Dar el salto. Esa expresión, tantas veces repetida casi sin pensar, no alude únicamente a jugar al otro lado del Atlántico. No, no es tan simple. Prácticamente toda condición varía en una aventura en la que el protagonista ha de guardar todas sus medallas y demostrar, partiendo en muchos casos del cero absoluto, que es merecedor de disfrutar el sueño. Y no resulta sencillo.
La adaptación al entorno sirve de antesala al aclimatamiento al propio juego. Porque el baloncesto europeo, ése que conoces y en el que destacas hasta el punto de ser una estrella, difiere. No es que hablemos de otro deporte, pero sí de otras prioridades, otros hábitos, otro planteamiento. La NBA es, en cualquier ámbito tratado, otro mundo. Y para cualquier europeo joven, por mucho flash que le apunte al llegar, mucho más.
Jan Vesely es un jugador hipnótico. De esos que uno piensa, nada más verlos en acción, que parecieran haber llegado a la cancha procedentes del siglo XXII. Alto (2.11 metros) y de interminables extremidades, poseedor de una coordinación casi ilógica para su tamaño y sobresaliente en cualquier faceta atlética. Multiposicional, gustoso del juego en transición y por encima del aro. Un placer visual, en definitiva. A medida que uno se ahonda en sus características, la fascinación aumenta. El checo exhibe, con 22 años recién cumplidos, una lectura que impacta. Una ética, sobre todo defensiva, difícil de ver.
Las sirenas, ante tal despliegue de potencial, no pudieron mantenerse al margen. Llegaron con feroz determinación a casa de los Vesely en 2010, tras una campaña apoteósica con el Partizán. Mejor Europeo Joven del Año para FIBA, su equipo alcanzando la ‘Final Four’ de la Euroliga y el chico, de veinte años, recordando a aquel espigado ruso, todoterreno, que fascinaba al Viejo Continente a finales de siglo. Un huracán.
Aconsejado en gran medida por su padre, ex jugador y ahora dedicado, como técnico, al desarrollo de jóvenes, el chico decidió quedarse otro año más y seguir aprendiendo, concepto clave, a las órdenes de Dusko Vujosevic, una figura muy importante en su desarrollo, sobre todo a nivel de confianza. Pero ese mismo verano (2010), el técnico no pudo rechazar una escandalosa oferta del CSKA de Moscú, gigante europeo adicto a la gloria. Y la sociedad se rompió. Porque su sustituto, Vlada Jovanovic, compartía escuela pero no talento y carisma. No era lo mismo.
La hipertrófica ética de trabajo de Vesely no se redujo un ápice. Su evolución continuó, aunque un tanto ávida del suplemento emocional de Vujosevic, un ‘segundo padre’ para el checo. Al concluir el curso, con la maleta cargada de exuberancia y la cabeza de humildad, Vesely puso rumbo a la capital de Estados Unidos, Washington. Los Wizards confiaron en él y emplearon su sexto puesto en el Draft para reclutarle, uniendo otro joven talento más a la nómina.
LA SOLEDAD.
Pero el proceso de cambio no fue fácil. Vesely había llegado a los Wizards para jugar al baloncesto en la mejor liga del planeta, seguir desarrollando su talento al lado de los mejores y encontrar su sitio en la competición. Ninguno de los objetivos llegaba. Washington era mas bien un lugar corrupto y de gobierno ególatra, donde Vesely era, más que nunca, un novato. En todo el sentido despectivo del término.
Los Wizards de Andray Blatche, JaVale McGee, Nick Young o Jordan Crawford eran un grupo difícil de manejar. Lo de equipo ni siquiera se contemplaba. La anarquía y falta de implicación afectaba incluso a John Wall, ya sophomore, pero aún incapaz de asimilar la contaminación que le rodeaba. En cierto modo, Wall, uno de los mayores diamantes de su generación y con su desarrollo también frenado bruscamente, gritaba en silencio pidiendo un rescate. Algo compartía con el checo.
