La historia que ocupa estas líneas no es otra que la de un chico que se crio en un barrio problemático, uno de tantos lugares, duros e implacables, que asolan todo Estados Unidos. Para ser exactos, lo hizo en la ciudad de Inglewood (California), considerada históricamente como un suburbio de la clase obrera negra. La lógica geográfica no falló y el niño creció siendo fan incondicional de los Lakers y admirador acérrimo de Magic Johnson, pero nada está escrito en esta vida y su propio camino le llevó a ser la última figura en el panteón de los dioses verdes. Su nombre es Paul Pierce y este es el relato de su andanza en las canchas.
El joven Paul nunca fue un prodigio físico pero eso le llevó a perfeccionar una técnica y fortalecer una mentalidad que a la postre le elevarían a la más alta de las glorias. Pierce tenía dos hermanos mayores, los cuales se lo llevaban a los playgrounds del barrio para hacer que el pequeño se hiciera mayor, poniéndole a prueba constantemente. Paul daba la talla, siempre la daría, ya fuese en la cancha más mísera del estado o en las mismas finales de la NBA.
Una anécdota poco explotada pero no por ello menos jugosa es la de sus piques con Magic Johnson en las pistas de la universidad de UCLA, el base angelino le increpaba constantemente diciéndole que él aún no era nadie. Nada motivó más a Paul que enfrentarse a su ídolo, aunque fuese a modo de pachanga.

El nacimiento de una gran amistad
Ese mismo verano fue su elección de draft por los Boston Celtics -su primer pensamiento fue No, los Celtics no– algo que también le motivaría en extremo, ya que cayó hasta la décima posición – la mayoría de los mocks lo situaban como Top 3-. La misma noche del draft de 1998 nacería una amistad entre el protagonista de esta historia y el empleado de los verdes enviado por la franquicia para representarlos en el evento: John Connor.
El hombre, conocido como Johnny Joe en el ambiente de la franquicia, tuvo un vínculo especial con Pierce desde el principio y supo ver la joya que los verdes tenían entre manos, no tan solo como jugador, sino también como persona. En sus propias palabras: “Desde el inicio, supe que tenía un gran sentido del humor. Estábamos los dos riéndonos y pensé: Tenemos a un gran chico aquí. A partir de ahí, simplemente fui viéndole crecer.
Para la estrella bostoniana, el despacho de Joe era una especie de templo. Desde el primer día hasta el último, Pierce iba a reunirse con su amigo en las horas previas a los partidos, ahí conversaban, bromeaban e incluso se metían el uno con el otro. Connor ayudaba mucho mentalmente al alero de Boston. En ocasiones, cuando las cosas no iban bien o la situación para Pierce era especialmente ardua, incluso Johnny abandonaba su propio despacho para que la estrella se calmase en su lugar favorito.
El propio alero diría que “Era una forma de escapar antes del partido”, “Para mantener mi mente en el camino correcto”. Pierce siempre fue muy querido en la organización, sobre todo por Joe, la amistad que forjaron dura hasta hoy en día. En el último partido que Pierce jugó en el TD Garden, con la camiseta de los Clippers, el veterano volvió a la oficina de su amigo antes del partido, justo como hizo durante sus 15 temporadas en Boston, y es que hay cosas que nunca cambian.
Entre la vida y la muerte
Ni siquiera en la NBA Paul podría llevar una vida de rosas. Una fatídica noche de setiembre del año 2000 pudo cambiarlo todo. Pierce fue apuñalado 11 veces con un arma blanca a la salida de un club nocturno. Tony Battie, su compañero en Boston, fue el encargado de llevarle al hospital para que le salvasen la vida. Efectivamente, el luchador salió adelante, como siempre había hecho, aunque esta vez la línea que separa la vida de la muerte había sido demasiado corta. Parte de la prensa era escéptica respecto a su regreso, haciendo referencia a que una experiencia tan traumática podría mermar su juego irreparablemente, pero Pierce volvió más fuerte que nunca y no se perdió ni un solo partido de la temporada.
La “jodida” verdad
Seis meses después del triste episodio que casi acaba con la vida de nuestro protagonista, el alero de Boston iba a ser bendecido con un nuevo apodo: “The Truth”. El encargado de bautizarlo sería uno de los más grandes de siempre, Shaquille O’Neal. El zagal verde les endosó 42 puntos a los Lakers en el Staples y pese a la derrota de su equipo, causó una gran impresión en los rivales. Las declaraciones post-partido de Shaq, que ya forman parte de la historia, fueron las siguientes: ‘Take this down. My name is Shaquille O’Neal, and Paul Pierce is the motherfucking truth. Quote me on that, and don’t take nothing out. I knew he could play, but I didn’t know he could play like this. Paul Pierce is the truth.’ (Apunta esto. Mi nombre es Shaquille O’neal y Paul Pierce es la jodida verdad. Pon que he dicho eso y no borres nada. Sabía que podía jugar pero no a tal nivel. Paul Pierce es la verdad).
