Cuando hace unas semanas me enteré de que probablemente Allen Iverson nunca volvería a ser profesional por una lesión mi mundo se agitó por un momento. Me dejó un poco confuso, así que encadené algunas reacciones algo convulsas: repasar vídeos suyos, releer revistas que co-protagonizaba, escuchar algunas de sus declaraciones u observar varias de sus fotos. De todo ello me quedo con varios momentos. Por ejemplo, cómo aquel rookie bajito y escuchimizado debutó en la NBA el 1 de noviembre de 1996.
Antes del salto el chaval no podía parar quieto. Se movía de forma repetitiva cual púgil antes de una pelea. Se mordía los labios y, en un gesto ya conocido, estiraba su camiseta como si le fuera 3 tallas más pequeña. Estaba ansioso por volver a demostrar porque creía volver a ser más de lo que esperaban los demás y… así fue. En aquel partido me pareció analfabeto liderando a los Sixers pero aún así me dio la sensación de poder matar a los Bucks él solo mientras pintaba una carta de presentación de 30 puntos y una primera acción terroríficamente valiente: rompe moral y cintura al bueno de Sherman Doglas desde el perímetro; luego avanza como un demonio hasta las cercanías del aro para hacer una parada a dos pies e intentar machacar el balón en la cara de Lang y Baker (ambos miden 2.10). La pelota se salió antes de que se colgase del hierro. No obstante, si no interpreté mal la grabación, le concedieron la canasta porque uno de los dos gigantones tocó el aro.
¿Por qué piensa que siempre está ante una batalla a vida o muerte?
Su madre lo tuvo con 15 años, estuvo en la cárcel 4 meses, mataron a su mejor amigo de un disparo, echó a su mujer de casa y luego fue a buscarla con una pistola, fue arrestado por posesión de drogas, le prohibieron políticamente que grabara una canción de rap xenófoba, se orinó en la papelera de un casino ante todo el mundo…
Tuve la ocasión de ver a Allen Ezail (¡tomo ya!) Iverson en persona y situación en una cena organizada por la NBA tras aquel F.C. Barcelona-Sixers del 2006. Ese rico marco mezclaba jugadores, técnicos, agentes, organizadores, instituciones y periodistas. Todo el mundo en el mismo rancho, sin barreras. Mientras me preparaban un bistec, detrás de mí Chris Webber hacía cola; él, al igual que yo, también quería pegar bocado. Todos nos relacionábamos naturalmente. De hecho, intercambié algunas palabras con Divac que andaba por allí aunque no como efectivo. Y así todo el mundo, todo el mundo menos Iverson, que no estaba en nuestro mundo. El de Hampton andaba cercado por unos diez guardaespaldas blindados con más músculos que toda la plantilla de los Phila. En medio de aquel extraño microambiente, más propio de una detención que de una protección, estaba AI sentado y encogido. Tenía el ceño fruncido pero sus ojos delataban su terror ante las miradas de los que verdaderamente estábamos disfrutando de la velada. Uno de sus secuaces le traía y llevaba la comida. Nuestro protagonista de vez en cuando miraba entre su cerco de seguridad para ver qué pasaba fuera de su otra realidad. Yo me preguntaba… ¿De quién demonios huía? ¿Y saben qué? Tengo the answer. Les contaré un reciente caso. Se trata de la INJUSTÍSIMA expulsión de Ron Artest hace unos días en campo de los Clippers. El jugador de los Lakers tan sólo trataba de separar a sus compañeros. Los árbitros, diría, que hasta pudieron ver las imágenes antes de hacer efectiva la penalización de unos cuantos que estuvieron malmetiendo en el lío y… de Artest. Se me parte el alma cada vez que recuerdo su cara de decepción. No hay duda de que en la mayoría de los sistemas interesa mantener malos ejemplos para mantener al corral controlado, la NBA no es una excepción. Vivimos en una sociedad estereotipada que no perdona por su propia mala conciencia. Siempre habrán brujas que no son brujas para quemar.
¿Qué NO tenga mucha fuerza NO significa que NO pueda encontrarla (en su corazón)?
“Al otro lado del ring, Allen Iverson, con 72 kilos y 1 metro 83 de altura”. Me cuentan que los equipos técnicos a veces se quedaban sin aliento cuando veían en la extrema delgadez que volvía The Answer tras el verano. “¡Al gym, bro!”, supongo que le ordenarían sin éxito. Sin embargo, ante eso, usó el código de la calle: dar el primer golpe y que éste fuera con todas sus fuerzas.
Nunca dejaré de idolatrar a Iverson, porque ir contra el mundo le hizo ser el jugador más decisivo de la historia de la NBA con menos menos centímetros y kilos. Y comprendo tanto al que lo odia como al que lo ama pero nunca al que queda indiferente. No he visto a nadie en una pista de baloncesto con su determinación para empezar una jugada, crearla y finalizarla por adversas que fueran las condiciones.
¿Que tenga sus razones no está ligado a que actúe bien o mal?
Como todo el mundo sabe, en sus últimos coletazos en la NBA no pudo encajar un rol secundario, como vimos en Memphis y en su vuelta a Philadelphia: “me merezco ser titular. Admiro a los jugadores que salen del banquillo y rinden pero yo no funciono así”, dixit Allen.
Si Iverson hubiera aceptado aquel papel de sexto hombre u otro de corte residual ante las cámaras norteamericanas habría pensado que todo lo que fue habría muerto. Ya no sería él, tal vez, en Turquía ya nunca lo fue, pero que estar fuera de casa habría sido un posible detonante para conseguir esa metamorfosis.
Nadie ha gestionado tan bien sus demonios como “The Answer”. Si es cierto que tanto en el cielo como en el infierno la muerte da todas las respuestas, sin duda, Iverson pertenecería a aquel lugar donde nadie le segregara, así que…