La pared lateral del gimnasio del instituto público Farragut Career Academy (Chicago) está presidida por un enorme mural en el que, con gran grafía, se lee lo siguiente: Ronnie Fields Air Show; total points, 2.600; average per game, 31,9; three pointers, 42; steals, 412; dunks, 372; blocks, 311. En el medio, un dibujo de un chaval que, con el número 23 en la camiseta, arrolla a un rival en su imperial vuelo hacia la canasta. A la derecha del mural, otro dibujo, mucho más pequeño, recuerda, casi como una anécdota, que Kevin Garnett jugó en este centro su último año de instituto antes de saltar a la NBA en 1995. Sirva el ejemplo para ilustrar el calado de la figura de Fields a mediados de la década de los 90 como promesa del baloncesto estadounidense y figura icónica de los playgrounds de Chicago. Ronnie, un escolta de 1,91 metros de altura, abrió el año 1996 discutiendo a Kobe Bryant la distinción de mejor jugador de instituto de su generación, pero en la noche del 26 de febrero su vida, y su carrera, sufrieron un varapalo terrible en forma de accidente de tráfico. En aquella madrugada, su futuro, en el que las siglas NBA parecían grabadas a fuego, se desplomó por un barranco que desemboca en nuestro Salón del Drama.

Ronnie Fields (28-II-1977,Chicago) nunca lo tuvo fácil en la vida. Con una madre que le trajo al mundo con 15 años y un padre que nunca formó parte de su vida, fue su abuela la que luchó a brazo partido para sacarle adelante en las peligrosas calles de Cullerton, uno de los suburbios deprimidos y conflictivos de Chicago. Fields coqueteó desde su más tierna infancia con las malas compañías, aunque, siempre sobre el alambre, encontró en el deporte una herramienta que le permitió no acabar de despeñarse. Probó primero fortuna en el baseball, pero rápidamente descubrió que lo suyo era el baloncesto. ¿La razón? Un colosal tren inferior, una hiperbólica capacidad de salto vertical (algunos llegaron a cifrarla en 127 centímetros en sus mejores tiempos) que le permitía colgarse del aro con insultante facilidad incluso antes de aterrizar en el instituto y superar de manera insultante a base de físico a todos los chavales de su edad. Eran los primeros meses de la década de los 90, Chicago aún lloraba la muerte seis años atrás de Benji Wilson, un extraordinario proyecto de jugador fallecido en un tiroteo a los 17 años, y la fama de Fields no tardó en expandirse como la pólvora. Calle a calle, playground a playground, Ronnie era casi una leyenda sin haber cumplido los 14 años. Hubo quien, incluso, llegó a publicar que estaba físicamente preparado para ser profesional sin pasar por la universidad ni por el instituto.

Ronnie Fields disputó a Kobe el título de mejor jugador de Instituto de 1996

Evidentemente, esto no ocurrió y Fields se enroló en 1992 en Farragut, un centro en el que la tensión entre alumnos negros e hispanos era constante y donde su fama no hizo más que crecer. En su primera temporada se ganó ya el apelativo de King of Hoops y fue considerado por diversas publicaciones especializadas mejor jugador freshman del país, mientras que en la segunda fue el primer sophomore de la historia en ser elegido para disputar el encuentro Best of the Best organizado en el campus All American de Nike, donde compartió presencia en cancha con Allen Iverson y Kevin Garnett, entre otros. Todo eran loas hacia su juego, espactacular y eléctrico. Su capacidad de vuelo llegó a ser comparada con la del mito de los mitos, un Michael Jordan que llegó a reconocer que aquel chaval que jugaba con su mismo número 23 poseía “un talento monstruoso”. De momento, Ronnie había conseguido apartar las tentaciones callejeras, aunque William Nelson, su técnico en Farragut, la persona que para asegurarse que el día siguiente acudiera a sus clases y a sus entrenamientos le obligaba a dormir muchos días en su apartamento en lugar de regresar a su barrio, reconoció años después que “el chico siempre tuvo que sortear muchos problemas incluso en su propia casa”. De su segundo curso en high school hay quien recuerda todavía un partido en el que logró nueve mates, algo extraordinario para alguien que por aquel entonces ni siquiera alcanzaba el 1,85 de estatura, pero el boom definitivo estaba aún por llegar.

LOS BEATLES DE CHICAGO

Verano de 1994. South Carolina. Kevin Garnett, un extraordinario proyecto de pívot del Mauldin High School, se ve envuelto en una multitudinaria pelea entre alumnos negros y blancos. Pese a que no intervino directamente en ella, fue uno de los detenidos por encontrarse en el lugar de los hechos y solo un acuerdo anterior al juicio le permitió no ser juzgado por linchamiento y ver interrumpida así su carrera deportiva. Garnett, temeroso de posibles represalias al tener todo el asunto claros matices raciales, decidió cambiar de aires y jugar su último año de instituto en Farragut. Ahí le esperaba Fields, con el que formó un dúo extraordinario. “Eran como Los Beatles en Chicago”, señalaba hace años el analista de baloncesto Dave Kaplan al recordar aquella temporada 1994/95 en la que los partidos de Farragut creaban una expectación inimaginable hasta el momento por el espectáculo que ofrecía una pareja que consiguió clasificar al centro hasta los cuartos de final del Campeonato Estatal. Rápidos contraataques, conexiones centelleantes, mates estratosféricos…, aquella temporada Ronnie fue elegido de nuevo All American mientras que Kevin, mejor jugador de instituto del país, se saltó la universidad para ser elegido, con el número cinco, en el draft de la NBA por los Minnesota Timberwolves.

