Los héroes marcan el devenir de los hechos, condicionan cómo han de contarse los acontecimientos, crean la historia. Los Mavericks escribieron anoche, sobre el parqué del Ford Center, uno de los episodios más emocionantes de su trayectoria al superar a los Oklahoma City Thunder (105-112) y dejar vista para sentenciar la Final de la Conferencia Oeste (3-1), acariciando por tanto su segunda presencia en las Finales de la NBA.

Si el triunfo no fue gesta, mucho se le pareció. Porque a falta de cinco minutos para el término del encuentro, los Thunder, pura furia, dominaban claramente (99-84) el encuentro, rozaban con la punta de sus dedos el 2-2 en la eliminatoria. Pero en lugar de besar la lona, el conjunto de Rick Carlisle acudió, a la desesperada, en la búsqueda de sus héroes, que no fallaron.

Dirk Nowitzki (40 puntos) fue, como siempre, el primero en llegar. El alemán, tan lúcido como controlado todo el duelo, destapó el tarro de las esencias y con 12 puntos en esos cinco minutos finales permitió creer a los suyos. Por habituales, las exhibiciones de Nowitzki parecen humanas cuando a menudo parecer levitar hacia escalones más altos.

Dallas encontró en su líder el vehículo de su fe, el clavo al que agarrarse en pleno apogeo de la tempestad. Y obtuvo un premio difícil de imaginar, la prórroga. Porque a Oklahoma City le pesó la inexperiencia, que no las piernas, convirtiendo en pánico la cercanía a la victoria. No supo administrar una renta de quince puntos en cinco minutos y después sufrió un golpe moral devastador.

No fue el único héroe que necesitaron los Mavs para sellar medio pasaporte a las Finales. Jason Kidd (17 puntos, 7 asistencias y 4 robos), el eterno Jason Kidd, le enseñó a Russell Westbrook, y por extensión a todos los Thunder, qué sucede cuando se une un enorme talento con una gran experiencia. El base de Dallas fue decisivo en el tiempo extra con su magnífica defensa y un triple mortal en el último minuto, tras asistencia de su socio germano.

Antes, los Mavs estuvieron siempre al borde del abismo, coqueteando con la zona de peligro, ante un rival que les quiso someter por puro aplastamiento. Oklahoma City cimentó su dominio en la energía, la intensidad, el impulso, todo ello traducido en un salvaje control de la ‘pintura’. Y es que los Thunder capturaron prácticamente tantos rebotes ofensivos como totales su rival.
Un sinfín de segundas oportunidades facilitaban la labor de un Kevin Durant que no suele necesitar ayudas. La estrella de los Thunder (29 puntos y 15 rebotes) estuvo, de nuevo, sensacional… hasta el apagón, hasta la llegada de los héroes de Dallas, donde nadie del cuadro local supo explicar qué estaba pasando ni, mucho menos, resolverlo.

Su principal escudero fue nuevamente Westbrook (19 puntos, 8 rebotes y 8 asistencias), que más determinante es a medida que más se cree compañero y no líder. El playmaker del bloque de Scott Brooks volvió a alternar momentos de marcar diferencias positiva y negativamente, un aspecto que merma a los suyos en los momentos cruciales de los partidos.
Junto a ellos, emergió Serge Ibaka como coloso de la zona. Él mejor que nadie encarnó las virtudes de los Thunder en el encuentro. Acabó con 18 puntos, muchos de ellos con suspensiones de cinco metros, 10 rebotes y 5 tapones, erigiéndose como el principal bastión interior de los locales. Nick Collison y Kendrick Perkins, con un trabajo oscuro, también fueron capitales en el rendimiento de Oklahoma City.

Pero la intensidad, la furia de los necesitados Thunder tuvo también sus debilidades, que acabaron pasando a ser agujeros negros. 25 balones pérdidos (15 entre Durant y Westbrook), precipitación, miedo a ganar. Dallas, perro viejo, ha sabido evolucionar precisamente en ese último aspecto y parece un equipo más preparado para el asalto al anillo. Superó, sin perder la calma, todos los tirones de Oklahoma City, tanto el inicial del primer cuarto, como los sucesivos del tercer y último período. Con sus dos héroes, más la constante labor de Jason Terry (20 puntos) con la anotación desde el banquillo y aportes muy puntuales del resto, logró algo más que una victoria a domicilio.

Porque los Thunder vieron como su sueño es esfumaba en cinco minutos fatales, que sucedieron a otros cinco de agonía. Comprobaron cómo dos leyendas llegaban, demostraban y acababan, de un plumazo, con cualquier esperanza. El 3-1 no es definitivo, pero lo parece. Oklahoma City necesita no sólo tres victorias, sino recuperarse de un cruel golpe que les hará aprender y crecer, pero posiblemente a costa de haberles condenado este año.