"He intentado que el cuerpo no se olvidara de que soy futbolista. Volveré a jugar. Llevo tres meses sin entrenar, pero no estoy tan mal" (José Francisco Molina,entonces portero del Deportivo de La Coruña).

Los Lancers de California Baptist University, en la NAIA, serán el destino de Taylor Statham, desde donde empezará a reencontrase, de nuevo, con la vida.

Un renacimiento vinculado a la casualidad…Aunque en este caso lo casual se vistió de fortuna.

Octubre del 2010. Statham (escolta de 1.98) iniciaba su andadura en  West Wind International, una Prep School de Phoenix. Su pretensión era seguir creciendo como jugador para conseguir plaza en algún roster de una buena universidad de la Division I. Aquel centro preparatorio había conseguido introducir a varios chicos en la categoría de oro del baloncesto universitario, por donde pululan centenares de ojeadores. Las dos temporadas anteriores había brillado en los Grizzlies de Golden Valley, una HS de Santa Clarita, en California. Su colegio había conseguido dos campeonatos de división y se proyectaba como uno de los mejores 20 escoltas del estado. Empezaba a tomar cuerpo lo que podía ser una buena carrera universitaria.

Un mes después le diagnosticaban una variedad de cáncer testicular muy dañino y altamente agresivo.

Entre medias un partido de baloncesto, un rodillazo fortuito en la ingle y una hinchazón desmesurada que no desaparecía. Como genialmente narra Jeff Eisenberg en un gran artículo en yahoo.sports, su sueño, el baloncesto quedaba relegado en segundo lugar e iniciaba una contrarreloj en una carrera de obstáculos con muchos fosos…

Bonachón, simpático, con una clase y atractivo especial…pocas veces un jugador internacional había logrado a una afición muy exigente, capaz de pasar del amor al odio en un mismo partido. Temperamento y amor desmesurado a unos colores, y también a unos jugadores.

Fue también un accidente. En aquella ocasión, fue en un entrenamiento. Un balonazo en salva sean las partes derivó en una exploración con un diagnóstico igual de aterrador que inesperado. Luboslav Penev, estrella del Valencia CF, tenía un cáncer testicular. Noviembre de 1994. Un tratamiento a tiempo en una clínica especializada de Barcelona le permitió, con mucho esfuerzo, aferrarse a la vida.

No sólo eso, Penev, cuando recuperó la energía 10 meses después, volvió a los terrenos de juego. era tarde para poder estar en el Mundial de EEUU, donde su selección causó una muy grata impresión, pero si pudo seguir en activo. La siguiente temporada ficharía por el Atlético de Madrid. Junto a Caminero, Pantic y Molina, futuro convalenciente de la misma enfermedad, conseguiría Liga y Copa. Jugó el Mundial del 98, se convirtió al galleguismo (Celta y Compostela), si se permite la expresión, y tuvo tiempo para improvisar algún crochet contra un ex presidente.

"Cuando llegaba a casa de trabajar siempre me lo encontraba con el balón entre las manos y no lo guardaba hasta que se iba a dormir". Taylor siempre practicaba el tiro de tres puntos con su padre Derek e incluso cuentan que llegó a pedir una copia de la llave a su coach en high school para poder seguir entrenando incluso cuando las luces de la escuela estaban en nocturno descanso. Esa manía por querer mejorar ¿Hubo alguien que ya no está entre nosotros que compartía tal vicio?

El joven Statham, un buen chico, hizo caso a sus entrenadores y empezó a practicar un juego más físico para preparase para la dureza de la NCAA. En una de esas acciones sobrevino aquel milagroso rodillazo. Pero la recompensa requería de mucho sacrificio y sufrimiento; de un pequeño calvario.

"El baloncesto me dio la fuerza que necesitaba, porque la quimioterapia era mucho peor de lo que pensaba. A veces mi cuerpo estaba tan dolorido que mi madre me ayudaba a caminar. Cuando mi cabello comenzó a caer en la ducha, me vine abajo y empecé a llorar. Mi mundo se había roto en mil pedazos".

Cirugía, dos sesiones de 7 horas diarias durante seis semanas de quimioterapia -el veneno sanador-, el incondicional apoyo de la familia y las ganas por vivir la vida y el baloncesto. Ese training day continuo dio sus frutos en abril. Los doctores de la medicina le absolvían de todo mal, pero llegaba tarde al recruiting unviersitario.

Era de esperar. Las universidades que antes le habían hecho guiños desconfiaban de alguien que había experimentado cambios en el color de su piel; al que se le había caído el cabello; con unos cuantos kilos menos, sin aquel vigor que te dan los 18 años…como un Sansón tras un encuentro fatal con su femme fatale, Dalila.

"Una de las razones por las que sentí que debíamos fichar a este chico era porque tenía un corazón muy grande". Palabra de coach; de Tim Collins, entrenador de la universidad de California Baptist.

Borrón y cuenta nueva. A la carrera por recuperar la vida le sucedió la carrera por recuperar al baloncesto. Decidió el joven Statham que no había otro camino que el de la lucha. Muchas horas de gimnasio para intentar entrar en un programa menor que le permitiese una reinserción total. 

Había perdido 35 libras de peso pero quería jugar antes incluso de haber finalizado su rehabilitación. Su entrenador lo tenía que cambiar cada 4-5 minutos porque estaba débil. La contrarreloj continuaba. Alentado sin duda por las llamadas no contestadas a aquellos entrenadores que durante tanto tiempo -antes de la enfermedad- le ofrecían El Dorado.

"Que si la competencia en la NCA es durísima…Nos exigen un rango x de victorias…No podemos jugarnos nuestro prestigio con un (post) enfermo…." Palabrería de manual.

A las seis semanas de finalizar las sesiones de quimioterapia recorría 90 millas desde su casa en Valencia, no la de Penev, para conquistar a los entrenadores de California Baptist, un pequeño centro universitario con un campos de 5.000 estudiantes y que se encuentra en el camino de entrar en la Division II. Poco más de 1.000 estudiantes enfervorizados, encajados en un gimnasio con regusto añejo, le servirán de soporte extra para seguir luchando por su sueño.

Cuando todavía estaba convaleciente del desgaste al que le había sometido la quimioterapia fue capaz de lograr un triple doble (25 puntos, 13 rebotes y 11 asistencias). Sin explosividad, atleticismo; con poca resistencia, con menos peso….

El otro gran búlgaro de oro, el que también vivió en Valencia, marcaría 71 goles (129 en total) después de recuperarse para la vida y el fútbol.

Taylor solía quedarse embobado pensando en que algún día jugaría en la NBA. Un anhelo lejano por el que lucha para que no se quede en un sueño.

El cáncer de tésticulo es el más común en los hombres de entre 20 y 35 años. Uno de los factores de riesgo es ser de raza blanca.