Había una trampa para monos que consistía en un coco con un poco de arroz hervido. Por su agujero cabía la mano pero no el puño, el mono metía la mano para coger el arroz y luego era incapaz de abrir la mano para escaparse

Ya tenemos ganador deacaba de firmar una renovación pantagruélica ($24 millones por dos temporadas) que certifica su posición como nuevo hombre fuerte de la franquicia. Sólo hay que ver cómo se permite ahora lujos tales como criticar a Andrew Bynum justo cuando todos lo alaban, o lo que cabría describir como condescendencia casi paternalista hacia su enemigo caído, el hijísimo Jim Buss. Sorprendentemente, el plan de emergencia de Jerry Buss (descrito sarcásticamente como “why can’t we be friends”) ha funcionado, aunque sea a costa de la victoria de Jackson sobre Buss Jr.

De momento.

Hasta cierto punto, las comparaciones con el culebrón de Scottie Pippen en Chicago Bulls son válidas: una vez más, Phil Jackson ha usado públicamente el descontento de una estrella como ariete contra la franquicia (a comienzos de la temporada declaró que Jim Buss había prometido refuerzos y no los había traído), y por el otro se ha distanciado del jugador ejerciendo una disciplina al menos aparentemente férrea ante los principales actos de indisciplina (la ausencia de Kobe Bryant de varios entrenamientos nunca ha sido aclarada). Al final, el jugador se ha visto enfrentado con la afición y también con un vestuario al que había ofendido seriamente, y la gerencia se ha convertido en blanco de las iras de los aficionados y las burlas de los medios.

Phil Jackson ha emergido como el redentor, capaz de transmutar todos estos problemas en el mejor arranque de campaña desde que Gary Payton vestía la camiseta de los Lakers. Jackson declaró este verano que estaba dispuesto a intentar un juego más rápido, y a entrenar a un equipo sin Kobe si era preciso; y lo que parecían intentos desesperados de apelar a las simpatías del público y el club se ha convertido en realidad de la manera más inesperada: los Lakers han mejorado sus números ofensivos y defensivos en casi todas las categorías. A excepción del atribulado Lamar Odom, casi todo el plantel de secundarios ha progresado; Derek Fisher ha venido al rescate, Andrew Bynum ha dado el salto y hasta Radmanovic ha logrado superar la aportación de Aaron McKie. A pesar de que el calendario no ha sido extraordinariamente blando y de que se han producido algunas bajas por lesión (el propio Kobe se encuentra visiblemente disminuido), los Lakers están a tiro de los Suns y lo que es más importante, parecen estarse viniendo arriba mientras los Mavs o los propios Suns parecen estancarse.

De momento.

Porque no es casualidad que aunque Kobe haya afirmado sentirse “feliz” y menudeen sus declaraciones sobre el papel de mentor del joven padawan Bynum, también se ha negado en redondo a retirar su petición de traspaso. Si algo hemos aprendido de él es que al igual que la guardia, Kobe Bryant pierde pero no se rinde.

En realidad, Kobe Bryant sigue en los Lakers porque se ha chocado de frente con la nueva realidad económica de la NBA, al igual que le ha pasado a Pau Gasol, Jason Kidd, los Phoenix Suns, Anderson Varejao y los jóvenes Chicago Bulls. Después de infinitos ajustes (tope salarial, salario máximo, escala salarial para rookies…), al fin la NBA ha encontrado la manera de implementar un “tope salarial duro” sin imponerlo directamente, gracias al impuesto de lujo. Con el desmesurado coste salarial que supone una plantilla competitiva, cada vez menos propietarios están dispuestos a incurrir en el gasto adicional del impuesto de lujo, sobre todo con la revulsión casi física que inspira en los empresarios estadounidenses cualquier tipo de tasa o gravamen.

Las señales se multiplican. De repente, todo un candidato al anillo como los Suns empieza a prescindir de activos y rondas de draft para mantener a raya al maligno, y Cavs o Bulls mesan sus barbas considerando detenidamente a quién renovar, cuándo y cómo. Este verano apenas un puñado de franquicias han gastado su MLE entera. Por más que Kidd proteste en busca de una extensión contractual, dentro de un par de temporadas apenas quedarán tres o cuatro jugadores que cobren por encima de los $20 millones. Incluso Duncan o Garnett han renunciado “generosamente” a parte de la subida salarial a la que podrían aspirar, a cambio de una mayor seguridad en el empleo.

Concretamente, Kobe Bryant y Pau Gasol se han encontrado con una verdad muy poco agradable: en equipos poco dispuestos para superar el tope del impuesto de lujo, tener en plantilla a un jugador con contrato máximo que se come aproximadamente casi un tercio de tu espacio salarial, las posibilidades de mejora radical de la plantilla son muy limitadas. No mejora su estado quien muda solamente de lugar, y no de vida y costumbres.

Para la temporada en curso, el tope salarial es de $55.63 millones y la barrera del impuesto de lujo son los $67.865 millones. Con la casi totalidad de la liga por encima de los $60 millones (y el resto afrontando renovaciones sustanciosas), un fichaje por la MLE supondría meterse de lleno en el impuesto de lujo. En otras palabras, el propio contrato de la estrella hace difícil o imposible rodearlo de un reparto de campanillas. Como los monos, han metido la mano en el coco y no la pueden sacar sin aceptar perder el sabroso arroz cocido; incluso los que han aceptado una rebaja, como Garnett, ha sido por cantidades modestas que no mejoran perceptiblemente la situación salarial para posibles fichajes.

Como sugiere el columnista Kelly Dwyer, es muy posible que estemos viviendo el retorno de lo que podríamos llamar clase media de la NBA: buenos equipos con una estrella que ganan consistentemente 45-55 partidos por temporada pero no aspiran al anillo, como los Warriors del “Run TMC” o los Hawks de Nique. Durante los últimos quince años o así, la NBA ha vivido en un estado de constante revolución provocado por la escalada brutal de los costes salariales. Con plantillas que pasaron de costar $10 millones a costar $50 millones en pocos años, la inversión que supone una franquicia sólo se justificaba aspirando al anillo o al menos progresando hacia algún sitio. Un simple “buen pasar” podía ser suficiente en 1986, pero no en 1996; si no estás avanzando, estás retrocediendo y es hora de reconstruir. Las salvaguardas introducidas en todos los convenios colectivos para facilitar la renovación de los jugadores propios hacen muy difícil renovar en profundidad una plantilla sin afrontar una deconstrucción total, así que cada año había hasta diez franquicias en diferentes etapas del proceso de destrucción y regeneración.

[[{“type”:”media”,”view_mode”:”media_large”,”fid”:”42354″,”attributes”:{“alt”:””,”title”:””,”class”:”media-image”,”typeof”:”foaf:Image”,”wysiwyg”:1}}]]Ese clima de reconstrucción constante se ha convertido en el mayor problema de la NBA, lastrada por la presencia de un número excesivo de equipos cuyo techo son las 35 victorias. Y es posible que el impuesto de lujo sea la solución: con Forbes anunciando unas cifras económicas en moderado ascenso y el freno en el gasto salarial, a lo mejor es la hora de plantearse que un equipito bueno que gane 45-55 victorias es una buena inversión. Al menos, una inversión mejor que una reconstrucción con un coste desaforado y resultado dudoso.

Siempre nos quedarán los Knicks, claro, y de vez en cuando surgirá alguna oferta imposible de rechazar como los nuevos “big three” de Boston, pero empieza a parecer que esas noches del “trade deadline” pasadas pulsando “F5” en el navegador pueden ser cosa del pasado.