Una final más. Una nueva lucha por ganar un campeonato. Otra opción de colgarse el metal más preciado. De subir al peldaño más alto. Otra posibilidad de celebración, de champan, de confetis de colores y de we are the Champions.
Emulando a sus compañeros masculinos (o ellos a ellas, que ya no se sabe muy bien qué fue primero, si el huevo o la gallina) las de Lucas Mondelo han resuelto la semifinal contra la sorprendente e invicta Bélgica con una facilidad pasmosa y con uno de esos ejercicios defensivos de laboratorio que deberían ser transmitidos de generación en generación.
Sólo una vez estuvo el equipo centroeuropeo por delante en el marcador. Para su disgusto, era el primer minuto de partido. Desde entonces, el marcador, el juego, las canastas y hasta el apuntador, sonreían a un equipo español que sacaba a pasear su portentoso ejercicio defensivo para generar pérdidas, tiros forzados y mucha, pero que mucha desesperación en sus rivales. No se parecen mucho en físico las letonas y las belgas, pero ambas tenían un rasgo común el jueves y hoy; sus rictus angustiosos cada vez que tenían que atacar el aro español.
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Y es que ni las Mestdagh, Wauters o Meesseman podían con las piernas, las ayudas, los cambios, las manos y hasta el alma que se dejaban las jugadoras de la Selección en cada ataque belga. Aquellas que eliminaran a Italia, que tan bien y dinámicas habían jugado durante todo el campeonato, las que no habían perdido un partido, llevaban 21 puntos al descanso con un 33% en tiros de campo y 13 pérdidas acumuladas. Lo dicho, igualito que las letonas.
Ese parapeto sin fisuras español permitía sacar rápidas transiciones que con Alba Torrens y Marta Xargay de estiletes, comenzaban a general las primeras ventajas con lustre. Especial mención para la mallorquina, que se está marcando un campeonato de escándalo, al calor del verano checo, tras el largo y duro invierno ruso. Un triple suyo sobre la bocina del primer cuarto ponía un 20-11 de inicio para las españolas.
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Le llegaban por todos los lados las contras a Bélgica, con un balance defectuoso, marcado también por la intensidad detrás de las chicas de Mondelo. Un robo, una contra. Otro balón forzado, otra transición rápida. Así, se le iba la vida a las belgas y crecía España en el marcador, con 12 puntos de Torrens y una máxima ventaja de +15 (36-21 al descanso). Perplejo se quedaba el entrenador belga en el descanso, al ver en las estadísticas que de las 16 canastas que había anotado España, 14 eran en forma de asistencia.
Si algo preparó Philip Mestdagh en el vestuario para frenar aquella sangría hispana, poco o nada le dio resultado en la reanudación. Del +15 se pasó, mediado el cuarto, al +19, ventaja con la que acabaría el tercer intervalo, con otra genialidad en forma de triple de Alba Torrens picando la bocina de final de cuarto. Habían pasado 30 minutos de juego y Bélgica arrastraba 33 puntos en su casillero, algo que ya había conseguido España al final del segundo acto. Un cuarto de ventaja les llevaban las españolas a las belgas.
Con todo perdido, las brabanzonas acortaban los ataques y desordenaban el partido, pero no conseguían mayor renta que un -15 de desventaja. Mondelo, pensando en una nueva final, comenzaba a rotar a su banquillo y Bea Sánchez redondeaba los 20 puntos de ventaja a 4:35 del final (62-42).
A partir de ahí, maquillaje y minutos de descanso, enfilando ya, todas y todos, la cuarta final en cinco años de un equipo que se está marcando unos veranos de ensueño y que nada tiene que envidiar a esa selección masculina tan mediática y triunfadora que tanto nos alegra las temporadas estivales año tras año. Pues eso, una final más para este grupo maravilloso de jugadoras que afrontan una nueva oportunidad de ganar un campeonato. Ahí es nada.