Tras unos cuantos años en el estado de la Gran Manzana, tuvimos que mudarnos al de Washington, ya que a mi padre lo fichó el Seattle Seahawks. El traslado me gustó: Seattle es una zona muy buena para crecer, hay grandes colegios y un buen ambiente.
Desde que tenía unos siete años quise practicar deporte. Al principio me gustaba el fútbol, pero no el americano como a mi padre, sino el europeo, que tiene menos contacto físico y, de esta manera, no ponía en peligro mis huesos. Y es que en esa época era un chaval extremadamente delgado. Sin embargo, mi padre temeroso de que me lesionaran prefirió esperar a que creciera un poco para apuntarme oficialmente. Total, que con 9 años jugué mi primer partido.
Recuerdo que aquel día fue uno de los mejores de mi vida, estaba muy, muy feliz. Dos años después de empezar a dar patadas a un balón, por fin conseguía jugar. Tras ganar un campeonato de fútbol con once años (por cierto, mi padre era el entrenador del equipo, aunque no por eso jugaba más minutos), el cambio de colegio hizo que también cambiara de deporte. El soccer no es tan común en Estados Unidos, así que tras jugar alguna que otra pachanga en los recreos, y dada mi altura, empecé a jugar al baloncesto.
Al mismo tiempo, en las clases era bastante bueno, y aunque durante un tiempo estuve más centrado en las matemáticas, que se me daban realmente muy bien, pronto me entró también la fiebre de deletrear. No sé si lo sabéis, pero en Estados Unidos es muy común que se celebren competiciones de deletreo entre los colegios de la zona, y yo, competitivo en todos los deportes, también lo era para esto. Estudié realmente muy duro para conseguir que mi colegio quedara campeón en uno de estos certámenes. ¡Y lo conseguimos!
Qué más os cuento En casa, tanto mi madre como mi padre se repartían las tareas perfectamente. He sido muy afortunado por crecer en un ambiente así. Mi padre me ha ayudado mucho a la hora de hacer de mí un buen hombre; es muy buena persona. Con él normalmente hablaba de deporte, de estrategia, de competitividad, de concentración Mi madre, sin embargo, ocupaba otra faceta igual de importante. Siempre ha sido muy comprensiva conmigo. Cuando yo estaba más vulnerable, ella siempre estaba ahí para echarme una mano, para animarme y hacer que me sintiera mejor, más seguro. Me reconfortaba.
Pero volviendo al baloncesto, he de confesar que al principio no tuve mucha suerte aunque, si se mira bien, eso me hizo mejorar. En mis comienzos me lesioné el brazo derecho. Me dolía mucho, así que decidí jugar con la izquierda incluso una vez después de haberme recuperado. El resultado es que mejoré y hoy puedo estar contento por saber utilizar mis dos manos.
A partir de aquí, la historia ya es más o menos conocida por todos. Llegué a la Universidad de Stanford, conocí a Susan durante nuestras lesiones y decidí probar suerte en la NBA de la mano del Utah Jazz un año antes de terminar la carrera de Historia de América. Ésta fue una decisión que me costó mucho trabajo tomar, y sé que tarde o temprano terminaré ese año de estudios. Del Utah a los Celtics, y de ahí a Granada. Ya pronto cumpliré un año en esta ciudad, donde he conseguido, junto a mi mujer, ser muy feliz.
Gracias a todos por ello.
*Transcripción y redacción: Eva Aida Castillo. Reportaje publicado en CeBeCESTO, revista oficial del CB Granada.