Al acabar el partido y dirección al autobús, Andy Panko saluda, en un buen español, a un conocido en la zona mixta de Vistalegre “¿Qué pasa tío?”. Fueron unos segundos, suficientes para ver que el trabajo bien hecho deja la conciencia tranquila. Cerca de cumplir los 32 años, el jugador nacido en Harrisburg, Pennsylvania, es todo un clásico ACB. A ella regreso en 2008, tras ser una de las claves del ascenso del GBC en tierras cacereñas. Panko, brillante en todo equipo en el que ha militado, volvió ayer a ofrecer un espectáculo soberbio, frente al Real Madrid, ni más ni menos. Sus 20 puntos hicieron daño al conjunto blanco, que se enfrentó a un final de partido agónico, quizá no esperado. Panko no lanzó de tres y aún así firmó un trabajo ofensivo exquisito. Por momentos desarticuló todas las líneas defensivas de un rival, que también vivió en apuros, al final, para detener la sangría triplista de Ignerski.
Nada descubrimos si señalamos que es uno de los puntales del Lagún Aro GBC. De siempre, ha sido punto de referencia en todos los conjuntos para los que ha jugado. Así, hace unos años, fue campeón de la CBA (2002) y posterior MVP (2003) de una Liga que por entonces, todavía con nivel, empezaba su cuesta abajo que le ha llevado al borde de la desaparición. Con un minuto disputado con laa camiseta de los Hawks como única hoja de servicios en la NBA, Panko encontró en nuestro baloncesto el lugar donde ser alguien en el panorama europeo. Después de aquel MVP de la CBA llegó, mediada la temporada, a Girona. Temporada y media en el club catalán le valió para hacerse un nombre, ganarse una reputación y firmar por el entonces San Fernando de Sevilla en 2004. Salvo una pequeña experiencia en Grecia, con el PAOK, no ha abandonado desde entonces nuestro suelo. No le ha ido mal. Él representa a esa clase de norteamericanos que se han ganado un hueco en la historia de la ACB. Hopkins, compañero suyo en el GCB, sabe de lo que va el asunto. Panko ya es de su club.