CIUDAD DE HUELVA 76 CB PLASENCIA 91
HUELVA: Montaner (3), Isaac López (22), Rojas (6), Terrell (17), Cipruss (4) -cinco inicial-, Zalvide (3), Kortaberría (0), Legasa (8), Morón (6) y Boccia (7).
PLASENCIA: Gianella(20), Stewart (25), Lledó (9), Owens (13), Guillem Rubio (2) -cinco inicial-, Kruiswijk (4), Sala (6), Beltrán (10) y Jobacho (2).
Parciales: 34-17, 52-41 (18-24), 62-66 (10-25) y 76-91 (14-25).
Era un duelo inédito con efemérides. El Ciudad de Huelva cumplía su partido 200 en la LEB. Para Plasencia, era su tercer encuentro en la categoría de plata. El novato llegaba al Palacio luciendo la vitola de equipo revelación y abandonó el templo del basket onubense reforzado en su condición tras aprovechar las dos caras de su rival. El conjunto de Joaquim Costa fue una mala versión del clásico Doctor Jeckyll y Mister Hyde. En el primer cuarto, los locales fueron un huracán de buen baloncesto, en los tres restantes un ridículo de dimensiones industriales.
Las cifras son elocuentes, los onubenses llegaron a disfrutar de una máxima ventaja de 19 puntos en los albores del segundo acto y acabaron el partido cabizbajos y derrotados por una diferencia de 15 tantos. Una simple suma demuestra que Plasencia obtuvo 34 puntos de renta en los 29 minutos de juego restantes. Sobran comentarios.
No todo fueron deméritos del Ciudad. También hubo méritos en Plasencia, muchos y variados. El más importante quizás, su capacidad de supervivencia al arrollador inicio de los de Costa. Los onubenses completaron un arranque impecable, sin tacha, inmaculado. Si había que anotar de fuera, ahí estaban los cinco triples entre Terrell, Isaac López y Montaner; si de lo que se trataba era de meterla cerca del aro, nada como los tres mates de Cipruss y el propio Terrell. Plasencia hacía aguas por todos lados y el Ciudad se disparaba en el luminoso, desde el 70 de salida hasta el 3417 con que concluyó el monólogo en que se habían convertido los diez primeros minutos de juego.
La ventaja local creció hasta su cenit nada más iniciado el segundo parcial (4122, minuto 11), pero en adelante Plasencia se rearmaría de forma admirable. Hasta entonces su defensa era de guante blanco (pese a encajar 41 puntos en 11 minutos sólo habían cometido 5 faltas) y en ataque pasaban por serias dificultades. En su búsqueda de soluciones, Dani García optó por la zona y colocar en la cancha a sus dos bases. Como ante Granada, la ofensiva local comenzó a encontrar problemas, hasta colapsarse casi por completo, y con Pedro Sala subiendo la bola, Nicolás Gianella pudo lucir toda su calidad en el uno contra uno. Al descanso, la iniciativa seguía del lado onubense (5241), pero la contienda estaba cambiando de manos.
La progresión de Plasencia se acentuó en el tercer cuarto. Sus mejores armas, la defensa y el rebote, por fin salían a relucir, con Beltrán brillando con luz propia, lo que provocó la pertinaz sequía anotadora del Ciudad (cuatro puntos en ocho minutos). En el otro aro, el despertar del dúo americano de los extremeños significó la consumación de la debacle.
Punto a punto, Owens y, sobre todo, Stewart, fueron rebajando la desventaja y la remontada se convirtió en realidad (5455, minuto 26). Costa se empeñaba en mantener a Cipruss en cancha cuando el letón pedía a gritos la ducha, así que cuando Gianella volvió se acabó el partido. El base volvió locos a todos sus defensores y Plasencia se escapó definitivamente. Primero de forma tímida (6266, al final del tercer cuarto), pero poco después de forma irremisible (6477, a seis minutos del fin). Un triste final para el bicentenario del Ciudad.
LA CLAVE: La fe mueve montañas. Cualquier equipo hubiera arrojado la toalla tras verse 19 puntos abajo y con el rival enchufando desde todos los lados del campo. Pero Plasencia no es cualquier equipo. El conjunto de Dani García supo sobrevivir primero y reaccionar después, a base de sus dos mejores armas: la defensa y el rebote.
LA FIGURA: Aunque Terrence Stewart fue, con 25 puntos y 3 triples, el máximo anotador del partido, el jugador más decisivo fue Nicolás Gianella. Ni Montaner, ni Zalvide, ni Boccia pudieron detener el ‘uno contra uno’ del base italo-argentino, amo y señor del duelo.