innata propensión, a base de sesiones y horas de gimnasio, con el mismo esfuerzo y dedicación con que el tirador pule su técnica hasta devenir en fino e impenitente bombardero.
Todo este acervo enriquecedor, esplendoroso, fruto de la paciencia y el trabajo, no casa bien con los tiempos que corren, de oropel y precocidad, de satisfacción inmediata, donde se trata de esconder, bajo la apariencia de simples fogonazos de vigor y fisicidad, la falta de fundamentos, a su vez efecto del desinterés por el entrenamiento técnico, la disciplina y el esfuerzo.
La imaginería gráfica de esa época de florecimiento del juego interior aparece plagada de ejemplos de lo hablado, pero me voy a detener en uno de ellos: el bloqueo del rebote.
¿Cuantos testimonios no existen de un hombre mirando, con febril intensidad, aparentemente donde nada hay, al infinito, cuando los aficionados sabemos, en ese, nuestro precioso metalenguaje , que el objeto de ese foco no es otro que una bola que sale rebotada del aro?
En esa imaginaria fotografía, vemos su cuerpo apoyado sobre el de un contrincante, apreciamos la tensión muscular que ese sublime juego de contrapesos produce en sus extremidades, la concentración de su rostro expectante.
Y no es que nuestro protagonista no tuviera capacidad de salto, no, se trataba de optimizar el esfuerzo y reducir los riesgos, algo que cualquiera de los pívots modernos considera ridículo, cuando con su salto de 40 pulgadas pueden recoger la bola por encima del aro y pegar un manotazo estridente que anuncie al mundo su exuberancia.
Vienen a la mente escenas gloriosas de la época clásica, como ese oscuro titán llamado CLARENCE KEA comiéndose a otro grande, MARCELLUS STARKS, cargando el rebote ofensivo o dejándose caer su portentoso tronco sobre el rival, cerrándole cualquier acceso al sagrado trofeo; o nuestro KEVIN MAGEE en tantas y tantas canchas, sacando partido a sus escasos 2,03, a base de explosividad y control del espacio y el volumen, no exentos de un especial ingenio para hallar el camino del éxito.
Por supuesto, hay más nombres, FLOYD y JIMMY ALLEN, EDDIE PHILLIPS, GREGG STEWART, STEVE TRUMBO, o, ya en NBA, MOSES MALONE, BUCK WILLIAMS, MICHAEL CAGE o el mismísimo SIR CHARLES, capaz de exprimir sus 1,95 al punto de parecernos un 7 pies bajo el aro.
Era tal la preponderancia de este juego que, incluso algunos exteriores, contaban en su arsenal con un poderío físico desde el que facilitarse el tiro, como MARK AGUIRRE, ADRIAN DANTLEY, o nuestros nacionales QUINO SALVO, MANUEL FLORES, ALFONSO DEL CORRAL, sin olvidar la escuela italiana del guardia grasso, acaso la más definida e influyente, que nos dio a los ROBERTO PREMIER, ROMEO SACCHETTI, DOMENICO ZAMPOLINI o ENRICO GILARDI.
Mama, put my guns in the ground
I can’t shoot them anymore.
That long black cloud is comin’ down
I feel like I’m knockin’ on heaven’s door.
Knock, knock, knockin’ on heaven’s door
Knock, knock, knockin’ on heaven’s door
Knock, knock, knockin’ on heaven’s door
Knock, knock, knockin’ on heaven’s door.
Se trata de una extraña y misteriosa danza donde el engaño, el oportunismo y el oficio, tienen tanto o más que ver que el físico. En ella, a modo de minué mimético y salvaje, dos hombres repiten rutas, simulan movimientos, chocan sus cuerpos e intercambian contactos a fin de conseguir ese punto predeterminado desde el que iniciar sus operaciones, la deseada trinchera a partir de la que bombardear de cerca el aro enemigo, el uno, o desde la que repeler el ataque, el otro.
A todos nos vienen a la mente las titánicas e intestinas trifulcas entre FERNANDO MARTÍN y AUDIE NORRIS, en aquellos portentosos bucles de músculo y ambición que tuvimos la fortuna de presenciar, poco más o menos cuando en el NCAA BASKETBALL, dos tipos llamados PATRICK y AKEEM, tres pulgadas más arriba, se las tenían tiesas por contradecir las leyes de la física y ocupar, ambos y al mismo tiempo, un mismo territorio.
Llegado este momento, quiero detenerme en la escuela yugoslava, plagada de genios de esta disciplina, dotados bailarines como KRESIMIR COSIC, RATKO RADOVANOVIC, ANDRO KNEGO o los más recientes DUSAN SAVIC, DINO RADJA y ZELJKO REBRACA.
Nadie duda de sus físicos privilegiados, mas no fue ello, sino su especial talento para encontrar esa especial zona de la cancha, así como para sacar ventaja de la misma una vez conseguida, la que los distinguió por encima de sus rivales.
Para ello ponían en juego sus extraordinarias virtudes de coordinación y estabilidad, que les permitían ganar esas décimas de segundo precisas para conquistar esa plaza, en la que eran virtualmente imparables a la hora de definir, a base de un inagotable inventario de movimientos de espaldas al aro.
Tras ese producto final, había instintos desarrollados con mucho ejercicio, con mucho trabajo, lenta y despaciosamente, en una cultura del largo plazo o recompensa, ya hace bastante tiempo pérdida.
Hoy día apenas quedan rescoldos de tal escuela, aunque viendo batallar de vez en cuando, a DURO OSTOJIC o ANDREA ZIZIC, sus cuerpos retorciéndose contra la espalda de su defensor en imposible ángulo, uno siente la emoción de recobrar sensaciones remotas, como le invaden viendo los fantásticos pivotes del eterno DEJAN BODIROGA a cuatro metros del aro, buscando el apoyo de pie a veces sobre la propia inercia de su rival vencido.
En fin, queda la esperanza de volver al juego equilibrado de los ochenta, cuando la irrupción de bases penetradores y fríos francotiradores, desplazó el balance de poder hacia el juego de perímetro, creando una fina mezcla y equilibrio perfecto interior-exterior, que vino a ser rota por la aparición de ese depredador del juego: el pívot blando y con buena mano que acaba por huir de la zona, cuyo emblema nacional acaso fuera ese FERRAN MARTINEZ talentoso pero abúlico, enchufando triples con la misma frialdad con que todo lo hacía.
Aunque, en mi opinión, y por mucho que suene a herejía, el principal responsable de ese juego indefinido all around, fuera el talento elevado e inclasificable de dos hombres, cada uno en su Continente: un poderoso lituano de 7 pies y cuatro pulgadas, capaz de hacerlo todo y bien, y un fino virginiano, alérgico a la pintura, que con 7 pies y cinco pulgadas, gustaba de moverse por zonas menos calientes.
Eran tan grandes que, mirándolos, muchos se quedaron ciegos, convirtiéndose en meros émulos de lo inimitable, de lo indescriptible, de lo egregio, entregados a la estéril e imposible tarea de copiar lo irrepetible.
Quiero pensar que algún día volverá el tiempo de gloria de aquel juego interior intenso, preciso, emocionante, quizás la expresión última de la suprema inteligencia que debe gobernar este apasionante juego que es el básquet.
Viendo hace unos meses aquella mágica inversión de bola de un SEAN MAY sobremarcado, no pude evitar ser optimista .