Dimitris Diamantidis

No pensaba en nada cuando tiré. Nada“. Con esas palabras describía Diamantidis su triple ganador en la primera semifinal del campeonato. El partido de no había sido fácil para Grecia. Francia estaba siendo un rival muy duro que con su físico estaba forzando un tanteo muy bajo, además Tony Parker estaba anotando y asistiendo casi al nivel NBA que se le supone, pero el destino había hecho un hueco en la historia al jugador más representativo de los hombres de equipo del momento.

La trayectoria profesional de Diamantidis, nacido en Kozani (una ciudad interior del norte de Grecia) comenzó en el Iraklis de Salónica a los 19 años de edad. Allí disputó cinco temporadas donde sus números aumentaron progresivamente, sin grandes saltos cualitativos, forjando al jugador a fuego lento, sin prisa.

Cuando en el verano de 2004 le llegó al oportunidad de fichar por el Panathinaikos griego ya era un fijo en la selección, con la que jugó el Europeo de 2003 ya a las Olimpiadas de Atenas, y había acudido las dos temporadas anteriores al All-Star de la Liga Griega.

Diamantidis era considerado el mejor base nacional que quedaba en la HEBA, recibió apodos como “El Jason Kidd griego“, por su capacidad para destacar simultáneamente en puntos, rebotes y asistencias, o “El Hombre-Pulpo“, debido a su inusual envergadura, pero nunca fue un hombre capaz de decidir partidos por su brillantez, de hecho una de sus principales debilidades era el tiro exterior.

Pero hay jugadores que demuestran todo su tesón trabajando en los aspectos del juego donde se sienten más débiles. Un vistazo a la evolución de ls porcentajes en triples de Diamantidis demuestra que se ha convertido en un jugador al que no se puede flotar cuando está detrás de la línea de 6,25. Su mano ya no es de madera, y precisamente gracias a un triple Dimitris ha entrado en el Olimpo reservado a los Dioses Griegos.

Su versatilidad queda sintetizada en sus últimos méritos individuales: premiado con el galardón al mejor defensor en la última Euroliga, máximo asistente del Europeo con 5,3 pases de canasta por partido, y en el último partido, el man-to-go de su selección en los últimos y críticos segundos y artífice de un tiro que habría firmado el mismo Reggie Miller.

Diamantidis es el ingrediente que hace que el cemento con el que la selección griega está unida sea prácticamente irrompible, el máximo exponente del juego de equipo, que en la final se encontrará con su filosofía antagónica.

Dirk Nowitzki

En 1978 nació en Wüzburg el hombre que ha cambiado el sino de su selección nacional y del baloncesto germano pocos años después. En 1996 inició su andadura como profesional en el equipo de su ciudad, que jugaba en la segunda división alemana, una liga que dominó a su antojo desde los 18 años como demuestran los 29 puntos y 11 rebotes por partido que promedió en esos años.

Dos metros y trece centímetros de altura, capacidad para rebotear como un pívot, pasar como un base y tirar como el mejor francotirador fueron un reclamo suficiente para que en 1998 Don Nelson, un entrenador que influyó de manera muy relevante en la nueva tendencia globalizadora de la NBA lo incorporara a sus Dallas Mavericks a cambio de los derechos de Robert Traylor.

Su primer año en América fue complicado, un nuevo país, un nuevo idioma, una nueva forma de vida, un nuevo baloncesto, y una liga convulsionada por el lock-out no eran el mejor cambio de cultivo. Pero su calidad empezó a aflorar en su segundo año en Texas: 17,5 puntos y 6,5 rebotes por partido lo convirtieron en el segundo jugador más mejorado, y desde entonces sus números no han dejado de aumentar.

Pero la trayectoria en la NBA de Dirk solo supone una parte de su grandeza como jugador de baloncesto. Se debe repasar su historial con la selección para entender la verdadera dimensión de este jugador. Fue internacional con el equipo sub-18, con el sub-22, y desde 1998 con la absoluta, cuya llamada no ha desatendido nunca, llegándose a quedar sin vacaciones de verano para poder disputar todos los torneos internacionales en los que debía representar a su país.

Su papel en el combinado alemán es el de estrella absoluta. Ha tenido buenos compañeros en la pista, como Shawn Bradley (su amistad forjada en Dallas propició ver al gigante americano defender la segunda bandera de su pasaporte), Ademola Okulaja, Patrick Femerling… pero en ningún caso equipos que sin el de Wüzburg tuvieran ni una mínima oportunidad. Dirk es el jefe, el que tira la mitad de los tiros totales de su equipo, y el verdadero responsable de los éxitos de su país.

Alemania es Nowitzki, si él anota con fluidez, son capaces de vencer a cualquier rival, y eso se ha visto reflejado en la semifinal contra España. El equipo de Mario Pesquera sólo ha conseguido despegarse en el marcador si los ataques teutones no pasaban por las manos del Mav, o cuando éste fallaba algunos tiros consecutivos, una circunstancia que no le va a hacer detenerse y tirar menos. Él es consciente de sus posibilidades.

El desafío

La final del Europeo de Serbia-Montenegro supondrá el choque de las dos filosofías que representan estos jugadores. Un equipo con todos las letras deberá enfrentarse a un hombre que uno a uno ha superado todos los escollos con los que se ha encontrado en su camino hacia la cima, un grupo de jugadores que se conocen y complementan entre sí frente a una legión de jugadores de perfil medio que gracias a Dirk tienen la oportunidad de su vida de ganar un título internacional.

Grecia contra Dirk. La solución… a las nueve de la noche.