La prometedora carrera de Fields se vino abajo por culpa de un terrible accidente de tráfico

Todo apuntaba a que, un año después, Fields seguiría sus pasos y ambos amigos se reencontrarían en la NBA. Fields, sin tener que compartir el balón con Garnett, disparó sus promedios (32,4 puntos, 12,2 rebotes, 5,1 asistencias, 4,5 tapones, 4 asistencias y casi cinco mates por partido), lideró a su equipo a un balance de 11-1 en la Chicago Public League y fue seleccionado para el primer equipo All American del país junto a Mike Bibby, Jermaine O'Neal, Tim Thomas y Kobe Bryant, con el que se disputaba la distinción de mejor jugador escolar de Estados Unidos. Poco parecía importar su corta estatura (1,91) para el puesto de escolta, su incapacidad para actuar de base a nivel profesional o su errático tiro exterior. “¿Para qué necesita tirar si puede volar por encima de sus rivales hasta llegar a la canasta?”, escribía, enfervorizada, la prensa de Chicago.

Pero todo cambió en la noche del 26 de febrero de 1996, dos días antes de cumplir 19 años y a falta de una semana para que dieran comienzo las eliminatorias estatales. A altas horas de la madrugada, Fields sufrió un espeluznante accidente al volante de un vehículo alquilado para él por uno de los entrenadores asistentes de Farragut, que por esta circunstancia fue expulsado de por vida de la Chicago Public League. Trasladado de inmediato al hospital, su vida llegó a correr serio peligro y tuvieron que pasar horas hasta que se constató que podría volver a caminar. Con el cuello roto, Ronnie fue operado de urgencia y tuvo que llevar durante meses un aparatoso armazón para que el cuello se estabilizara de manera correcta. Curiosamente, su amigo Garnett se enteró de la noticia el día siguiente, al aterrizar en Chicago para enfrentarse a los Bulls.

Evidentemente, Fields se perdió la parte crucial de la temporada, además de los encuentros y campus para los mejores jugadores de instituto del país y, por consiguiente, dio marcha atrás en su intención de presentarse al draft saltándose la universidad y optó por activar el Plan B, enrolarse en DePaul, pero su pesadilla deportiva acababa de empezar. En verano, el centro universitario hizo público que Ronnie había fallado hasta cuatro veces en su intento de conseguir las calificaciones mínimas en el SAT, por lo que no era apto para la NCAA y, para rematar la situación, en septiembre se declaró culpable de asalto sexual y fue sentenciado a dos años de libertad condicional y 15 días de trabajos sociales por unos hechos acontecidos en julio, cuando él y dos amigos se turnaron para mantener relaciones sexuales en una habitación a oscuras con una chica de 20 años.

El relato de los hechos, propio del guión de una mala película de Serie B, aparece recogido en el libro Underbelly Hoops, escrito por el exjugador Carson Cunningham, quien compartió vestuario con Fields en los Rockford Lightning de la CBA. Según esta obra, que cita fuentes policiales, los tres hombres y la mujer pasaban la noche en un apartamento del mismo asistente de Farragut que había alquilado el coche en el que el jugador había tenido el accidente meses atrás. En un momento dado, la chica accedió a tener sexo con uno de los hombres en una habitación oscura en la que, agárrense, el jugador y el otro presente se habían escondido previamente en un armario. Minutos después, Ronnie salió e intercambió posiciones con su amigo sin que la chica se diese cuenta. Cuando el tercer hombre intentó coger el relevo de Ronnie, la mujer vio lo que estaba ocurriendo, comenzó a gritar y abandonó el inmueble a la carrera.

RONNIE ROCKFORD

Sin sitio en la NBA, inelegible para el baloncesto universitario y con un currículum extradeportivo manchado, a Fields no le quedó más remedio que enrolarse en la CBA cuando 10 meses antes su futuro parecía absolutamente esplendoroso. Su primer partido con Rockford fue cubierto por la ESPN, pero su temporada fue mediocre, comenzando así una espiral de descenso a los infiernos deportivos. Con un sueldo de 900 dólares semanales cuando él esperaba amasar ya millones en su cuenta corriente, Fields no fue elegido en el siguiente draft de la NBA y lo que en un principio parecía un breve paréntesis en su carrera, un paso atrás para coger impulso y entrar a formar parte de la élite, se convirtió en un peregrinar que le llevó a jugar en Filipinas, Venezuela, Puerto Rico, República Dominicana, Líbano, la ABA, además de efímeros pasos por Turquía y Grecia. Pero fue la CBA la competición que más tiempo vio en acción a Fields, sobre todo con la camiseta de los Lightning, lo que le llevó a recibir el apelativo de Ronnie Rockford. Allí, a escasas 90 millas de su casa, la que fuera antigua estrella de instituto se volvía a sentir el jefe del equipo como en sus gloriosos tiempos en Farragut, hacía y deshacía a su antojo, y cumplió varios periplos a la espera de una llamada de la NBA que nunca se produjo.

