Muchas veces hay que tener algo que más que calidad y talento para triunfar en la NBA (y en cualquier deporte). En el baloncesto, las aptitudes innatas no son siempre las únicas para demostrar tu valía. El trabajo diario, desde pequeño y el esfuerzo en categorías inferiores dan sus frutos tarde o temprano. Incluso cuando tienes el sueño tocando la yema de los dedos debes volver hacia atrás, hacer un último esfuerzo y conseguir la meta deseada.

En América (dónde todo es a lo grande), los partidos universitarios son un pozo de jóvenes promesas que esperan ocupar portadas como campeones de la NBA. Sin embargo, la mejor liga del mundo tiene una especie de campus, de liga y de equipos para que los jugadores que ya tienen el nivel pero necesitan madurar en ciertos aspectos y pulir ciertas facetas puedan hacerlo. La Liga de Desarrollo (la D-League) es el escaparate perfecto para que los jugadores hagan sus últimas pruebas y cumplan su sueño.

Pero siempre se ha tenido la opinión que esa D-League busca simplemente forjar jugadores, mejorar y ser una especie de "entrenamiento". Mucho más lejos de la realidad. En la D-League, que se juegan partidos cada tres días, prima más la victoria que el lema "lo importante es competir y mejorar".

Cuando un jugador no consigue disputar minutos y mantener la confianza, regularidad y mejorar como profesional, la Liga de Desarrollo permite que estos jugadores se desfoguen, consigan una mejora y se curtan con jugadores de gran nivel. No es un paso atrás, ni una segunda división de la NBA, simplemente un impulso hacia la élite.

Víctor Claver ha tenido que pasar esta temporada por allí para lograr la regularidad y coger confianza con su entrenador. Sus números le dieron una oportunidad que no ha desaprovechado y que quiere seguir manteniendo. Claver es el caso de uno de los nuestros, pero también hay muchos conocidos. Jeremy Lin, Matt Barnes, Jordan Farmar (campeón de la NBA) o JJ Barea han pasado por allí antes de triunfar y destacar entre los mejores. Incluso estrellas como Wall o Stoudemire, antes de sus regresos tras la lesión, han competido allí.

Una de las historias más conocidas es la de Sundiata Gaines, que en 2010 estaba en la D-League, firmó por Utah por 10 días y clavó un triple en la bocina frente a los Cavaliers de Lebron para ser el héroe de los Jazz. Fue el pasaporte claro al éxito. Jeremy Lin también hizo un paso fugaz por la D-League, promediando casi 30 puntos y 10 asistencias por encuentro y luego aterrizar en Nueva York para hacer lo que todos recordamos.

Jugadores que han trabajado, han sudado y ahora se han forjado como jugadores con reputación y con mucha importancia dentro de sus equipos. Lin es el director de orquesta de unos Rockets con futuro, Matt Barnes está a un gran nivel en los Clippers y Barea ya triunfó en Dallas y ahora rinde a un buen nivel en Minnesota.

Hasta le propusieron a Iverson ir allí para luego regresar a la NBA. La D-League, el campo dónde trabajan para forjarse.