En el segundo exacto del octavo minuto del tercer cuarto, Roger Grimau, guerrillero de mil batallas, empezó a escribir una nueva historia. Porque cuando se viene de la muerte, de estar vencido, y se remonta un partido, todo vuelve a empezar de nuevo. Lo hecho, hecho queda, y nunca es tan tópico el típico tópico que escribe: partido nuevo.

Grimau lo hizo cuando sacó a Sekulic a bailar. Le invitó, le provocó, le insinuó que tiraría un triple y lo tiró. Lo enchufó con la punta de la punta de sus dedos rozadas con las del montenegrino, cara a cara y en su cara. El marcador describe mejor  la situación: 65-66 para el Bilbao Basket. Y es que los visitantes volvieron de un inicio nefasto, resurgieron de un rival magno en ataque y completo en defensa para luchar por el partido. Y es que el Canarias tuvo una primera mitad de las que se sueñan despierto porque son más perfectas.

Sekulic y Uriz, tamden idilíco, relación perfecta, fueron los primeros en elevar al Canarias a un estado superlativo, a un acierto ofensivo brutal y a un ritmo de partido frenético, de vértigo. Esa es la marca patentada de un equipo insular que corre hasta no poder correr más, que vuela hasta que el rival colapsa y que intenta romper los partidos por asfixia. Los visitantes sufrieron las manos locales en el cuello en un primer cuarto en el que su defensa se redujo a la nada, a un 30-20 de escándalo.

Los canaristas tiraban y no aflojaban hasta una renta máxima de 17 puntos (45-28) en un triple esquinado de Rost. En ese instante oscuro del segundo cuarto, los de Katsikaris encendieron la alarma del orgullo y el modo activo que regula sus ganas de jugar. La perfección en ataque del Canarias empezó a encontrar sus imperfecciones y la vitalidad de su ritmo decayó a puntos inhóspitos, a momentos de desacierto y a crisis de puntos. Los ‘hombres de negro’ volverían al partido por Mumbrú, por Vasileiadis y por Zizis (65-63).

Allí Grimau sacó papel y lápiz (65-66). Escribió la paridad que marca un equipo que viene de remontar y su conjugación con un rival sólido y confiado. Grimau escribió desde la defensa de su equipo que un Lampropoulos en racha anotaba; Grimau escribió de camino al descanso del banquillo que al término del tercer cuarto el marcador era vibrante. Grimau escribió igualdad (72-72).

Como las historias no las escribe un hombre en solitario, el golpe de estado a estas letras lo dio Nico Richotti. Su versión de los momentos se cuenta por impulsos, por casta, por la electricidad de un jugador contagioso. Su energía  fue el motor de un Canarias que, como él, si no se mueve a velocidades de infarto, se atasca. Esa es la manera de un jugador que fue descomponiendo en el último cuarto al Bilbao (14 puntos en el acto definitivo). Una entrada, otra, tiros libres, defensa, corre y corre, una asistencia, un triple imposible… Su dominio llevó a los suyos al 102-99 de un partido al que le quedaba menos vida y menos segundos que medio minuto.

Sin embargo, nadie garantiza la tranquilidad ante un Bilbao que se ha hecho grande con los años y las victorias. Su suerte es buscada y su suerte la encontró Vasileiadis con un tiro desde el triple que evolucionó en falta y tres tiros libres para empatar el choque. El griego no tembló en los dos primeros y titubeó en el tercero (102-101). Lampropoulos recibiría la falta posterior y, a diferencia de su compatriota, acertó en todos (104-101). El desesperado intento de Zizis desde la mitad de la cancha por lograr un empate salvavidas no encontraría ni la canasta, ni su lugar privilegiado en esta historia que empezó Grimau, que retomó Richotti y que terminó en un Canarias victorioso. Y es que no se equivoca aquel que cantaba que los amores cobardes no llegaban a amores ni a historias, que se quedaban allí. En valentía, en la ausencia de cobardía, pocos le ganan a un Canarias enamorado de la historia de seguir haciendo historia.