Kobe Bryant se disponía a recibir el MVP de las finales de la NBA de manos de una leyenda como Bill Russell (se oyeron algunos pitidos), casualmente ex jugador de los Celtics, y cuyo nombre se dispuso para este trofeo, uno de las máximas consideraciones con las que un jugador puede contar a nivel individual. Todos los focos alumbraban al 24, y la afición coreaba su nombre. Kobe parecía inmiscuido en una burbuja, al igual que ocurriera el año pasado. Había sido nombrado de nuevo el mejor, del mejor encuentro, de la mejor eliminatoria, de la mejor liga del mundo, y junto a su mujer y sus hijas se sentía protagonista de esta película con desenlace feliz.

A su lado, se encontraba un ex laker memorable como Magic Johnson, con 3 MVP de las finales en su haber. Los americanos, devotos de encumbrar a leyendas, y a su vez, gustosos de que estén involucrados con los nuevos tiempos quisieron que un grande como él estuviera presente junto a los jugadores. El que fuera el jugador más espectacular de la historia de los angelinos alabó a Kobe Bryant, máximo exponente laker desde que el base se retirara, declarando que era el mejor jugador del mundo, algo que se antoja innegable. Sin embargo, siendo dos auténticos ídolos, su forma de entender el baloncesto siempre fue muy distinta.

Kobe es el prototipo de los tiempos baloncestísticos modernos. Quiere ser el héroe y quiere demostrarlo en cada jugada, siendo un exponente muy mejorado del yo primero. Ganar es su objetivo primordial, pero con él como protagonista. Se siente el mejor, lo que se traduce en un instinto individualista, que Magic no tenía. Quizás, este siempre intentaba pensar más en el equipo y en la forma de hacer mejores jugadores antes que en alcanzar la gloria por su propio pie. No obstante, cuando la situación le requería, no tituteaba en echarse el equipo a la espalda.

Así, varios metros más atrás del primer plano, donde los flashes se dirigían hacia Bryant, se encontraba un Pau Gasol exultante y con lágrimas en los ojos, tras obtener su segundo anillo. El catalán no parecía reclamar ningún protagonismo. Él es un líder silencioso, el capitán perfecto de cualquier escuadrón. Lo primero es el colectivo, y sabe que si ganan, ganan todos y si no, pierden todos, sin héroes ni culpables. La estadística individual no le quita el sueño, sólo quiere ser partícipe de este logro, al igual que ocurriera en el Mundial de Japón 2006, cuando se sintió el hombre más feliz del mundo a pesar de no poder disputar la final ante Grecia por lesión. Esa modélica manera de pensar le convierte en un heredero de los principios que hicieron grandes a los mejores, entre ellos Magic, y a su vez, demuestra con el ejemplo que en un deporte de conjunto, el individuo debe pensar y jugar en equipo. No obstante, esto no evita que los éxitos y los reconocimientos individuales lleguen por su propio pie, sin necesidad de ir a buscarlos.

No obstante, Pau Gasol sí que podía haber reclamado su protagonismo. Las finales del ala-pívot son para enmarcar y en el séptimo y definitivo encuentro, a pesar de no disputar su mejor partido en lo que acierto de cara al aro se refiere, fue la piedra angular de los locales. Comparemos su partido y la estadística de las finales entre los dos baluartes de los angelinos.

Bryant acabó con 23 puntos y 15 rebotes, números que impresionan de primeras. Sin embargo, una serie de 6 de 24 en tiros de campo, con 0 de 6 en triples es un aval demasiado ínfimo para un MVP, que se salvó de la quema por el acierto en los tiros libres, especialmente, eso sí, en los momentos críticos. Mejor que en el lanzamiento estuvo en los rebotes, sumando 15. Si bien es cierto que abusó del tiro, no se le puede reprochar nada en cuanto a su pelea, la garra con la que busca tanto los rebotes como por los balones que no tienen dueño. A esto sumó 4 pérdidas de balón y 2 asistencias.

Por su parte, Pau tampoco estuvo muy fino de cara al aro. Su 6 de 16 en lanzamientos de campo, y sus 7 de 13 en tiros libres denotaron un punto de nerviosismo por parte del catalán, que no suele ser costumbre. Sin embargo, en el resto de facetas se mostró omnipresente. 18 rebotes, 4 asistencias, 2 tapones y sólo una pérdida de balón le avalan como el jugador completo que es.