Ni toda su experiencia valió a Flip Saunders para manejar aquello. Washington paseaba la parte más oscura del talento, la falta de deseo de mostrarlo, por las canchas noche tras noche. El balance no mentía y las urgencias por rendir se acrecentaban, con lo que hacer sitio a Vesely sería cada vez más difícil. La falta de confianza del europeo se disparó. Un 8 de enero ante Minnesota, el checo se estrenó en la NBA lanzando un air-ball desde el tiro libre. Aquel día los Wizards se pondrían 0-8. Días más tarde, alcanzaron el 1-12. Desolador, humillante. Para Vesely, acostumbrado a otra cosa radicalmente distinta, a competir de verdad, todo parecía una película de terror.
Incapaz de revertir mínimamente la situación, diecinueve encuentros duró Saunders en la franquicia (2-17). En cierto modo, lo que quiso su anárquico grupo. Randy Wittman, interino, asumió el cargo y, aunque los resultados no verían gran evolución, algunas cosas sí cambiarían. Entre ellas, la influencia del novato checo.
RAYOS DE LUZ.
El trade deadline dejó un par de regalos en los Wizards, en forma de marcha de JaVale McGee y Nick Young, dos jugadores con tantas posibilidades como poca cabeza para exhibirlas, Ambos abandonaron la franquicia. Un respiro para el vestuario, para la forma de trabajar de Wittman. Con la temporada deportivamente perdida y una mejor maniobrabilidad, el nuevo técnico fue matizando detalles, hasta llegar también al fondo de la mente de su flamente número seis del Draft, aparentemente perdido.
¿Qué ocurría con Vesely? ¿Sentía la presión de jugar en la NBA? ¿No estaba realmente capacitado para hacerlo? No tardó demasiado el técnico en hallar el problema capital. La confianza. En cierto modo, Vesely no dejaba de ser un joven por formar, emocional y con unos hábitos que en nada coincidían con lo contemplado en Washington.
Nunca fue un jugador caracterizado por el egoísmo anotador, pero ese aspecto, que usado inteligentemente puede llegar a ser virtud, se convirtió en apenas unos meses en un terrible defecto, casi un trauma. Al igual que le sucedió durante una etapa (en Europa) al español Ricky Rubio, Vesely evitaba lanzar a canasta siempre que tenía oportunidad, incluso disponiendo de tiro abierto. Abolía todo tipo de exposición que no fuese la oscura labor defensiva y en el rebote. Una limitación drástica para un diamante capaz de mucho más. 
En un libreto como el de Washington, con tendencia al juego en transición y el predominio del poder físico, la exuberancia de Vesely debía encajar y hacerse valer. Poder desplegar sus facultades sin topes, elevando sus prestaciones sin temor, al servicio del colectivo y suyo propio. En definitiva, confiar en su naturaleza.
Wittman trató el tema con el jugador. No se trataba de abusar sino de permitir evolucionar su propio juego, eligiendo las mejores opciones, algo para lo que el checo estaba de sobra capacitado. Poco a poco, Vesely fue recuperando la autoestima en su juego, en su nivel, en su talento para jugar al baloncesto. El mes de abril, paraíso para aquellos que buscan indicios de gloria o minutos de confianza, ha resultado clave. No tanto por unos resultados que pudieran estar bajo sospecha (estrellas que descansan, franquicias que miran ya al Draft) como por unas sensaciones ilusionantes. El regreso de la convicción.
El novato ya lo parece menos y está, por fin, mostrando detalles de lo que puede llegar a ser. Jugando más, sin temor a lanzar cuando se precise, con mayor fe en sus cualidades, que son muchas. El checo encuentra su sitio cuando el curso agoniza. ¿Veremos al auténtico Vesely la próxima temporada? ¿creerá él en sus posibilidades? ¿y la franquicia? De momento, las semillas están plantadas. Ya decía el filósofo estadounidense Ralph Waldo Emerson, icono del trascendentalismo durante el s.XIX, que el primer e ineludible ingrediente para obtener el éxito era la confianza en uno mismo. Vesely, de nuevo, parece creer. En todo menos en sus límites, algo que nadie, aunque quisiera, podría averiguar.