El dos de febrero de 1991 el Caja San Fernando no sumó una victoria más, de las que se olvidan a las primeras de cambio. Aquel día los de José Alberto Pesquera, en su segunda campaña como miembros de la ACB, derrotaron por primera vez en su corta historia a un grande, al Barcelona para ser más exactos. Dos tiros libres anotados por Chinche Lafuente a seis segundos para la conclusión certificaron un triunfo que llenó de júbilo las abarrotadas gradas del Pabellón de Amate y que todavía se recuerda a los pies de la Giralda.
El primer día de colegio, la primera novia, el primer viaje al extranjero, el día de tu boda, el del nacimiento de tu primer hijo… situaciones inolvidables que siempre permanecerán en el imaginario disco duro de nuestro cerebro. Sin andarme excesivamente por las ramas, lo anterior no me sirve sino como excusa para recordar algo que todavía recordarán los buenos amantes al baloncesto a orillas del Guadalquivir, que seguro vivieron una sensación parecida a la de los hinchas del Menorca al sumar su primer triunfo como equipo ACB: el día que un modesto, el Caja San Fernando, tumbaba al que los entendidos en la materia consideraban a comienzos de los 90 el mejor equipo de Europa, el Barcelona. Echemos la vista atrás y repasemos detenidamente lo sucedido.
Corría febrero de 91 y el complicado de explicar calendario con el que se jugaba por aquel entonces la ACB emparejó a sevillanos y catalanes. Los primeros peleaban por no descender; los segundos por ganarlo todo. A priori, el vencedor debería tener un claro color, por mucho que las bajas en forma de lesiones (Epi, Jiménez…) estuviesen empañando el debut como entrenador en España de Boza Maljkovic. La cita, en el Pabellón de Amate, el mismo que la mismísima ACB había homologado de manera tan generosa. ¡Gracias señor Portela! Tampoco podemos pasar por algo que hacía más de un cuarto de siglo que el Barcelona no pisaba Sevilla para disputar un encuentro de Liga (la última vez había sido el 16 de enero de 1966). Casi nada.
Contundentes argumentos para que fuera un día muy especial en la capital hispalense. Mucho más para José Alberto Pesquera. Lucharemos a tope para dar un buen espectáculo, aunque la victoria sea tan difícil. No voy a reservar a nadie, pensando en partidos más asequibles para nosotros, comentaba el hermano del actual seleccionador nacional de baloncesto a la conclusión del último entreno previo a un partido que había levantado una inusual expectación en un entorno tan futbolero… aunque no se vendieran todas las localidades puestas en taquilla. Increíble, ¿no?
Llegó la hora de la verdad. Y como no podía ser de otra forma, el cuadro culé comenzó a tomar el mando de las operaciones desde el inicio (7-12, 18-23 y 29-34, resultado con el que se llegaba al descanso). Piculín Ortiz era el amo de ambos tableros, Esteller y Galilea (novatos aquel año) le daban frescura a una plantilla mermada por las lesiones, Norris imponía respeto a los hombres altos locales, mientras que los hispalenses pagaban su paupérrimo porcentaje desde el arco de los 6.25 (1 de 10, gracias al solitario triple anotado por el bueno de Quino Salvo). Como mal menor, la ventaja blaugrana no era insalvable, por lo que los más optimistas no descartaban la remontada. Había 20 minutos por delante para que el milagro se obrase.
Y así fue. Tanto Lockhart como Bingenheimer comenzaron a ganarle la partida a los pivots rivales, el Caja mordía atrás… y Raúl Pérez, como tocado por los dioses, encadenó una serie de aciertos consecutivos que llevó el marcador a un sorprendente a priori 54-45 (el de Carmona tuvo tiempo para meter un mate que levantó de sus asientos a los allí presentes). No quedaba mucho, pero nadie quería dar por ganado el pleito, conociendo las virtudes del plantel que había enfrente… viendo el cansancio y las faltas con las que encararon los de Pesquera los últimos compases. Nacho Solozábal, a 35 segundos para el final, colocaba en el marcador un emocionante 66-63.
El Caja tenía la bola y el partido en sus manos. Posesión larga, que obligó al zurdo base del Barcelona a cometer su quinta falta sobre Chinche Lafuente, que tenía a su disposición sendos tiros libres. De meterlos, con seis segundos por jugar, todo estaría decidido. Al actual miembro del departamento de marketing del cuadro cajista no le tembló el pulso, los anotó, por lo que el siguiente ataque, el último del match, tenía poco menos que valor residual. Daba igual lo que sucediera (José Antonio Montero erró un triple), pues la hombrada era una realidad: El Caja San Fernando se había cargado a un grande por primera vez en su historia, un hecho sin precedentes que seguro serviría para promocionar un poco más el deporte de la canasta en la capital de Andalucía.
Las declaraciones post-partido no podían ser más elocuentes. Al final, incluso tuvimos un poco de suerte, aseguraba con una sonrisa de oreja a oreja el técnico ganador, José Alberto Pesquera. El perdedor, que todavía no dominaba el castellano, fue tan escueto como sincero ante los medios, tal y como se habían desarrollado los acontecimientos. Mi equipo jugó muy mal ante un buen Caja San Fernando, admitía Maljkovic antes de retornar a la
Ciudad Condal.
A la conclusión de la campaña 90/91, los de preparador castellano-leonés mantuvieron la categoría de manera más que holgada, terminando en una meritoria duodécima posición, cumpliendo con creces el objetivo marcado. Los blaugrana, por su parte, alcanzaron la final de la Liga ACB. En ella, no fueron capaces de superar a un Joventut, a la Penya de Lolo Sainz, que les superó sobre el parquet por un contundente 3-1.
Ficha técnica:
Caja San Fernando 68 (29+39): Bingenheimer (18), Salvo (8), R. Pérez (15), Ch. Lafuente (4) y Lockhart (19), cinco inicial; T. Llorente (0), J. García (4) y Llano (0)
F.C. Barcelona 63 (34+29): Solozábal (10), Trumbo (4), P. Ortiz (12), Montero (6) y Esteller (6), cinco inicial; Galilea (3), L. González (6) y Norris (16).
Colegiados: Francisco Monjas, L. Hernández Hdez. Eliminaron por cinco faltas a Nacho Solozábal (minuto 40).
Incidencias: Partido disputado en el Pabellón de Amate. 4.800 espectadores en las gradas. La grada obligó a los jugadores cajistas a saludar a los presentes tras la victoria lograda ante el Barcelona.