Sin embargo, el séptimo partido de una final, a pesar de ser el momento culmen de toda una temporada, donde se desmarcan los buenos jugadores de las estrellas, no vale únicamente para ser nombrado MVP, y en ese caso, Ron Artest debería haber sido condecorado como el mejor jugador de los de Phil Jackson. Por ello, es justo repasar las medias de ambos a lo largo de las finales.

En anotación, el escolta supera de largo al español, 28 tantos por partido por 18, lógica diferencia si tenemos en cuenta que lanza hasta 10 veces más por encuentro en los mismos minutos de juego, lo que desemboca en un 40% de efectividad de Bryant, sexto del equipo, por un 48% del ala-pívot. En rebotes, obviamente Pau es superior (12), a pesar del buenhacer en este apartado de Bryant (8), y también en tapones (2,5 por 0,7). Por otro lado, resulta curioso que un jugador alto como el español promedie las mismas asistencias que Bryant (4), el cuál monopoliza mucho más tiempo el balón y al que le hacen en numerosas ocasiones dobles defensas, lo que genera pases claros. A esto se suman las 4 pérdidas de Kobe por sólo 2 de Pau. Si sumamos toda esta ecuación nos encontramos con que en eficiencia, una especie de valoración que utiliza la NBA, Gasol está por delante de Bryant (26,1 por 24’6), demostrando que con los números en la mano ha sido superior. Por si esto fuera poco, en la final la diferencia en eficiencia fue aún mayor (26 a 15).

No obstante, en lo estadístico puede suscitar controversia el elegir a uno por encima del otro. Sin embargo, creo que Pau se impuso en las formas, especialmente en la final. Al rey lo que es del rey. Bryant comenzó fallón el choque y lo quiso remediar a la fuerza. Los lanzamientos no veían aro pero él seguía obcecado en anotar como fuese a pesar de que algunos compañeros, véase Artest, se mostraban más efectivos. El mejor jugador del mundo denotaba una ansiedad impropia de un jugador experimentado. Lanzar sin ángulo con dos jugadores encima cuando Artest se encontraba sólo en el triple no es buen ejemplo para los jóvenes, y a pesar de ser un jugador capaz de ganar encuentros por sí sólo, parecía que estaba quitando más a su equipo de lo que aportaba. Incluso Phil Jackson criticó su exceso de bote en la entrevista entre el tercer y último cuarto. Sus ansias de heroicidad evocaron una sensación, al contrario de lo que sucede en muchas ocasiones, de que si ganaban vencerían los Lakers, y si perdían, lo haría Kobe Bryant.

Por su parte, Gasol no se hizo notar en exceso pero siempre tomó decisiones acertadas. Intentó buscar al hombre mejor situado y trabajó incansablemente para ganarle la partida a Garnett, Wallace y Glen Davis. Además, al igual que Kobe, fue decisivo en el último cuarto en el que muchos jugadores son reacios a tomar decisiones, anotando nueve puntos. Al final, los números fueron justos con él. Sin embargo, en su línea comedida e inteligente, no quiso entrar en polémicas: “Me da igual quien sea MVP, lo importante es que gane el equipo. Kobe es nuestro mejor jugador y es lógico que sea MVP”, afirmó. Mientras, Bryant, quizás consciente de que era un premio algo inmerecido, recalcó que no tenía “palabras para Pau”. “Sin él, está claro que no hubiéramos sido campeones”, declaró.

No obstante, el mejor jugador de las finales fue a parar al jugador más mediático, al que los aficionados californianos reconocían con cánticos de “MVP”, al que pasara lo que pasara, el premio tenía nombre y apellido. Pareció un nombramiento más, pero con esta decisión puede que la NBA haya mostrado una imagen de cara al exterior de que el mejor es el que más puntos mete, independientemente del individualismo, o que el que juega en equipo siempre va a tener un papel secundario a la hora de adjudicarse los honores. Quizás para la mentalidad americana sea un premio más justo, pero más allá del charco, y ante la posibilidad de que un español batiera el único récord que le queda por superar, nos preguntamos, ¿por qué no el MVP para Gasol?, o simplemente ¿por qué no un MVP compartido, como ya ocurrió en otras ocasiones, que no hubiera desatado polémicas y con el que se hubiera hecho justicia?

De este modo, se encumbra a Bryant como el más grande, pero se reconoce a la vez que Pau fue el más consistente y regular de estas finales. El 16 llegó a los Lakers para ser un fiel escudero del que maneja los hilos, pero lo que es innegable es con el paso del tiempo, la diferencia entre el primer y segundo espada se ha reducido, lo que supone un enaltecimiento a la figura de un ya dos veces campeón de la NBA. Pau, te echaremos de menos en el Mundial.