Acabamos de vivir un nuevo Eurobasket, la correspondiente al año 2011, celebrado en Lituania. Un torneo que en su historia guarda un buen número de situaciones e imágenes para el recuerdo. Entre ellos, queremos revivir una edición que pasará a la posteridad como uno de los momentos más emotivos de toda la historia del basket europeo. Se trata del Eurobasket 1987 celebrado en Grecia y que aupó a la selección helena hasta el olimpo de los dioses.
Grecia acogía el Eurobasket 1987 con gran ilusión. Contaba con una selección que estaba un par de escalones por detrás de los combinados que dominaban el panorama interacional y su historial próximo era más que modesto: no se clasificó para el Eurobasket 1985 y en el Mundobasket 1986 logró la 10ª posición, aunque demostró, ya entonces, que podía ser un conjunto a tener en cuenta en el futuro, llegando a dar un susto a la anfitriona España (los de Díaz Miguel superaron por la mínima, 87-86, a los helenos en la primera fase). Con todo, y a pesar de no contar en las quinielas, Grecia lograría el sueño de conquistar el cetro europeo en su casa, ante su público. De la mano de un Nikos Gallis galáctico y llevados en volandas por un público que animó a los suyos hasta alcanzar el éxtasis en el Palacio de la Paz y de la Amistad del Pireo, la selección helena escribía una de las más bellas gestas de nuestro deporte.
De partida, las favoritas para llevarse el título eran los de siempre: la Unión Soviética y Yugoslavia. El conjunto entrenado por Alexander Gomelsky acudía a la cita con la baja de Arvydas Sabonis, pero mantenía el bloque de veteranos que había conquistado el oro en el Eurobasket de 1985 y la plata en el Mundobasket 1986 (Valdis Valters, Serguei Tarakanov, Serguei Iovaisha, Viktor Pankrashkin y Vladimir Tkatchenko). Además, contaban con una nueva hornada de jóvenes pujantes que iban a revolucionar el basket europeo en los siguientes años (Valeri Tikhonenko, Alexander Volkov, Sarunas Marciulionis e, incluso, el tristemente y prematuramente desaparecido Igor Goborov). Yugoslavia llegaba con un plantel rejuvenecido, con unos pocos veteranos como Goran Grbovic, Aza Petrovic o Ratko Radovanovic que darían cobertura al grupo de talentosos e irreverentes jovenzuelos liderados por el inolvidable Drazen Petrovic cuyos nombres ya son leyenda a día de hoy (Toni Kukoc, Aleksandar Djordjevic, Zarko Paspalj, Dino Radja…).
Tras los dos favoritos clásicos, se situaban los otros dos outsiders no menos habituales; por un lado, la España de Díaz Miguel que se presentaba en Grecia sin su estandarte, Fernando Martín. La entonces vigente normativa FIBA impedía participar en sus competiciones por selecciones a aquellos jugadores que formasen parte de alguna franquicia NBA, por ser considerados "profesionales" (algo que ahora y, también entonces, parece surrealista). A pesar de esta sensible ausencia, los Solozabal, Montero, Epi, Sibilio, Jiménez, Villacampa, Romay y compañía aspiraban a volver a subirse a un podio, que no pisaban desde la plata de los Juegos Olímpicos de Los Ángeles de 1984. Por otro lado, estaba la siempre potente Italia liderada por el cañonero Antonello Riva y el elegante Walter Magnifico, estaba dispuesta a dar guerra a los grandes favoritos y llevar alguna medalla del torneo.
En aquel entonces, el Eurobasket contaba con doce selecciones participantes, que se encuandraban en la fase preliminar en dos grupos de seis. Las selecciones se enfrentaban en una liguilla y los cuatro primeras de cada grupo se clasificaban para los cruces de cuartos. En el Grupo A, de lejos la más fuerte de las dos, encontrabamos a las dos favoritas (Unión Soviética y Yugoslavia), España, la anfitriona Grecia, además de Francia y Rumania. En el Grupo B, se ubicaban Italia, Polonia, República Federal Alemana, Checoslovaquia, Holanda e Israel.
En el Grupo B no hubo sorpresas. Italia se paseó más o menos sin dificultad, sumando sus partidos por victorias. Contaban con un Antonello Riva completamente desatado en ataque, que firmaba 32 puntos contra Polonia y 34 tantos frente a Checoslovaquia. No en vano, el cañonero transalpino acabaría como tercer máximo anotador de la competición con 26.8 puntos por encuentro, por detrás de los estratosféricos 37.8 de Nikos Gallis y los no menos espectaculares 31.7 del israelí Dorom Jamchy.
