El último partido de la eliminatoria entre los Spurs y los Thunder ha sido uno de los más tristes de la historia de la NBA. Antes de todo, debo aclarar que no tengo ninguna animadversión hacia los Thunder y que su victoria es totalmente justa y muy meritoria, ya que han conseguido batir a un equipo que había ganado nada menos que 67 partidos en la temporada regular.

Sin embargo, a pesar de esa derrota, estos Spurs merecen todo el reconocimiento posible.

De un tiempo a esta parte, no paramos de ver críticas de grandes estrellas del pasado hacia la actual NBA. Hace unos días, oíamos a Tracy McGrady y Charles Barkley afirmar que esta liga carece de la calidad y la competitividad de épocas pretéritas. No vi jugar a Charles Barkley, pero mucho se ha hablado sobre él y su época. Vi y disfruté enormemente con el juego de McGrady, un grandísimo talento individual. En este artículo me gustaría remarcar esa palabra: individual; y compararla con su antónimo: colectivo.

Cuando empecé a ver la NBA, el estilo de juego predominante era muy diferente al actual. Lo preponderante era el juego en estático y la mayoría de las jugadas solían resolverse mediante un uno contra uno protagonizado por la estrella del equipo. Los marcadores eran bajos y la puntuación de los jugadores estaba muy poco repartida. Por ello, los grandes highlights de las figuras de aquella época estaban copados por acciones individuales. Nadie olvida el brillo de Kobe Bryant, Shaquille O’Neal o Allen Iverson, astros de la técnica y la anotación; pero recordamos pocas jugadas en equipo en las que estuvieran implicados.

A principios del siglo XXI, las excepciones a este tedioso estilo de juego fueron muy escasas, pero tremendamente refrescantes en aquella NBA tan individual. Los Sacramento Kings de Stojakovic, Webber y Bibby fueron una obra de arte colectiva, una oda al juego de pase, al pase y corte, al movimiento de todos sus jugadores y al aprovechamiento de espacios y del lado débil. Todos sus integrantes tenían una gran capacidad de pase y una visión de juego excelsa, especialmente sus pívots, el atípico Vlade Divac y el nombrado Webber. Además, los Phoenix Suns de Steve Nash se consagraron como la glorificación de la velocidad y el contraataque, el uso de los triples y la política de meter un punto más que el rival.

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Pero estos dos equipazos de principios de siglo tuvieron un marcado punto débil. No ganaron el anillo, y ni siquiera llegaron a las Finales. En la NBA, como en cualquier liga, los estilos triunfantes suelen marcar tendencia y, los que no lo son, se quedan en el olvido, o se cambian porque no se consideran válidos para llegar a lo más alto.

Sin embargo, ese estilo tan individualista fue cambiando. Los Celtics de Kevin Garnett y Paul Pierce ganaron el anillo en el año 2008 con un juego que no se basaba en el uno contra uno. En los años siguientes, los vencedores Lakers, Mavericks y Heat buscaban los desequilibrios que creaban sus estrellas, pero su juego ya no era tan monótono como  el que se practicaba en temporadas anteriores.

En la temporada 2013-2014, los San Antonio Spurs desplegaron un juego como no se había visto antes. A pesar de ser un equipo que se había mantenido en la cumbre durante más de tres lustros, su estilo ofensivo fue cambiando con el paso de los años. En aquella temporada, sus tres estrellas, Tony Parker, Manu Ginobili y Tim Duncan ya estaban en la treintena, y los dos últimos la habían superado hacía años. En sus cuatro anillos anteriores, el juego del equipo de Popovich había sido rocoso, basado en una granítica defensa, un alargamiento de las posesiones y las soluciones en ataque que les daba el talento individual de sus estrellas, en especial Duncan. Pero el tiempo pasa para todos, y el de las Islas Vírgenes ya no era capaz de ofrecer garantías en cada ataque de su equipo, con lo que Popovich fue cambiando su estrategia.

En aquella temporada, los Spurs ganaron 62 partidos y llegaron sin excesivos problemas a las Finales. Allí les esperaba un hueso duro de roer, los Miami Heat de LeBron James, que les habían derrotado en la temporada anterior. Un equipo físicamente muy superior a los Spurs y con una estrella del siglo XXI: no solo James anotaba mucho, sino que elevaba enormemente el nivel de sus compañeros. Ante este panorama, los Spurs siguieron con su plan: búsqueda del compañero abierto, continuos cortes a canasta, espaciado del campo, pase extra y minimización del bote. Un juego coral de una vistosidad extraordinaria, en la que no parecía haber rangos dentro del equipo y todos los jugadores tenían el permiso del entrenador para tirar siempre que tuvieran ocasión. Nunca habían brillado tanto los jugadores secundarios en el momento más importante de la temporada. El resultado fue claro: 4-1 para los Spurs y un unánime reconocimiento al juego desplegado.

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Como era de esperar, algunos equipos trataron de imitar este estilo, tan atrayente y visual para el espectador. Uno de ellos fueron los Golden State Warriors de Steve Kerr, contratado en el verano de 2014 como entrenador jefe del equipo californiano. Trató de conjugar las virtudes del juego de pase de Popovich con las características físicas de los talentosos jugadores de los que disponía. El resultado es historia.

Afortunadamente, el juego individualista, la ausencia del pase y la sobreutilización del bote van perdiendo peso en una NBA que solo puede dar las gracias a los héroes caídos, a algunos de los cuales puede que ya no veamos más sobre una pista de la NBA. La grandeza de Duncan, Ginobili, Parker y Popovich siempre quedará en la memoria de quienes pensamos que el baloncesto, en su esencia, es un deporte de equipo en el que es más inteligente y más romántico compartir el balón con tus cuatro compañeros.