Pese a todos sus problemas, en 1997, su primer curso en la CBA, Ronnie estaba convencido de que la NBA estaba a la vuelta de la esquina. “Por supuesto que llegaré. Sé que voy a necesitar algo de tiempo, pero llegaré. Ahora estoy centrado en trabajar en aspectos que los entrenadores de la Liga valoran mucho, como el manejo del balón o la defensa”, aseguraba, esperanzado, al diario Los Angeles Times. Pero ocurre que, una vez que los focos se olvidan de alguien, se hace complicado volver al candelero. Hubo algún canto de sirena de los New Jersey Nets, alguna oferta para tomar parte en las Summer Leagues, pero nada tangible, por lo que el jugador que estaba llamado a ser una estrella de la NBA tuvo que conformarse con una correcta carrera en la CBA, donde es el único jugador que ha sido capaz de liderar la Liga dos años seguidos en anotación y robos de balón. Su calidad individual y su exuberancia física siguieron con él hasta bien pasada la treintena, pero su irregularidad y sus problemas fuera de la cancha asustaron a más de un técnico de la NBA.

Casado y padre de una niña, Ronnie, a punto de cumplir 36 años, colgó las botas el año pasado. Mucho más maduro, asegura que no le da grandes vueltas al hecho de no haber alcanzado su sueño dorado y que aquel fatídico año 1996 acabó marcando a fuego su futuro. “Si pudiera cambiar algo en el plano deportivo, habría ido a un Junior College en lugar de a la CBA para así conseguir las notas necesarias para entrar en la Universidad. De todas formas, vale de muy poco pensar en el pasado. El accidente de coche que sufrí pudo haberme matado o dejarme paralítico y, gracias a Dios, sigo vivo. También conozco jugadores que han alcanzado la NBA, han ganado muchísimo dinero, pero ahora están absolutamente arruinados. Yo no llegué, pero tengo una casa, una familia y una vida”, dijo recientemente en una entrevista radiofónica.

Inseparable ompañero suyo en Farragut, Kevin Garnett sigue guardando un especial cariño por Ronnie

En esa nueva vida de la que habla, la pedagogía tiene muchísima presencia. Además de dar charlas tutoriales a niños pequeños en Chicago, donde muchos aún le consideran una celebridad y un héroe, con el objetivo de alejarles de las malas compañías y de los errores que él mismo cometió, Fields lleva desde agosto organizando sesiones de entrenamientos con los chavales de Farragut Career Academy, cuyos responsables deportivos están encantados de su regreso. Se trata de sesiones semanales de dos horas para jóvenes de entre 8 y 18 años en las que Ronnie les instruye sobre diversos aspectos del juego. Encantado de poder trabajar con los más pequeños, su intención es organizar un campus el próximo verano y, ambicioso, trabaja para poner en marcha el próximo curso un campeonato para los chavales de las zonas más deprimidas de Chicago. Reconoce que no vería con malos ojos un futuro en los banquillos, pero prefiere tomárselo con calma.

Pese a que su carrera, recogida en el documental Bounce Back; The Ronnie Fields Story que incluye testimonios de Kevin Garnett o Vince Carter, entre otros, poco ha tenido que ver con lo que prometía hace casi dos décadas, los círculos vitales acostumbran a cerrarse. Así, el pasado 19 de diciembre, mientras completaba un entrenamiento matutino previo a un partido contra los Chicago Bulls, Kevin Garnett, enfundado en el uniforme de los Boston Celtics, no disimuló un grito de alegría cuando descubrió que una de las personas que asistía de pie a la sesión de trabajo era su buen amigo Ronnie. Hacía diez años, desde una visita de Fields a Minnesota, que no se veían en persona, ya fuera por sus obligaciones profesionales o por sus diferentes realidades personales. Se abrazaron, charlaron largo y tendido sobre el pasado y se prometieron uno al otro mantener el contacto más a menudo. El propio Garnett reconoce en el mencionado documental que, desde 1996 e incluso a día de hoy, prácticamente no ha pasado una semana sin que algún jugador de la NBA le haya preguntado: ¿Qué paso con Ronnie Fields? El mismo Ronnie Fields que llama ahora la atención de sus alumnos más pequeños emulando sus mates de antaño. Cuando esos niños llegan a sus casas, cuentan, sobreexcitados, a sus padres que su instructor de baloncesto compartió en su día equipo con la gran estrella de la NBA Kevin Garnett. Aunque siempre hay alguno que corrige a su hijo y le replica: “No, fue Garnett el que compartió equipo con el gran Ronnie Fields”.