En lo que respecta al Grupo A la cosa estaría mucho más disputada. La Unión Soviética y Yugoslavia darían inicio a las hostilidades con un enfrentamiento en el que se jugarían el primer puesto de la clasificación del grupo. La república balcánica tendría como estilete ofensivo a su enfant terrible Drazen Petrovic (24 puntos), pero sus puntos no serían suficientes ante unos soviéticos que se presentaban sin Sabonis, pero al que suplía perfectamente el rejuvenecido Vladimir Tkatchenko (16 puntos). Además se unía un invitado inesperado, el sorprendente y explosivo Sarunas Marciulionis (18 puntos), un jugador que se salía del patrón habitual de la ortodoxia soviética. Un escolta con unas piernas poderosas, unas condiciones atléticas de primer orden y una capacidad de dribbling endiablada. Un jugador con marchamo NBA en el corazón del imperio comunista. Esta victoria sería el presagio de lo que ocurriría en esta primera fase, en la que los de Gomelsky no conocerían la derrota. Por su parte, las cosas no le seguirían yendo bien a Yugoslavia. En el segundo partido en el Eurobasket sumarían otra derrota, ésta más sorprendente, ante la anfitriona Grecia (78-84). Para los helenos, sería la primera muestra de que lo suyo iba en serio. Llevados en volandas por sus aficionados, remontarían el 49-42 en contra de la primera parte para acabar por delante en el marcador. Nikos Gallis, un escolta de 1.83 rápido y escurridizo formado en EE.UU., concretamente en la Universidad de Seton Hall (1975-1979), que firmaría su primera de las muchas exhibiciones que completaría durante el torneo. 44 puntos llevarían el nombre del que iba a convertirse un héroe para su país.
Con la URSS sumando tantas victorias como partidos disputados, solamente España permitiría que Grecia no pudiera hacerse con la segunda plaza del grupo en detrimento de Yugoslavia. En lo que sería el mejor partido de los de Díaz Miguel en el torneo, España vencería por 106-89 a los helenos a pesar de la terrible presión ambiental que convertía el pabellón en un auténtico infierno para los rivales del combinado griego. Comandados en ataque por Epi (27 puntos) y Andrés Jiménez (20 puntos), con el gran trabajo en la pintura de Fernando Romay (19 puntos) y la espléndida dirección de José Antonio Montero (15 puntos), España (3-2) lograba la tercera plaza del grupo por delante de Grecia (3-2) y con los dos favoritos ocupando las primeras posiciones, URSS (5-0) y Yugoslavia (3-2).
Grecia- España y Grecia-URSS de la primera fase:
Ya en los cruces de cuartos, URSS y Yugoslavia no dejarían margen a la sorpresa, venciendo por 110-91 a Checoslovaquía y por 121-88 a Polonia respectivamente. También cumpliría con los pronósticos España, que se deshacía sin dificultades de Alemania por 107-77 con un Epi (33 puntos) tocado por los dioses. Por su parte, Grecia escribiría el primer capítulo de su odisea hacia el olimpo de los dioses, eliminando a la potente Italia (que llegaba invicta a la segunda fase) por 90-78. La victoria helena se cimentó en una gran primera parte, donde los de Kostas Politis adquirieron una sustanciosa ventaja de 14 puntos (49-35). Nikos Gallis volvería a ser el líder de una selección que empezaba a creer en el milagro. El pequeño escolta se iría hasta los 38 puntos, venciendo también en su duelo de pistoleros a Antonello Riva, que se quedaría en 23.
Las semifinales estaban servidas. En la primera de ellas a España le tocaría bailar con la más fea, la URSS, la selección favorito para llevarse el torneo. Los de Díaz Miguel daría la cara, pero sería imposible parar al vendaval soviético. Liderados por un Sarunas Marciulionis (26 puntos) indefendible, el mayor descubrimiento del campeonato que haría su presentación en sociedad en este Eurobasket, los de Gomelsky lograrían el pase a la final venciendo por 113-96 a una España que tuvo a su mejor hombre en Andrés Jiménez (20 puntos).
