Con cierta amargura y desazón. Así llegará España a Londres. Parece inevitable si la prueba más reciente, que resulta además la más anhelada, supone una bofetada de realidad. De una realidad tremendamente física, rebosante de talento, con una interminable rotación y una innata capacidad para aniquilar sueños. Y como la palabra sueño es la que alimentará a España en los JJOO, no es fácil asimilar.

España perdió ante Estados Unidos en Barcelona, sí. Perdió bien. Sin peros ni matices. Pero tampoco conviene olvidar que ningún amistoso, por prestigioso que sea, se ha creado para endiosar o hundir la moral. No están para eso, nunca lo estuvieron. Ni la victoria en Francia ni la derrota del Sant Jordi. La cautela y la perspectiva son necesarias, aunque entiendo que parecen difíciles de visitar en estos tiempos.

La preparación de la selección española no ha distado mucho de lo que viene resultando los últimos años. Muchos partidos en casa, arbitrajes caseros y problemas físicos. La receta de siempre, realmente. Esta vez la desgracia apuntó a Marc Gasol. Molestias en el hombro le han obligado a guardar reposo y perderse prácticamente toda la gira. Casi dos semanas sin competir para un jugador que ha de ser capital en las opciones olímpicas del grupo.

De la compenetración con su hermano en la pintura partirán grandes bazas españolas, pues a nadie se le escapa que el juego interior que tiene a su disposición Sergio Scariolo emite un permanente aroma a superioridad. En cuanto a tamaño, opciones para anotar, generar y colapsar. No haber podido perfeccionar los espacios que ocupan en cancha es un problema. Cierto es que reducido por la inteligencia de ambos, que acelerará la adaptación, pero igualmente un problema.

Haciendo contrapeso, ver a Pau Gasol descansado y hambriento ante el último gran reto de su descollante carrera tranquilizaría a un neurótico. Si el interior FIBA más dominante de la última década cree, parece inevitable hacerlo a su lado. Su guardaespaldas sólo tiene 22 años pero, a quién pretendemos engañar, ya es un factor condicionante, su progresión asusta tanto como su presencia defensiva.

El gesto se tuerce algo más cuando se fija la mirada en el perímetro. En España, éste tiene sobre todo tres focos. José Manuel Calderón, Rudy Fernández y Juan Carlos Navarro. El primero está y es fiable, aunque se añore su punto salvaje encarando el aro. Al segundo, con un rol crucial y que nadie más parece poder asumir (el de alero) le faltan fundamentalmente ritmo y partidos, pero el tercero pone el corazón en un puño.

Navarro es innegociable para el éxito de la selección y sus problemas físicos parecen dolernos a todos. La selección necesita a Juan Carlos, es así de simple. La monstruosidad de Kaunas, el pasado año, aún permanece en la retina. Y si España quiere de verdad aspirar a lo máximo, necesitará el desahogo exterior de Navarro. Y esas gotas de magia que embaucan, que sólo él sabe dar.

Si algo no pudo ocultar el amistoso ante los grandes favoritos al oro, es que la rotación pasa demasiada factura a España ante un rival de semejante envergadura. El banquillo es un factor que también marca diferencias. Y la asociación Rodríguez-Llull deberá asumir en Londres una relevancia mayor de lo que se piensa. Para construir y no sólo contener. El Chacho con ritmo y confianza, Llull con energía desbocada. La segunda unidad de España dependerá en, en gran medida, de su rendimiento y la velocidad que puedan dar al juego.

Porque España sigue siendo la misma. Sigue amando la transición por encima de todas las cosas. Aunque su mayor obstáculo hacia el sueño sea inabordable en ese ámbito. La selección ha demostrado, con los años, que merece un respeto, que se ha ganado el derecho a confiar en sus posibilidades. Londres es el último gran desafío de una generación que lo ha ganado todo, que ha hecho posible lo impensable. Sería injusto bajarse y no creer ahora. El reto parece imposible, pero, siendo honestos, cuántas cosas también lo parecían años atrás. En Pekín, por citar la más relevante, hubo bastante más que aliento sobre la nuca del ogro.

España no es la favorita en Londres. No lo es claramente y cuanto antes se asuma mejor. Pero vive por encima de la élite (Rusia, Argentina, Brasil, Francia) y no se resigna a alcanzar lo aparentemente inalcanzable (Estados Unidos). Ese grupo de jugadores ha demostrado siempre que, en los días clave, su rendimiento crece de forma proporcional a la grandeza del objetivo. Y no ha habido nunca uno tan mayúsculo como la cita de Londres.