El diez de julio de este mismo año, Baskonia presentaba oficialmente a Wade Baldwin IV como jugador baskonista de cara a la presente temporada en un año que se presentaba especialmente ilusionante. Gran parte del mérito de esa oleada de ilusión que se abrió paso entre la parroquia vitoriana, fue capitalizada en gran parte por la incorporación del playmaker nacido en Nueva Jersey, que aterrizaba en Vitoria con el cartel de ser uno de los mejores jugadores del viejo continente.
Hoy, escasos 3 meses después de que Baskonia se hiciese con los servicios del segundo máximo anotador de la pasada Euroliga, las sensaciones respecto a Baldwin están en un punto diametralmente opuesto, y distan mucho de ser positivas o halagüeñas. Baldwin está perdido, desadaptado, por debajo del nivel que puede ofrecer, e incluso, desilusionado. Esa desilusión que parece desprender y destilar de sus actuaciones, e incluso de su gestualidad, se está contagiando al aficionado, Con resignación, y con esa pizca de decepción de ver que algo en lo que has confiado mucho, y que te ilusionó de gran manera parece no carburar.
Wade Baldwin deshojo la margarita entre las tantísimas opciones que tenía para abandonar Munich. Novias no le faltaban, tanto de los mayores transatlánticos europeos como incluso cantos de sirena desde el otro lado del charco, donde varias franquicias no dudaban en darle otra oportunidad a un jugador que se había “salido” en la Euroliga. Sin embargo, Wade decidió dar un paso natural, y priorizar su progreso antes que un gran contrato. El cuarto de los Baldwin quiso seguir siendo el líder, el director y el eje de un proyecto, y ahí, decidió coger el sendero de Josean Querejeta.
Salir de casa nunca es fácil, para nadie. Todos recordamos el calor del hogar, los pucheros de nuestros padres e incluso las peleas con nuestros hermanos, pero llega un momento en la vida en la que hay que dar un paso hacía adelante. Andrea Trinchieri lo fue todo para el base americano. Lo resucitó tras un año complejo en Olympiacos, donde aterrizó con el caché que te otorga una elección de primera ronda en un “Drafft”, pero donde no estuvo a la altura. El entrenador italiano, pese a su carácter peculiar, congenió a las mil maravillas con un Baldwin al que le dio las llaves del equipo, del club, e incluso de su casa si hubiese hecho falta. Y esa confianza fue correspondida. Bayern realizó un temporadón, quedandose incluso a las puertas de la Final Four de la Euroliga. En las calles de Munich sólo se escuchaba un nombre. Las tiendas solo vendían la camiseta con un nombre. Los niños pegaban en sus habitaciones los posters de un jugador. Se le ponía su nombre a las cervezas en la “Oktoberfest”. Los ojeadores apuntaban su nombre. Europa “flipaba” con él. Y ese hombre, en todos y en cada uno de los casos, era el mismo. Era Wade Baldwin IV.
Sus exuberantes estadísticas la pasada temporada parecen haberse perdido en el trayecto a Vitoria. 7.8 puntos de promedio en Euroliga hasta la fecha, con unos tristísimos porcentajes de tiro. 38% en tiros de campo, y apenas un 11% desde más allá del 6.75. Pero además de estadísticas, las sensaciones son todavía peores. Fallón, impreciso, nervioso, desesperado, enfadado… Muy lejos quedan hoy sus fabulosas estadísticas en tierras germanas. ¿Podría Waldwin cambiar su actitud? Por supuesto. ¿Debe dar más y mejor nivel? Obvio que sí. ¿La situación es reversible? Lo es todavía. ¿Es solamente culpa suya? Para nada. ¿Podría Dusko hacer más por sacar la mejor versión del jugador? Sin lugar a dudas.
La principal labor de un entrenador es maximizar sus recursos, y aprovechar y sacar lo mejor de su materia prima. Y eso, hasta la fecha, no lo está haciendo bien Dusko Ivanovic. Como es verídico y evidente, es el jugador quien salta a la cancha a jugar, pero el juego que muestre, en gran medida vendrá influenciado por los sistemas y la confianza que reciba del entrenador. Esto último, cada vez más importante en el baloncesto de élite. Baldwin necesita sentirse importante, sentirse referente y sentirse líder, y eso, Dusko no se lo ha otorgado en ningún momento. No es que lo haya perdido por sus malas actuaciones, no. Nunca el entrenador le ha otorgado esa confianza que sí gozó en Alemania.
Hay jugadores a los que una bronca o un rapapolvo en un tiempo muerto los espabila o los activa, jugadores a los que cambiarlos tras un error les sirve de aprendizaje, y los hay también, a los que una minutada en el banquillo les motiva para revertir su situación. Wade Baldwin, no es ninguno de esos. Es una estrella. Y sí, hay que entenderlo. Tener a un jugador como él en estas condiciones no es beneficioso, ni para el jugador, ni para el entrenador, ni sobre todo, para el club. Baldwin tiene puntos, tiene talento, tiene liderazgo y tiene un físico único y envidiable. Pero Dusko le niega protagonismo. Le “cohíbe” a jugar en estático, donde sus características son estériles. Los minutos finales, los vé desde el banquillo, cuando es un especialista del ‘clutch’. Públicamente, y delante de la prensa, afirma que no es un base, ya que es un jugador al que no le ve dirigiendo al equipo. Mensajes duros, acciones significativas, y para nada constructivos.
Todos conocemos a Dusko y su carácter, pero en una lucha de egos como ésta, ambos deben mirar por el bien común. La sinergía entre ambos hará mejor al técnico y hará mejor al jugador, pero sobre todo; será por el bien de Baskonia.