En la era de los Durant, LeBron, Carmelo y compañía, la inmensa fortuna nos ha permitido no solo disfrutar de estos, sino de un buen puñado de grandísimos aleros en la NBA. Muchos, de forma efímera, pasean con el éxito de la mano, pero tan solo unos pocos consiguen retenerlo.
Este podría haber sido el caso de Danny Granger si las lesiones no se hubiesen cruzado en su camino. Letal de cara al aro, con una seguridad pasmosa desde más allá del perímetro, Granger vivió sus mejores días en Indiana, pero también los peores. Del cielo al infierno hay un paso dicen, y en su caso no pudo ser más certera esta expresión.
Granger llegó a la NBA en la temporada 2005-2006 vía Draft, elegido en el puesto 17 por los Indiana Pacers. Durante su primera campaña dejó pequeñas muestras de su potencial, entrando en la rotación, y aportando 7.5 puntos y 4.9 rebotes, que le valieron una plaza en el segundo quinteto ideal de rookies.
Al año siguiente, con más minutos, y la titularidad incluso en muchos momentos del curso, el alero nacido en Nueva Orleans experimentó su primer estirón, alcanzando los 13.9 puntos por partido. Pero el verdadero crecimiento se empezó a notar en la campaña 2007-2008, donde ya tras haber pasado el periodo de prueba, se comprobó que con Granger muchas canastas y pocas bromas. 19.6 puntos y 6.1 rebotes de media para ganarse una plaza indiscutible en los Pacers.
No contento con ello acabaría llegando a ser la estrella del equipo en la temporada 2008-2009. Más de 25 puntos por partido le valieron tal calificativo en Indiana. Un año memorable, en el que fue seleccionado para disputar el All Star, y que cerraría con el premio al jugador más mejorado de liga. Reconocimiento no solo a nivel estatal, sino nacional para un jugador que lo merecía.
A partir de aquí, fue poco a poco bajando su rendimiento, en niveles tan ínfimos que no era previsible un bajón real. Por desgracia las lesiones se cruzaron en su camino, en concreto, sus graves problemas en el tendón rotuliano, que le acabarían privando de su amado baloncesto.
Tras disputar y conquistar el Mundial de Baloncesto con la selección estadounidense en 2010 (sin contar con demasiados minutos), Granger llevó a sus Pacers por dos años consecutivos a los playoffs. Pero antes de iniciar el curso 12/13, su suerte cambió por completo. Su rodilla izquierda dijo basta, y tan solo pudo llegar a disputar cinco encuentros aquel año. Pero lo peor no fue la lesión en sí, sino que nunca acabaría recuperándose del todo. 29 partidos con Indiana y otros 12 con los Clippers en 2014, 30 con los Heats en 2015, y desde entonces a deambular de aquí para allá, buscando de nuevo un hueco en la NBA sin éxito.
Probó en Phoenix y Detroit, pero tras ser despedido de Motor Town, hace escasos meses, abandonó por el momento su carrera baloncestística, una carrera que parece cortada y sin opción de retorno. Sus años de gloria parecen haber quedado ya enterrados por el tiempo, y su recuerdo en Indiana, a pesar de que no hace tanto tiempo que se marchó, fue borrado en gran medida por la aparición de “Prince” George. Aun así, si miramos atrás y hablamos de él en las inmediaciones del Bankers Life Fieldhouse, más de un aficionado nos hablará maravillas del 33.
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