Después de la derrota en el cuarto partido de la serie (91-97) un artículo en Los Angeles Times daba duro contra la figura del entrenador del equipo dorado. El título del texto era contundente: Phil Jackson, Master of disaster? (¿maestro del desastre?), en referencia a su devoción por la filosofía “zen”. Jackson era acusado de haber sido el primero en desaprovechar una ventaja de 24 puntos en un partido de la serie final, de no ganar el título desde el año 2002, de haber perdido en 2004 contra los Pistons pese a tener una ventaja de 3-1 (las tres victorias seguidas del equipo de Detroit en su pista fueron una hazaña única e irrepetible hasta el momento) y de dejar escapar la eliminatoria en la primera ronda de la conferencia oeste contra Phoenix en 2006 pese a estar venciendo 3-1.
El autor del artículo, Bill Plaschke, no cuestionaba el currículum y las cualidades de Jackson, pero afirmaba que no se encuentra en su mejor momento. Las comparaciones con su oponente, Doc Rivers, eran constantes y tildaba al técnico de los Lakers de paternalista y de demasiado tranquilo en su comportamiento. De hecho, Jackson actua como piensa. Tal y como cree en el zen.
Esta filosofía, este modus vivendi originario de la India, transportado a China primero y Japón después, desde donde llegó a Europa en el siglo pasado, afirma que el conocimiento humano es innato y que lo hay que hacer es actuar en cada momento mediante iluminación instantánea. Es por eso que algunas de sus decisiones pueden parecer extrañas. Como cuando pidió un tiempo muerto en el cuarto partido cuando su equipo ganaba por 17 puntos (24-7, minuto 9) y dejó de pedir uno que le quedaba a pesar de la remontada de los Celtics en el tramo final. El último que solicitó, a 2:10 del final y 5 puntos abajo (83-88) sirvió para comprobar que sus instrucciones fueron dar balones a Kobe Bryant que, absolutamente de forma individual, sin trabajar el ataque y subiendo el balón desde su propia pista, se jugaba cada posesión. Fracasó.
Jackson dedica más de minuto y medio de los dos de que dispone a hablar con sus asistentes, dejando a los jugadores en el banquillo, pensativos. Ésta ha sido su forma de actuar de siempre, y le ha funcionado, pero contrarestaba con Rivers, todo intensidad, pasión, agresividad. El entrenador de los Celtics ha contagiado su manera de entender el baloncesto al equipo. El conjunto de Boston siempre ha jugado mejor: buena circulación de balón hasta encontrar el hombre más libre para el tiro (Ray Allen desde las esquinas siempre ha salido favorecido de los bloqueos indirectos que los Lakers nunca han sabido defender), buena preparación de los partidos (gran defensa sobre Kobe, agobiado por Allen y Pierce), y inteligencia a la hora de buscar las debilidades del contrario (Garnett, primera opción en ataque de los Celtics para buscar el equilibrio interior-exterior, atacaba a Gasol, mientras que este tenía que desgastarse contra la defensa de Perkins, Powe i P.J. Brown). Todo lo que Jackson no supo hacer.
Los Lakers defendieron mal, jugaron en ataque sin saber a qué y abusaron de las individualidades (demasiados tiros de Vujacic y Radmanovic cuando estos habían anotado en uno de los ataques), y no aprovechó las bajas del rival (Gasol, en el segundo partido, no recibió los balones necesarios cuando había anotado los primeros cuatro lanzamientos defendido por Perkins -“quizá debería haber recibido más balones para aprovechar mi superioridad”, dijo el catalán al final de ese encuentro-, ni tampoco cuando Perkins fue baja en el quinto).
La diferencia entre los dos equipos fue aumentado con el paso de los días y, en el sexto, con la mayor diferencia a favor de cualquier equipo en un partido de la final, Jackson admitió que su equipo no era agresivo. “Si el año que viene queremos volver a disputar el anillo, necesitamos fichar un jugador que nos ayude en lo que necesitamos, agresividad” dijo. Y personalizó: “Garnett pasó por encima de Pau y dió a su equipo la agresividad que tuvo durante todo el partido”. No fue justo nombrar a solo un jugador, pero Pau no ha estado bien en la serie, solo en el quinto y en algunos minutos del segundo. Nunca ha sido un jugador de contacto y, al defender a Garnett (no mejor técnicamente, pero sí físicamente) esta deficiencia se ha acentuado. Los números de Pau fueron inferiores al del resto de temporada (14,7 puntos, 10,2 rebotes en la final, por 17,0 y 9,0 en los play-off y 18,8 y 7,8 en la fase regular con los Lakers) pero su problema fue la intensidad, especialmente contra un equipo como Boston. Kobe, al que la afición de los Celtics gritó “tú no eres Jordan” también bajó su rendimiento (25,7 puntos, 40% de dos y 32% de tres en la final, por 31,6, 50% de dos y 28% de tres en los play-offs y 28,3 puntos, 45% de dos y 36% en la liga regular) porque advirtió que era el único capaz de salvar la final.
Los jugadores del banquillo de los Celtics fueron mejores estadísticamente y en los aspectos intangibles. Intensos y concentrados, cometieron pocos errores, asumieron su papel y ayudaron a su equipo. Jugaron el 32,5% de los minutos de su equipo y anotaron el 28,5% de los puntos, porel 27% de los minutos y el 22,9% de los puntos de los suplentes de los Lakers. El equipo de Los Angeles hechó en falta a otro referente para formar un Big Three como en los Celtics. Con Pau y Kobe bien defendidos, nadie tuvo la calidad suficiente para coger el relevo. Boston fue más equipo, tenía mejor plantilla y jugó en conjunto. Los Angeles no.