“Si alguien no tiene trabajo, me es imposible darle la espalda”. Es la nueva frase de presentación de Chris Washburn, la gran promesa del baloncesto NBA en el draft de 1986, ahora propietario de un restaurante en su barrio natal de Hickory, North Carolina. El que fue número 3 del draft, ahora con 46 años, dirige su negocio en el mismo lugar donde consumía droga años atrás. Tal y como explicó a Charlotte Observer, su negocio ofrece precios razonables (cerca de los 5 dólares) para comer alitas de pollo o pollo asado, entre otros manjares que no niega a nadie, siempre que se le devuelva su amabilidad con horas de trabajo. Para Washburn es una forma más de ayudar a su restaurante y su comunidad 13 años después de abandonar las drogas. “La gente está disfrutando de su restaurante y vienen a darle apoyo”, explica Mandy Pitts, director de comunicación de City of Hickory que conoce a Chris desde que era un chaval.

Washburn vio frustrado el éxito profesional que muchos le pronosticaban con tan solo 24 años, cuando fue expulsado de por vida de la NBA debido a sus problemas de adicción. Ahora es un hombre nuevo, liberado de las sustancias tóxicas que le amargaron su juventud hasta la avanzada edad de 34 años, cuando finalmente se dio cuenta del cambio de rumbo que debía tomar su vida.
Aunque sus registros durante su paso por la NBA parecen y, en efecto, son discretos (en dos temporadas jugó tan solo 72 partidos entre Warriors y Hawks, promediando 3,1 puntos y 2,4 rebotes), a nadie se le escapa el carisma y prestigio que el joven tenía en el parqué de las canchas de baloncesto durante su etapa High School y universitaria. Washburn era el tipo soñado por muchos técnicos: destacada estatura (2.10cm), fortachón y coordinado. Podía moverse por el poste como Point Forward o Center. Lo tenía todo para triunfar.
“El vicio” guiaba, no obstante, al sendero de la pobreza y la frustración al joven. El chico, que no pudo completar muchas de sus campañas debido a las sanciones que se le imponían por los líos que montaba (dio hasta tres veces positivo en controles antidroga), acabó sancionado de por vida en la NBA.
Después de un discreto paso por ligas europeas o suramericanas, entre otras, Washburn llegó a un equipo de Colombia, donde su adicción se agudizó. “Las drogas en Colombia eran realmente buenas”, confesó para el periódico Charlotte Observer. El crak fallido pasó por la cárcel durante varias etapas, una de ellas entre 1994 y 1996 por posesión de cocaína y otras drogas.
Sin embargo, su vía crucis se produjo en Houston. Su agente, quien estaba al tanto de sus problemas, le recomendó que entregara el control de sus finanzas a su madre para no perder todo su patrimonio. Chris aceptó, aunque pasado un tiempo se arrepentiría de ello. La necesidad de consumir le obligaba a pedir una vez tras otra dinero a su madre para poder comprar la dichosa mercancía. Ella, viendo a su hijo en una situación tan deprimente, se negó a ello. Llegó a recomendarle que escribiera en un papel su nombre y su dirección y lo pusiera en su bolsillo. Así, cuando la policía lo encontrara sin vida por las calles podría identificarlo. Un jarrón de agua fría para Chris que, sin salario y sin renunciar a sus malas prácticas, llegó al punto de no poder pagar sus facturas y se quedó en la calle vagabundeando.
Aquel antiguo diamante en bruto pasaba ahora su vida por las calles viviendo de la caridad y de la comida que encontraba en la basura, moviéndose además, por ambientes poco amigables. “Vi a mucha gente morir a mi alrededor”, explica Washburn.
Fue en el año 2000 cuando, después de la muerte de su padre, la cabeza de Chris pisó en lo cierto dirigiendo el rumbo de su vida hacia el fin de sus pesadillas. “Empecé a pensar que era la única persona que le quedaba a mi madre”. Ese aliciente, unido a 14 clínicas de rehabilitación por las que pasó durante aquellos tiempos, logró sacar a Washburn del pozo.
Ahora, después de haber dejado atrás esa tormentosa etapa, Chris y su mujer Monique Richardson son padres de Julian y Chris, ambos amantes y practicantes del baloncesto en la University of Texas.
Julian Washburn, nacido en diciembre de 1991, está hecho todo un chaval. La última campaña formó parte del tercer equipo ideal de la Conferecia de EE.UU. y fue miembro del mejor equipo defensivo. Con los UTEP Miners (sophomore) promedió 12,3 puntos y 0,8 robos por partido, además de ser el número 9 de la C-EE.UU. en minutos jugados. Julian, escolta-alero, anotó 18 puntos de media en sus últimos cuatro partidos y destacó de forma brillante anulando a destacados jugadores de equipos rivales gracias a su avanzada actitud defensiva. Su afición por pegar brincos tampoco pasa desapercibida. Su gran capacidad atlética le permite machacar en situaciones que pueden parecer imposibles para ello.
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Por otro lado está Chris Washburn Jr, nacido en mayo de 1993 y traspasado de los Miners (donde jugaba como estudiante de primer año) a la Texas Christian University (TCU) en busca de más minutos. Pese a la disciplina que muestra en la cancha y que tanto le diferencia de su padre, podría haber cogido tarde el tren del éxito. “Aún está aprendiendo a jugar, pero su juego de piernas es tremendo”, confiesa para Dallas Morning News Brandon Bennet, su entrenador en South Grand Praire. Pese a su ética de trabajo, parece ser que Chris Washburn Jr no está tan dotado como su padre lo estuvo. Según muchos observadores, el alero se las arregla con la astucia y la técnica, aunque no puede igualar la capacidad atlética de sus compañeros. La pasada campaña destacó en tapones (0,5) y en recuperaciones (0,8).
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Chis Washburn (volviendo al padre) vuelve a disfrutar de la vida. A pesar de centrarse en su restaurante, Chris no olvida el baloncesto. Durante los veranos participa en el tour NBA dando charlas a las 100 primeras elecciones del Draft como parte del programa de transición Rookie de la liga. Intenta exponer a estos jóvenes nuevos ricos los peligros a los que se enfrentan. Unos peligros que pueden acabar con sus fortunas y sus vidas. Washburn lo hace desde el conocimiento adquirido sin poder quitarse por completo la vergüenza de aquél que lo echó todo a perder en vano. Puede sentirse, no obstante, agradecido, pues la vida le ha dado una segunda oportunidad. “Algunos pronosticaban que moriría a los 25 años y aquí estoy”, dice.
Gracias a sus vínculos NBA y a sus hijos, el nombre Washburn vuelve a escucharse entre los ambientes baloncestísticos. Parece que el baloncesto tiene guardado pare él un rincón imborrable en la historia de este deporte. Se fue pero nunca desapareció y ahora, vuelve a resurgir. Partida y regreso para Washburn.