El partido
Minutos antes de dar comienzo el partido, todos los asistentes en pie, entonaron el ‘ Rock Chalk Chant’, un cántico tradicional de la universidad, que recuerda un poco a las voces de los monjes gregorianos. ‘ Rock Chalk’ significa ‘piedra caliza’, y es el tipo de roca sobre la que está construido el campus de la universidad. El canto tiene un ritmo creciente que conmueve por su similitud con los himnos religiosos; y por encima de todo, porque estremece oír a miles de gargantas entonándolo al unísono.
En los primeros minutos todo salió como nosotros queríamos, Pierce anotaba pero les costaba trabajo atacar. Yo entré en juego cuando quedaban diez minutos para el descanso y me emparejé con LaFrentz, que me pareció muy rápido para su tamaño y con una calidad por encima de cualquier jugador contra el que hubiera jugado aquel año.
Llegamos al descanso doce abajo, las cosas no iban tan mal pero ya veíamos que habiendo defendido duro y siendo productivos en ataque, el partido se complicaba. Mi entrenador, el ítaloamericano Tony Barone (ahora en el organigrama de los Grizzlies), al que hoy en día recuerdo como un personaje salido de la serie ‘Los Soprano’, nos arengó para que saliéramos muy duros, porque sabía que los primeros compases de la segunda parte probablemente definirían el resultado del encuentro. No se equivocó. Salimos esperando al mismo equipo de la primera parte y nos pasó por encima un tren de mercancías.
En pocos minutos ya íbamos veinte abajo. Sus suplentes, que en cualquier otro equipo hubieran sido titulares indiscutibles, salieron con hambre de minutos y también “veían” el aro con facilidad. En esta segunda mitad me tocó medirme con Scott Pollard, de quien recuerdo que tenía los codos tan afilados como sus famosas patillas.
El partido terminó. Kansas 89- Texas A&M 60. Una auténtica paliza. Al final LaFrentz nos hizo dieciocho puntos y trece rebotes y Pierce diecinueve y ocho. Yo, por mi parte, tan sólo anoté una canasta y cogí seis rebotes. Barone no estaba muy contento, pero la bronca en los vestuarios no fue tan estruendosa para lo que en él era habitual. Lo habíamos intentado, pero era evidente que ellos jugaban a otro nivel.
El retorno
De vuelta al hotel, cenamos unas pizzas, como era costumbre, ya que la cocina del hotel había cerrado. Al día siguiente de madrugada, cogimos el primer avión a Houston y de allí en autobús, a College Station, donde se ubicaba nuestra universidad. Al llegar allí, sesión de entrenamiento; jugábamos en casa en dos días y había que preparar el siguiente partido.
De esto hace ya algunos años pero fue una experiencia que es difícil olvidar. El ambiente de la liga universitaria en lugares como Lawrence es indescriptible, la gente vive por y para los equipos de la universidad. Los pabellones se abarrotan semana tras semana con cifras que marearían a cualquier equipo europeo. Son los sólidos cimientos que sostienen, con ayuda de cada vez más jugadores del resto del mundo, a la mejor liga del mundo: la N.B.A.
La niebla