La suerte es un factor determinante en el desarrollo de cualquier carrera profesional. Algunos jugadores no cuentan con ella en ningún momento, otros van con ella de la mano toda su vida, y a otros les abandona en mitad del camino.

Derrick Rose forma parte del último grupo. El jugador nacido en Chicago fue uno de esos chicos afortunados que llegaba a la NBA como una estrella, seleccionado en la primera posición del Draft, y llamado a liderar la liga en un futuro más cercano que lejano. Todo funcionaba a la perfección. 

El base de los Bulls no tardó mucho en destacar dentro de la liga. Fue MVP en la temporada 2010-2011, convirtiéndose así en el jugador más joven de la historia en conseguirlo. Pero ese no fue el único mérito, consiguió el premio en pleno reinado de LeBron James (propietario del MVP en 2009-2010-2012 y 2013). Para entonces, Rose ya formaba parte de la élite de la mejor liga del mundo. Su carrera prometía, y mucho. Pero no todo serían buenas noticias. 

En los playoffs de la temporada 2011-2012, la siguiente a la que fue nombrado MVP, sufrió una lesión en la rodilla izquierda que le dejaría fuera de combate lo que quedaba de campaña y la siguiente. En total, 82 partidos sin pisar una cancha de la NBA. Algo muy difícil de llevar para un joven cuya pasión es jugar al baloncesto.

Pero quizá el mayor problema no fue el daño físico, sino el psicológico. Una lesión tan grave en un momento tan importante no es nada fácil de asimilar para una cabeza acostumbrada al éxito. La presión mediática, en muchas ocasiones, hace que se tomen decisiones que en circustancias normales no se tomarían. Pero Rose no lo hizo, fue prudente, y esperó el tiempo necesario hasta que volvió a sentirse cómodo y con confianza en una cancha de baloncesto. Como él decía: "No volveré hasta que esté al 110%"

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Ese momento fue la pretemporada 2013-2014 de los Bulls

La espectación por ver jugar de nuevo al base de los Bulls era tremenda, y eso se transformaba en más presión sobre un jugador que había perdido la confianza por completo tras no haber jugado ni un minuto en la anterior campaña. Cada penetración, cada movimiento brusco provocaba el temor en la grada, seguido de un suspiro, al ver que Rose seguía jugando sin problema. Parecía que todos y cada uno de los espectadores tenían más miedo que el propio jugador. Y en cierto modo así era. 

Tras una larga recuperación, lo último que desea hacer un jugador es hablar sobre la lesión y recordar el proceso que tanta tristeza y desesperación ha provocado. Pero claro, siendo una estrella de la NBA, no queda otra opción que aceptar las preguntas y tratar de contestar de la mejor manera posible. Aunque el primer impulso sea abandonar el pabellón nada más terminar el encuentro para descansar y relajarse.

Cuando ni siquiera había dado tiempo a analizar el rendimiento del "nuevo Rose", la rodilla derecha (la que hasta ese momento se consideraba como "la buena") fue la encargada de truncar la temporada 2013-2014 de Derrick. Un desgarro en el menisco le dejaría fuera de las canchas toda la temporada tras haber disputado tan sólo 10 partidos. Otros 71 partidos sin pisar una cancha de baloncesto. Todos los temores se multiplicaban por diez y comenzaban a aparecer las dudas de si Rose conseguiría sobreponerse a ese duro golpe.

Se repetía otra vez la misma historia. Otra vez la rehabilitación, otra vez sin poder hacer lo que más le gusta, y otra vez teniendo que soportar la tremenda presión a la que que estaba sometido. La fuerza mental requerida para esta segunda lesión es inimaginable. En la primera, por lo menos, no sabía a lo que se enfrentaba. Es un proceso largo y duro, pero al final del túnel se ve la luz de la esperanza y con ella las ganas de volver a disfrutar jugando a su deporte favorito. En cambio, la segunda vez, la desesperación gana por goleada a la esperanza, sabiendo que tiene que repetir de nuevo el mismo proceso que ya se sabe de memoria cuando ni siquiera le había dado tiempo a sentirse cómodo en la pista.