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Un mar de dudas
Pero no todo fueron noches mágicas. Después de un cúmulo de temporadas sin conseguir nada, la franquicia de Boston intentó mover a su estrella, como resultado, Paul Pierce vetó un traspaso a Portland a cambio de una elección de draft (Ainge quería elegir a Chris Paul). El compromiso del alero estaba fuera de toda duda, pero él siempre fue un ganador y llegó un momento en que ya estaba harto de acumular derrotas.
El mismo Pierce reconoce que tuvo sus dudas sobre seguir en Boston, sobre todo en la última temporada antes del Big Three, en esa campaña encadenaron 18 derrotas seguidas (aunque él no jugó 16 de esos partidos por lesión) y Paul se preguntaba si ese equipo tenía futuro, además de no tener muy claro si Ainge sabía lo que hacía.
La creación de un equipo legendario
El verano de 2007 cambió la historia de la franquicia, la devolvió al sitio que nunca debió dejar. Danny Ainge quería a Durant (eterno deseado en Boston) u Oden pero como no pudo hacerse con ninguno debido a la mala suerte en la lotería, montó el Big Three. Y bendita sea esa “mala suerte”.
El GM de los Celtics siempre fue un tipo con mucho arrojo, sin miedo a jugársela, y esa personalidad fue la que le llevó a darlo todo por Garnett y Allen para acompañar a Pierce y conseguir el preciado anillo. De la misma manera que también le sirvió para traspasar a Pierce y Garnett por los famosos picks de Nets. Decisiones a lo grande y a la vez acertadas. Haciendo un breve inciso en la figura en cuestión: cuenta la leyenda que el bueno de Ainge, en la cena de Navidad de los Celtics de 1988, le dijo al mismo Red Auerbach que debía traspasar a Bird y McHale debido a los tremendos problemas físicos que acumulaban. A los más puristas quizás les duela, pero probablemente llevaba razón.
No cabe duda de que el más feliz con la llegada de Allen y Garnett, fue el mismo Paul Pierce, el cual se encontraba emocionado, con un sentimiento de ilusión propio de la más pura infancia, y es que había luchado mucho. Al fin, los tres, tendrían una verdadera oportunidad.

El equipo de Boston era uno solo, no existía el individuo sino el conjunto. Doc Rivers se inspiró en los escritos de Desmond Tutú, un religioso sudafricano que defendía el concepto “Ubuntu”, el cual hace referencia al trabajo en equipo por encima de cualquier éxito individual, no hay victorias individuales, hay victorias colectivas. Mediante esa identidad, y al grito de “Ubuntu”, los Celtics ganaron el anillo de 2008 con Pierce de MVP. Por todos es conocida su actuación en el primer partido de esas finales. El alero tuvo que salir en medio del partido en silla de ruedas para volver a los pocos minutos metiendo dos triples seguidos. La motivación extra que supuso esta hazaña tanto para sus jugadores como para la afición céltica se escapa del poder de las palabras.
El Big Three de Boston podría haber ganado más anillos, de hecho estuvieron a punto de hacerlo, pero los años no perdonaron sus cuerpos. En 2009 una lesión de Garnett les borró del mapa, en 2010 llegaron a la finales de la NBA y tras ir ganando 3-2, acabaron perdiendo en un séptimo partido que rompió el corazón de cualquier aficionado verde. En 2011 fueron eliminados sin piedad por los Heat de Lebron (4-1). En 2012 volvieron a toparse con Lebron pero esta vez les llevaron a 7 partidos, fueron el único equipo que realmente se lo puso difícil al rey. En 2013 cayeron contra los Knicks en primera ronda. El Big Three estaba acabado, pero al aficionado de la NBA nunca se le olvidará ese equipo legendario, liderado por Paul Pierce, el eterno capitán.
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Uno de los mejores aleros de siempre
Para el recuerdo quedarán sus duelos con Lebron en Playoffs, sus noches de flujo en las que era capaz de remontar cualquier ventaja del rival, como en ese maravilloso partido vs Nets en las eliminatorias de 2002. Incluso en Wizards o Nets, ya dejando de lado su papel de All-Star, Pierce fue capaz de deleitarnos con su habilidad en el clutch para eliminar a los Raptors de Lowry y De Rozan.
Cualquier homenaje que se escriba sobre Paul Pierce se quedará corto. El alero entregó alma y cuerpo a la ciudad de Boston y a la franquicia céltica. Todos los aficionados de la NBA recordarán con cariño sus exhibiciones. Puro talento mezclado con unos fundamentos de la más pura élite y un corazón que nunca dejará de bombear sangre verde. Adiós Paul, “la verdad” es que te echaremos de menos.
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