La NBA es la mejor liga del mundo. Los mejores quieren ir allí a jugar, a exponerse al mundo entero, a que los focos deslumbren su talento, a que las portadas copen sus rostros de felicidad. Allí todo es a lo grande. Los pre-partidos, los post-partidos, el propio partido. Es todo un espectáculo que solo se conoce si se vive por dentro.

Pero a la vez, estos entresijos americanos esconden defectos, huyen de la realidad de los jugadores y emergen cuando no eres protagonista. Triunfar no es fácil, ganar no es sencillo, pero tener el respeto de toda una liga requiere un sacrificio diario.

En la NBA, los jugadores son carne de mercado. Sean lo fieles que sean a unos colores, tengan el talento que tengan o rindan al nivel que rindan, pueden cambiar de aires al son que quieran las franquicias (llamémoslas negocios). Sin embargo, hay una etapa en su carrera en la que pueden decidir qué hacer, dónde ir. Pueden optar por ganar más dinero o por aspirar a algo menos pero competir por el campeonato.

Y eso es, precisamente, lo que ha hecho José Manuel Calderón. El base extremeño llegó a la NBA hace nueve años, en 2005, para jugar en una franquicia que tenía a Chris Bosh como líder y que se metía en Playoffs de forma regular. Sin embargo, él siempre tenía que convivir bajo la estela de TJ Ford o de Jarret Jack. Así fueron sus primeros años en la NBA. Suplente, sin acabar de contar con la confianza de su entrenador y sin demostrar sus aptitudes a toda la NBA.

Pero en 2007 y 2008, con la marcha de TJ Ford, “Mr. Catering” (que diría el recordado Andrés Montes) dio un salto cualitativo importante, sobrepasando los dobles dígitos en anotación y entrando en el Top 5 de máximos asistentes de la liga, acercándose a los mejores del momento como Nash, Paul, Rondo o Kidd.

Con la marcha de Bosh, Toronto entró en un pozo del que todavía no ha conseguido salir. Calderón era el líder de un proyecto sin rumbo, sin expectativas y sin apoyos para el español. La situación era insostenible. Ni tan siquiera el amor incondicional de “Calde” a la ciudad canadiense podía aguantar tal vicisitud. En febrero de esta temporada, con el mercado de traspasos a punto de cerrarse, Calderón fue traspasado a Detroit. Vaya, que fue de mal a peor. No obstante, sabía que allí tenía que mantener el nivel para ser una perita en la agencia libre.

Llegó julio y Calderón empezó a recibir ofertas. Los rumores no cesaban y los Kings fueron los primeros en poner las cartas sobre la mesa. Lógicamente, Calderón dijo no. El dinero no importaba, sino que el proyecto era el ingrediente necesario.

Ahí apareció Mark Cuban. Con la estrepitosa temporada de Collison y la excesiva edad de Mike James, los Mavericks necesitaban un director de orquesta si querían darle a Dirk otra oportunidad de ganar el anillo. Calderón reunía todos los requisitos para ocupar esa posición: experiencia, liderazgo, buen organizador y uno de los bases más completos de toda la NBA.

Calderón no pudo decir que no. Jugar al lado de Nowitzki, con unos Mavericks que quieren aspirar al anillo con seriedad y firmar un buen contrato a nivel personal.

Mr. Catering, tras nueve años en la mejor liga del mundo y a sus 32 años, el de Villanueva de la Serena que se forjó en el Lucentum Alicante, pasó por Fuenlabrada y explotó en Vitoria podrá servir sus bandejas a su gusto, dónde él ha escogido y con el proyecto que más le ha ilusionado. Alemania verá cómo un español sirve las mejores asistencias al líder de Texas. Es su oportunidad, quizás el último periplo en América.