En la otra semifinal se viviría un inolvidable duelo entre griegos y yugoslavos. Se verían las caras los que, sin temor a equivocarnos, eran los dos mayores talentos ofensivos del momento; Drazen Petrovic y Nikos Gallis. Empujados por la pasión de un público volcado en sus nuevos héroes, los griegos darían primero, doblando a la potente selección Plavi en los primeros minutos del encuentro (21-10). En este arranque del encuentro destacaba la muñeca de Fanis Christodoulou, un alero de gran talento cuyas rodillas le obligaron a reconvertirse en uno de los primeros 4-s abiertos modernos. Una vez recuperados del golpe inicial, Yugoslavia se asentó en la cancha y liderada por el genio de Sibenik no solo igualó el marcador, sino que merced a un parcial de 0-21 se fue al descanso con 10 puntos a su favor (35-45) ¿Sería capaz la emotividad helena de darle la vuelta al choque en la segunda mitad? Pues vaya si lo fue… Nikos Gallis tomaría las riendas en ataque, el base Pannagiotis Yannakis derrocharía garra en defensa, bastón de mando en la dirección y transmitiría una emotividad a compañeros y público contagiosa. El milagro se consumaba. A minuto y medio del final los griegos superaban por 81-75 a unos jugadores yugoslavos desbordados por una situación realmente insospechada. Poco podrían hacer ante un conjunto heleno lanzado que lograba la machada. 81-77 final y a disputarle el oro a la intocable URSS.
Semifinales Grecia ante Yugoslavia
Como antesala de la gran final se disputaría la lucha por la medalla de bronce entre yugoslavos y españoles. Como ocurrió en varias ocasiones en aquellos tiempos, a los de Díaz Miguel se les escapó de las manos un partido que estaban controlando a la perfección. La salida en cancha de un jovencísimo Aleksandar Djordjevic permitió a los Plavi, junto con los 31 puntos de Drazen Petrovic, darle la vuelta al marcador y dejar con la miel en los labios a una España que acababa cayendo por 87-98, siendo relegada a unn cuarto puesto sin medalla.
Se abrían los telones para el acto final de la epopeya griega. Se vivía en el Pabellón de la Paz y la Amistad un ambiente realmente espectacular, de los que ponen la piel de gallina. La igualdad fue la nota reinante durante todo el encuentro. La URSS se mostraba como un bloque sólido, con Iovaisha, Marciulionis, Iovaisha, Tkachenko anotando con fluidez y con un Valdis Valters (padre de Sandis y Kristaps, un base anotador, un comboguard a los años 80) tremendamente acertado en el tiro exterior (aunque curiosamente acabaría fallando dos tiros libres clave en los momentos decisivos del partido). En los helenos estaba el factor Gallis. El pequeño Nikos mantenía a su equipo en un one man show poca veces igualado en un torneo de estas características (40 puntos).
Tras 40 minutos de batalla se llegaría al final del tiempo reglamentario con 89 iguales. El drama tendría un acto adicional: 5 minutos de prórroga. Dentro del último minuto del tiempo extra, una canasta imposible de Gallis desde debajo de la canasta daba la delantera a los helenos por 3 puntos (101-98), el oro estaba más cerca ¿Sería posible el milagro griego? Los de Gomelsky, a pesar de la presión infernal del público, mostraron su sangre fría y Iovaisha, tras zafarse de un defensor con una finta de manual, anotaría un triple para volver a igualar la contienda (101-101). Con una última posesión en juego, todos los focos se dirigían a Gallis, pero la estrella helena sería perfectamente bien marcada y la pelota final caería en manos de Agamenon Ioannou que se jugaba el tiro… este no entraba para aparecía de forma providencial el pívot Argiris Kambouris (hombre alto que sustituía en cancha a Fassoulas, eliminado prematuramente por faltas personales como también lo había siso Yannakis), que recogía el rebote ofensivo y era objeto de falta inmediatamente para impedir su canasta. Los sueños de todo un pueblo estaban en manos de un actor secundario, un jugador que no estaba llamado, ni mucho menos) a convertirse en el héroe de la final. Kambouris anotaría los dos tiros libres y a los rusos no les quedaría prácticamente tiempo para reaccionar… un triple a la desesperada de Iovaisha que no encontraría el camino al aro daría paso al éxtasis en el corazón del Pireo.
Al final, 103-101 para Grecia. La locura se desataba en el país heleno. El baloncesto empezaba a correr por las venas de los griegos y sería el espaldarazo de este deporte en aquel país. Una gesta inolvidable. Emotiva y emocionante como pocas.
El MVP del Torneo iría a parar a un Nikos Gallis absolutamente mágico. Un jugador al que le llegaba la gloria alcanzada ya la treintena. Junto a él, aparecerían en el Quinteto Ideal los soviéticos Sarunas Marciulionis (la otra gran atracción del torneo) y Alexandar Volkov (prototipo del 4 moderno), nuestro Andrés Jiménez y el pívot Pannagiotis Fassoulas.
Nikos Galis, Panagiotis Yiannakis, Panagiotis Fassoulas, Fanis Christodoulou, Michalis Romanidis, Nikos Filippou, Nikos Stavropoulos, Agamenon Ioannou, Argiris Kambouris, Panagiotis Karatzas, Liveris Andritsos, Nikos Linardos y el coach Kostas Politis, trece nombres para la historia del basket en Grecia.
La final, en su integridad
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