Vigo, un verano cualquiera de la década de los 80 o de los 90. En la playa de Samil calienta el Sol (sí, aunque muchos piensen que no, en Galicia también hay veranos con buen tiempo). Mientras la playa está abarrotada de gente tumbada o bañándose, otros disfrutan de un helado o una cerveza bien fría en la heladería San Remo en un ambiente distendido. Lo único que rompe esa relajación son los gritos que hay en la cancha de al lado. "Palo", "Camino", "la falta es abajo, no vale la canasta", son las frases que vociferan continuamente los contendientes que pelean por una pelota naranja derrochando sudor y energía.
Las canastas centrales de la playa están rodeadas de un montón de jugadores que llevan más de una hora sin jugar debido a la cantidad de equipos que hay. Llega otro más y pide "siguientes". Algunos murmullan entre si. "Mira, es Quino. Ahora cuando entren a jugar a ver quien los quita de ahí" dice un chaval de 16 años mientras su compañero le contesta: "Este es un adicto al baloncesto. No le llega con jugar la temporada entera que en verano se viene a echar la pachanga".

Vigo, mismo verano u otro cualquiera de la misma época. Son las cuatro de la madrugada pero las canastas del parque de Castrelos están más animadas que nunca con su mítico torneo 24 horas que dura sobre 72, dado el gran número de equipos participantes. Allí está Quino con su panda de amigos, en vez de estar de fiesta aprovechando sus vacaciones. Los allí presentes alucinan viendo como puede mover con tanta coordinación y rapidez ese cuerpo de leñador, pero más se sorprenden con su ausencia de ego y la humildad con la que juega. A pesar de ser un jugador ACB se comporta como uno más y disfruta del baloncesto al aire libre en horario nocturno. Hay quien comenta que Quino le dijo tras una expeditiva falta "Neno, tengo otras cuatro para gastar como esa" pero que lo hizo con su característica sonrisa.
VIGO, CIUDAD SIN ACB…
Vigo es una ciudad que ronda los 300.000 habitantes censados y que ha estado en la élite del baloncesto femenino gracias al C.D. Bosco, con el patrocinio de Banco Simeón y con la cesión de la marca Celta para el nombre en sus años más gloriosos. Varias veces campeón de liga y de la Copa de la Reina, por sus filas pasaron estrellas de talla mundial como las flamantes ganadoras de la plata olímpica Laura Nicholls y Alba Torrens.

Con su descenso voluntario por motivos económicos en el 2010 desapareció el baloncesto al más alto nivel de la ciudad, ya que nunca ha habido un equipo ni en ACB ni en la antigua Liga Nacional. A pesar de que el deporte de la canasta pasó por épocas gloriosas en Galicia con hasta tres representantes. Breogán de Lugo, OAR Ferrol y Club Ourense Baloncesto suman 44 temporadas en la máxima categoría. Actualmente el Rio Natura Monbus Obradoiro continúa con esa gran tradición del baloncesto gallego.
Sin embargo, Vigo, ciudad más grande de la comunidad junto a A Coruña, nunca ha competido en dicha categoría y solo en muy contadas ocasiones ha estado en el radar de la España baloncestística, como en el Allstar celebrado en el año 1986, con el fantástico David Russell machacando sus canastas para ganar su segundo concurso de mates.
…PERO QUE AMA EL BALONCESTO
Todo esto no fue impedimento para que sus habitantes vibraran con la plata de Los Angeles en 1984 como el resto de la península y que, gracias a ello, cientos de niños se lanzaran a perseguir una pelota naranja.
En el mundo del deporte es esencial identificarse con los de casa y por eso muchos de esos nuevos aficionados al baloncesto empezaron a buscar si había algún vigués compartiendo cancha con esas estrellas que les habían hecho soñar en las noches angelinas.
Y encontraron a Quino. Y no solo compartía cancha con ellos, si no casi hasta piel y, en todo caso, espacio vital con su defensa dura y pegajosa como algunas de las que le hizo al mítico Epi, o como las que sufrió uno de los mejores anotadores de la época, Jordi Villacampa, que participará ahora en su homenaje como presidente del Joventut.

Los aficionados vigueses no solo disfrutaban de los Jiménez, Epi, Solozabal, Corbalán, el también gallego Romay, o de la aventura de Fernando Martín, el español que abrió el camino a los 10 NBA que tenemos ahora, si no de uno de los suyos que se ganaba el pan con su sudor peleando contra los más grandes.
En Quino veían una persona que amaba el baloncesto. Un jugador que se dedicaba a impartir sus conocimientos a los jóvenes del club allí donde jugaba. Alguien a quien, como tenía que hacer el antiguo servicio militar, no le dolían prendas en bajar una categoría y jugar en Primera B con el Lliria, donde dejaba un recuerdo imborrable, y no lo hacía por sus 30 puntos por partido si no por su carácter y actitud. Y, sobre todo, entendían que se puede triunfar en un deporte sin tener el mejor físico o la técnica más depurada si se tiene la pasión que Quino profesaba por el baloncesto. Aprendían que con esfuerzo se podía aportar mucho y convivir con aquellos gigantes que se habían enfrentado a esos extraterrestres que eran en aquel momento los jugadores americanos.
Y todo esto lo siguieron viendo cuando Quino colgó las botas y continuó su carrera como entrenador, faceta en la que consiguió el ascenso con el Lobos Cantabria y dio grandes momentos en ACB. Esa pasión por el basket lo llevó a entrenar en varias categorías hasta el 2012 que fue el último año que dirigió al Marín Peixegalego. Quino no podía dejar el baloncesto y el baloncesto no lo podía dejar a él.

La conclusión es que Quino no solo será recordado por infinidad de compañeros, rivales, entrenadores y amigos como podemos ver en los vídeos de la página de Facebook de su Memorial. Su memoria está presente en toda una ciudad que ama el baloncesto y que tiene el mismo sueño que él tenía: ver baloncesto ACB. Es un sueño que puede que esté más difícil que nunca, a pesar de que este año dos equipos de la ciudad, el Seis do Nadal y el VGO Basket, hayan ascendido a liga Eba. Pero también era casi imposible parar a Epi en los 80 y Quino lo consiguió en más de una ocasión.