Un motor grande necesita una gran fuerza para que se mueva, para que funcione como debería. Siendo una maquinaria tan pesada, la dosis de energía mínima debe ser enorme para que todo vaya como debería ir, para que la precisión y el resultado sea el más correcto posible. Eso sí, la cantidad de energía tiene que estar controlada, aunque ese ejercicio de autocontrol para un ser humano puede ser un objetivo complicado, a veces bueno y a veces malo, pero siempre debe ser un hecho admirable porque para mantener tal caudal de sensaciones a tope tanto tiempo requiere una pila inagotable.
(Recomendación: Leer el texto, a partir de aquí, al mismo tiempo que suena la música)
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Quizás, este tipo de cuestiones puedan estar más reñidas y ceñidas a un artículo de coches o motos, aunque si Alen Omic fuera un automóvil sería un todoterreno capacitado para poder circular hasta por el agua. La vida de Omic transcurre cuatro o cinco marchas por encima del umbral de una persona de a pie. Todo lo que gira a su alrededor va muy deprisa y de forma alocada, sólo hay que ver cómo conduce, escuchando música con el volumen a tope y cantando cada letra, cada nota como si no hubiese mañana ni nadie mirándole; todo ello dentro de la legalidad vial, claro está.
El esloveno es un tipo especial y peculiar, de la misma manera que puede acercarse a hablar con la prensa con un “buenos días, ¿qué tal?” en un perfecto castellano, es capaz de destrozar un aro con una cara que pone el miedo en el cuerpo a cualquiera. En estos primeros partidos que ha disputado como hombre de Herbalife Gran Canaria ha dejado claro que es mitad demonio y mitad ángel, capaz de saber trasladar y adaptar toda su energía para cualquier momento. Que nadie se engañe, el ex del Olimpija es así por naturaleza propia, es su personalidad propia e intransferible, nada forzado ni prefabricado.
Esa manera de comportarse, esa forma de motivarse a sí mismo y de meterse a la gente en el bolsillo con cada grito, con cada gesto de aliento, consiguiendo que la afición del Granca lo adore desde el primer partido, del cual salió vitoreado y ovacionado. Omic se ha convertido en lo que se conoce comúnmente en la isla en “uno de los nuestros” con la misma facilidad con la que se viene arriba. Además, es un jugador querido por todos en el vestuario, un chico joven que siempre intenta hacer reír a sus compañeros.
Baloncestísticamente hablando, Omic sigue siendo un pívot con un buen futuro por delante, aunque desde ya nos está dejando bastantes detallitos de su talento. Evidentemente, tiene muchas cosas que mejorar y perfeccionar, de hecho, ante el Alba Berlín se vio muy superado por un Elmedin Kikanovic bastante más hecho, aunque ante Reggio Emilia se destapó con un derroche de carácter que levantó al GCA. Aún así, parece haber caído en el equipo adecuado, en el momento preciso y con el entrenador más recomendable para su evolución.
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A pesar de todo, con su buen comienzo de campaña, este center nacido en Bosnia, concretamente, en una ciudad multicultural como Tuzla, donde conviven serbios, croatas y bosnios entre sí, está dejando claro qué es lo que quiere, que no es otra cosa que ganarse un sitio en ACB. Con sus pros y sus contras, Omic posee la capacidad de trabajo y sacrificio para evolucionar hacia un siguiente nivel, para avanzar de pantalla en esto del baloncesto. De todos modos, es evidente que Omic tiene que aprender a canalizar toda esa energía, porque en ocasiones la utiliza en exceso y le pasa factura.
Vivir al límite, así es Alen Omic y no debería cambiar su forma de ver la vida, porque eso lo convierte en alguien único en su especie. Conducir constantemente por una autopista hacia el infierno no debe ser nada fácil, aunque para el esloveno debe ser como levantarse por las mañanas, un gesto cotidiano y natural.
Omic es al baloncesto lo que el hard rock a la música; bendita locura la suya.
Le queremos. Mucho. Ustedes también, ¿no? #OmicMode #VamosGranca pic.twitter.com/1PeyRgI5VA
— HerbalifeGranCanaria (@GranCanariaCB) noviembre 10, 2015