El conjunto de Pesic mostró más de una cara en el encuentro de hoy. A momentos, la defensa se adueño del pavellón, pero también lo hizo en algunos tramos el desasosiego. El querer y no poder de Oriola, la sensación de lo insuficiente de Heurtel, y la falta, cómo no, del capitán Tomic. Los valencianos vinieron a Barcelona con un objetivo claro, y no se iban a ir sin cumplirlo. La victoria no fue heróica, pero si muy meritoria.

Así como mucho se habla de la defensa del Barça y, por momentos, de sus carencias en ataque, hoy los culés supieron imponerse jugando bajo diferentes estilos. La ‘maquina’ defensiva fue a momentos la de siempre. Esa telaraña que deja enganchados a todos aquellos que pasa por allí. Esa en la que Claver, Ribas y Singleton son tan importantes.

Pero también tuvo momentos de incertidumbre. Tramos en los que las desconexiones se hicieron constantes, en que las ayudas no llegaban. En esos momentos fue donde el Valencia logró mantenerse con vida. Aquí Tobey se hizo gigante, pero a la vez minúsculo. En sus caídas de pick&roll se metió por los recovecos más inusuales para lastimar la defensa rival.

 

 

La suerte para los blaugranas, si es que existe tal cosa, fue que los triples no le entraron a los de Ponsarnau. Los valencianos supieron, por momentos, mover bien el balón, pero la puntería no fue la habitual. Para contrarrestarlo, buscaron constantemente los bloqueos directos en los que tanto Van Rossom como Guillem Vives se gustaron a placer.

A pesar de los vaivenes, el Barça se mantuvo vivo gracias al talento de Heurtel. El francés hoy hizo de líder, de anotador y de perro de presa, pero también de mago. Metió triples y destrozó la defensa rival en cada bloqueo. El talento no tiene límites, pero el ingenio tampoco.

El motor del Barça, sin embargo, volvió a ser la defensa. Esa que logra asfixiar a cualquiera y oxigenar a los fanáticos que hicieron que el Palau se vistiera con traje europeo. Con ese qu se puso durante las grandes citas de Euroliga y que ensordeció al Efes. Con un Hanga mayúsculo, Oriola en todas las ayudas y Blazic como estrella. El esloveno corrió hasta lo incansable, se transformó en una bestia indomable.

 

 

Pero no todos los esfuerzos tienen recompensa. El Barça no encontró nunca su juego. A pesar de esos momentos electrizantes en defensa y de tener la magia de Heurtel, no fue suficiente. Los últimos esfuerzos de Dubljevic, la calidad del eterno San Emeterio y algunos minutos en los que Will Thomas estuvo enchufado le bastaron a los taronjas para adjudicarse una victoria de prestigio.

 

 

Pero hoy los de Pesic perdieron muchas cosas. Perdieron un partido, perdieron el liderato de la ACB en manos del Real Madrid y, sobre todo, perdieron su identidad. Esa marca que tantos y tan buenos resultados le venía dando durante los úlitmos años. Eso que se decía que se había recuperado desde la llegada al banquillo de Svetislav Pesic. La que logró que los blaugranas sean bicampeones de la Copa del Rey. Puesto en contexto, perder un partido no es el fin del mundo para nadie. Pero perder 4 de los úlitmos 5 si que amerita que se reflexione sobre ello.