Un claro en la tormenta

Cuando Derrick Rose volvió de esta segunda lesión, la presión mediática había disminuido bastante. Hay que tener en cuenta que la liga sobrevivió sin Rose durante 82 partidos, volvió para jugar 10, y se perdió otros 71. No dio tiempo a acostumbrarse de nuevo a una NBA con el uno de los Bulls de vuelta. Esto es algo que sin duda favoreció a Rose a la hora de tomar la decisión de disputar el Mundial de baloncesto en España, dónde iría acompañado de su entrenador de Chicago, Tom Thibodeau, asistente del Team USA.

Derrick promedió en el torneo 4.8 puntos, 3.1 asistencias y 1.9 rebotes en 17 minutos por partido. Números un tanto mediocres para lo que fue Rose en su día. Pero claro, no era el mismo jugador que recordábamos.

La parte buena es que no había noticias de las rodillas y todo parecía funcionar correctamente. Por delante tenía una temporada con altas expectativas tras la suma de Pau Gasol a las filas de un equipo que ya de por sí prometía dar guerra en la Conferencia Este. 

Los Chicago Bulls no empezaron la temporada todo lo bien que se esperaba, pero se mantenían en los primeros puestos luchando contra grandes equipos de la liga. Ellos y los Cleveland Cavaliers eran colocados como los conjuntos más peligrosos de la conferencia este. La pareja interior de la franquicia de Illinois (Gasol-Noah) funcionaba a la perfección y la línea exterior mejoraba con un tremendo Jimmy Butler acompañado de un Rose cada vez más cómodo

El protagonista de este artículo estaba promediando 18.4 puntos y 5 asistencias por partido cuando el pasado miércoles la franquicia anunció lo que ninguna cabeza podía llegar a imaginar: Derrick Rose sufre una lesión en el menisco de la rodilla derecha. La misma que la temporada pasada. Definitivamente, la suerte le había abandonado hace tiempo. "Sólo puedo decir que me parece injusto" declaraba el entrenador Thibodeau en el entrenamiento posterior a que se conociera la triste noticia. Y creo que todos compartimos opinión. 

Si con el segundo periodo de recuperación hablábamos de desesperación, la palabra que exprese lo que siente Derrick Rose en estos momentos no ha sido inventada todavía. Cuando parecía que todo había pasado, tras ser campeón del mundo en Madrid y tener un proyecto sólido en el que creer para conseguir un anillo de la NBA, la rodilla vuelve a aparecer para mandarle de nuevo al comienzo de todo. Allí donde nadie quiere estar, y menos él, que ya se lo conoce de memoria. 

Derrick Rose tiene dos opciones a partir de ahora. Una mala y otra peor. En ambos casos tiene que someterse a una operación después de la cual se conocerá el tiempo de recuperación. Si el base de los Bulls decide reparar el menisco, quedará fuera lo que resta de temporada. Si decide cortarlo, el tiempo de recuperación sería mucho menor (podría volver para Playoffs) pero puede traer problemas en el futuro. Es decir, puede acortar su carrera como jugador profesional. Digamos que la segunda solución es la mejor para el equipo y para el presente inmediato, pero la más imprudente de cara al futuro. Los datos están sobre la mesa, sólo queda decidir.

De lo que no hay duda, es que las lesiones están frustrando una de las carreras más prometedoras de los últimos años en la NBA. Hasta el 2012, cuando todavía las dos rodillas se podían considerar como "buenas", Rose consiguió el premio al Rookie del año, el MVP más joven de la historia, tres veces All-Star y considerado como uno de los mejores bases de la NBA.

La suerte hace tiempo que le abandonó y la vida en ocasiones no es justa, pero el que trabaja siempre tiene su recompensa. 

Rose volverá, y volverá a lo grande.